En forma consecuente con su política guerrerista internacional, EEUU puso en funcionamiento, en nuestro continente, la IV Flota, que le permite al ejército estadounidense un importante control sobre toda la región; apoyó, en los hechos, al menos por el tiempo necesario para su establecimiento, a quienes dieron el golpe en Honduras; ha sostenido la intervención militar en Haití con la colaboración de varios ejércitos latinoamericanos; ha multiplicado los ejercicios militares conjuntos y las instalaciones de su tropa en territorio latinoamericano; ha aumentado en forma constante el gasto para el financiamiento de la represión estatal y el paramilitarismo en Colombia por medio del “plan patriota” y el “plan Colombia”. Y ahora, con más despliegue e inversión para el control de lo que considera “su patio trasero”, avanza también con la ocupación de siete bases militares en territorio colombiano para garantizar el acceso directo de soldados estadounidense en el territorio y el entrenamiento del ejército colombiano local. El avance militar yanqui tiene el doble propósito de garantizar su acceso y control a recursos y mercados que considera estratégicos y de combatir, a su vez, a quienes resisten la avanzada militar y luchan por la transformación social, constituyéndose en un ejemplo para el conjunto del continente.
En este sentido, un documento publicado a principios de abril de 2009 por el Comando de Movilidad Aérea (AMC), “Global En Route Strategy”, más conocido como “Libro Blanco”, enuncia que “América del Sur está siendo incluida en la llamada «estrategia de ruta global»”. Allí se señala que “Los EUA requieren libertad de acción en los espacios globales comunes y acceso estratégico a importantes regiones del mundo para encontrar sus necesidades de seguridad nacional”.
Estas rutas están trazadas con el fin de lograr un despliegue rápido y a gran escala hacia las zonas de importancia para EEUU con hipótesis de conflicto, garantizando una alta movilidad aérea, terrestre o naval, tropas, armas, municiones, vehículos de combate, etc.
La ocupación de las bases colombianas se inscribe en esta dinámica para el control continental y mundial, en un marco en que las repetidas y pronunciadas crisis capitalistas no dan demasiado tiempo para la recuperación de la burguesía, y en que la competencia con otros países, que se perfilan como posibles rivales, lo obligan a actuar más rápida y efectivamente.
Además del negocio que implica la guerra misma, EEUU avanza con esta incursión militar en su aspiración de tener un mayor dominio del narcotráfico, uno de los negocios más importantes del mundo que tiene en Colombia un centro importante de aprovisionamiento. Al mismo tiempo, las bases sirven para avanzar sobre otras áreas de interés para EEUU, donde hay reservas de agua dulce y grandes extensiones de tierra sin ocupación ni contaminación, como son la Cuenca del Orinoco y la Amazonia Oeste. Con la base de Palanquero, establecida como una “localidad de seguridad cooperativa” (CSL), EEUU podrá cubrir casi la mitad del continente sin necesidad de reabastecimiento de combustible (y si el reabastecimiento fuera posible, se podría cubrir la totalidad del continente exceptuando la región de Cabo de Hornos). Y además, con esas bases EEUU se propone, como lo expresa el “Libro Blanco”, “asistir con movilidad en el camino hacia África”, sobre todo el golfo de Guinea. Esta es una de las áreas de su principal interés donde, en nombre del combate al terrorismo internacional, el Pentágono proyectó desde el 2000 una política para la extracción de hidrocarburos en la zona y el freno al importante avance de China sobre ese continente. También aquí, la base de Palanquero se constituye como un eje en la nueva ruta hacia África. Desde allí, la distancia hasta el próximo punto en la ruta hacia el Golfo de Guinea (Ascensión) estaría en el límite de la autonomía punto a punto de un C-17.(1)
Despliegue militar para combatir a la resistenciaPero más allá de su aspiración constante de controlar los recursos y los circuitos económicos más redituables, EEUU ha determinado hace varios años que debe hacer todos sus esfuerzos por derrotar a la guerrilla colombiana, cuya permanencia ve como un serio peligro en la región.
El despliegue militar en Colombia contra la resistencia armada es parte de una orientación más general de los EEUU, con la que buscan aplastar cualquier tipo de iniciativa independiente o revolucionaria, a lo largo del continente y el mundo. Al respecto, el Departamento de Defensa norteamericano decía el año pasado: “Este entorno está definido por una lucha global contra la ideología extremista violenta que busca derribar el sistema estatal internacional. (…) Sus partidarios rechazan la soberanía del Estado, ignoran las fronteras, y niegan la libre determinación y la dignidad humana. (…) La lucha contra estos grupos violentos requiere, a largo plazo, enfoque innovadores. La incapacidad de muchos estados de tener políticas eficaces, o de trabajar con sus vecinos para garantizar la seguridad regional, representa un desafío para el sistema internacional. Grupos armados subnacionales, incluyendo, pero no limitados a aquellos inspirados por el extremismo violento, amenazan la inestabilidad y la legitimidad de los Estados clave. Si no se controla, esa inestabilidad se extiende y amenaza las regiones de interés para Estados Unidos, nuestros aliados y amigos. Los grupos insurgentes, y otros actores no estatales locales, con frecuencia explotan las condiciones geográficas, políticas o sociales para establecer refugios desde los que pueden operar con impunidad. Sin gobierno, sub gobernadas o mal gobernadas, las zonas en disputa ofrecen un terreno fértil para que estos grupos exploten los vacíos de poder para socavar la estabilidad local y la seguridad regional. Abordar este problema requiere la cooperación local y enfoques creativos para denegar a los extremistas la oportunidad de obtener puntos de apoyo.”(2)
Para avanzar con esta política de control militar, los EEUU han dado impulso a una campaña por medio de la cual intentan pintar un panorama caótico en Latinoamérica. Para ello ligan en forma intencional el narcotráfico (del que ellos son los principales accionistas) con las organizaciones políticas que enfrentan al imperialismo y las catástrofes naturales con la pobreza propia de los países dependientes. Y ante todo eso, se ubican a sí mismos como los salvadores que deben intervenir para evitar ese supuesto descontrol.
En esta línea, el 6 y el 13 de marzo de este año, James Stavridis, comandante del Comando Sur (Southcom), en su discurso ante el senado de EEUU, refiriéndose a Latinoamérica, dijo: “Es un área del mundo con extraordinarias promesas, pero abrumada por la pobreza. Y también abrumada por los narcóticos y la inestabilidad. Pero es nuestro hogar, y debemos enfrentar seriamente esos desafíos… La reactivación de la IV Flota nos da gran presencia en la región. Nos otorga real capacidad de control y comando. La Flota nos permite respuestas en tiempo real, tanto en cuestiones humanitarias o de desastres naturales como en movimientos antinarcóticos. La velocidad es importante en esos escenarios… Sigo preocupado por la actividad de radicales islámicos en la Triple Frontera (Argentina, Brasil, Paraguay). Es, en mi opinión, actividad de Hezbollah. Hay, claramente, recolección de fondos, lavado de dinero, tráfico de drogas. Los fondos reunidos, en parte, vuelven a medio oriente…”
En base a este discurso se da ahora impulso a la construcción de infraestructura regional para la intervención rápida y masiva norteamericana en Colombia, lo que implica mayores esfuerzos para combatir la guerrilla. Esto se da luego del fracaso del Plan Colombia por el control efectivo de la región, para el cual, el estado norteamericano ya ha invertido miles de millones de dólares, dispuesto a jefes militares para el entrenamiento y promovido la participación de grupos de contratistas privados sin que eso haya dado aún resultados. Por eso, no es casual que sea en Colombia donde se haya garantizado el acuerdo de la utilización de siete bases militares para el entrenamiento de las Fuerzas Armadas locales con instrucción y tecnología norteamericana. Evidentemente, a la burguesía internacional (porque no solamente EEUU pone dinero, sino también la Unión Europea) le preocupa que desde hace más de 40 años existan organizaciones armadas que se destacan al marcar un eje de discusión a nivel nacional e internacional, a pesar de los grandes esfuerzos que hacen por ocultar su grado de importancia.
Por eso, el 29 de junio de 2009, el presidente Barack Obama recibió a su par Álvaro Uribe en la Casa Blanca y semanas después se anunció que el Pentágono hará uso de siete bases aéreas y navales en Colombia, el país que más dinero recibe en asistencia militar en América Latina y el tercero en el mundo.
En una nota publicada en la web por Global Research el 23 de julio de 2009, se aportan datos relevantes para entender la importancia de la lucha colombiana para EEUU:
“Colombia ya era el mayor recipiendario de ayuda militar en el hemisferio occidental cuando se lanzó el Plan Colombia. A partir de entonces, el aporte de dinero creció 20 veces en los primeros dos años, 1998-2000, superado sólo por los envíos a Israel y Egipto. En 10 años, desde 1998, el incremento de fondos fue de 100 veces.
La escalada de operaciones de contrainsurgencia se enmascaró como “guerra a las drogas”. Sin embargo, 9 años después, Colombia sigue siendo el principal proveedor de drogas de EEUU.
Después del 11 de Septiembre de 2001, las FARC fueron «jerarquizadas» al tope de la lista de enemigos en la llamada «Guerra Global». Se aprobaron nuevos envíos de fondos y de unidades militares, incluyendo Fuerzas Especiales y Comandos Brigada, que se instalaron en 8 unidades regionales de inteligencia con varios aviones de reconocimiento, y lo más sofisticado en materia de comunicaciones aire-tierra. Se crearon una Escuela de Inteligencia y un Centro de Contrainteligencia.
Ahora, para enfrentar décadas de insurgencia en Colombia es necesaria una escalada militar”.(3)
El control real sobre el territorio: las bases.

Un comunicado de prensa del Departamento de Estado sobre su incursión en Colombia afirma que dicho país y EEUU han acordado profundizar la cooperación “bilateral” en temas de seguridad.(4) Afirma también que el Acuerdo complementario de Cooperación y Asistencia técnica en seguridad no permite el establecimiento de ninguna base militar de EEUU en Colombia, por lo que sólo “asegura el acceso de EEUU a ciertas facilidades colombianas para encarar actividades de mutuo acuerdo”.
Aunque muy ridícula, esta salvedad fue suficiente para que en el encuentro de UNASUR, que se realizó en agosto en Bariloche, por un lado, la presidenta argentina dijera que había que salir de la discusión sobre nomenclaturas “bases sí o bases no” y, por otro, para que el presidente de Bolivia alentara a firmar en acuerdo conjunto el documento, ya que no se trataba de “bases yanquis”. Y Evo Morales tenía razón. No se trata de bases yanquis, se trata de Forward Operating Locations (FOLs) que ya existen en Latinoamérica y el Caribe: una en El Salvador (Comalapa), otra en las Antillas Holandesas (Aruba/Curaçao)(5), y la recientemente no autorizada por Ecuador (Manta), la cual será reemplazada por siete en Colombia. EUU tendrá, así, acceso a tres bases colombianas de la fuerza aérea en Palanquero, Apiay y Malambo, a dos bases navales y a dos instalaciones militares. También, según el mismo documento, será posible el acceso a otras bases o instalaciones, de común acuerdo.
Mucho más allá de estas aclaraciones, a nadie puede caberle ninguna duda de que, sea cual sea la forma que quieran darle a esta avanzada norteamericana, de lo que se trata es del permiso absoluto que otorgan los gobiernos cipayos de la región a la libre acción de EEUU y su ejército sobre todo el continente.
Las FOLs son instalaciones de bajo costo para EEUU, ya que usan la infraestructura de los países anfitriones, y fueron creadas formalmente “para el control de narcotráfico”, aunque en Colombia, lejos de ubicarse en los centros más importantes de tráfico de drogas, lo han hecho en las zonas de operación de la guerrilla. Desde allí se pueden hacer controles y vigilancia con aeronaves especializadas para el monitoreo llevadas desde EEUU. Operan pequeñas cantidades de militares, agentes de la DEA, guardacostas y personal de la aduana de EEUU para coordinar las comunicaciones y la inteligencia. Las fuerzas norteamericanas permiten que las fuerzas locales compartan las misiones que se realizan para facilitar el entrenamiento. EEUU invierte en el reacondicionamiento de estas bases para garantizar su optimización en el uso. Sólo para la base de Palanquero, el congreso de EEUU destinó u$s46 millones para mejorar la pista y el hangar. El número de militares uniformados es de 800, más 600 “contratistas civiles”.
Como argumento para justificar la proliferación de sus bases militares, EEUU habla de “misiones de asistencia humanitaria del Comando Sur de EEUU”. Pretenden teñir con una imagen “humanitaria” la ocupación y el ataque a la resistencia. Para ello dicen que se proponen intervenir frente a catástrofes naturales (Fuerzas Aliadas Humanitarias), colaborar en la construcción de escuelas, clínicas, centros comunitarios, pozos de agua, etc. (Beyond de Horizon, de tres años de duración y los New Horizons, de un año de duración), y promueven equipos que, por dos semanas, proveen tratamientos médicos en zonas pauperizadas (estos planes se llaman MEDRETEs y el Southcom dirige más de 60 al año).
Por supuesto, tenemos sobradas muestras de lo que estas “misiones” significan: la invasión del ejército yanqui cometiendo todo tipo de tropelías. Su implementación efectiva ha arrojado resultados contundentes en las regiones en las que se han implementado. En el mejor de los casos, no se han llevado a cabo tales ayudas, pero la mayoría de las veces las tropas se han encargado de entrar a los pueblos destruyendo todo lo que han encontrado al paso, violando, masacrando. El caribe está inundado de bases norteamericanas y tras los desastres naturales (que ocurren con bastante frecuencia) las tropas se aseguran de “mantener la paz social” a punta de fusil ante los pueblos desesperados que lo han perdido todo.
En realidad, como lo plantea la “Estrategia de Defensa Nacional”, para los EEUU: “Este conflicto es una campaña irregular prolongada, una violenta lucha por la legitimidad y la influencia sobre la población. El uso de la fuerza juega un papel, sin embargo, los esfuerzos militares para capturar y matar a los terroristas pueden estar subordinados a las medidas para promover la participación local en el gobierno y los programas económicos para estimular el desarrollo, así como los esfuerzos para entender y atender las quejas que a menudo se encuentran en el corazón de la insurgencia. Por esta razones, posiblemente el componente militar más importantes de la lucha contra los extremistas violentos no es tanto nuestra propia intervención, sino lo bien que ayudamos a nuestros socios a defenderse y gobernarse a sí mismos. Trabajar con y por medio de los agentes locales cuando sea posible para hacer frente a los retos de seguridad común es el enfoque mejor y más sostenible para luchar contra el extremismo violento. A menudo, nuestros socios están en mejor posición para manejar un determinado problema porque entienden la geografía local, las estructuras sociales y la cultura local mejor que lo que nosotros jamás podríamos. Es la colaboración entre las agencias de nuestros socios internacionales lo que ayudará a los Estados vulnerables y las poblaciones locales en su intento de mejorar las condiciones para erradicar el extremismo y desmantelar las estructuras que apoyan y permiten que los grupos extremistas crezcan”.
Como vemos, la administración Obama, al igual que todos sus antecesores, también tiene una gran preocupación en el desarrollo de la política de “seguridad” (de los negociados yanquis). Ante los frentes internos que se han abierto en EEUU con la crisis, como el desempleo, la salud y la vivienda, evidentemente el control de otras regiones y el desarrollo de la guerra siguen siendo la salida para el gobierno norteamericano, más allá de que sean conservadores o demócratas quienes estén al mando.
Por eso en EEUU, gobierne quien gobierne, la burguesía ya tiene un plan para mantener y acrecentar sus negocios. No se trata de un plan maquiavélico de la mano de personajes monstruosos como W. Bush. Se trata de la única lógica que mueve al capital, el de la competencia más feroz para sobrevivir en el mercado y ampliar sus ganancias. En ese camino, para la burguesía todo vale: la guerra, la invasión, la destrucción, la tortura, la muerte.
Pero, así como el imperialismo se prepara, también la resistencia se nutre de experiencia y resurge ante cada ataque. Aún bajo la opresión y en condiciones de absoluta inferioridad, la persistencia de los que resisten nos muestra que no hay otro camino que la lucha y que, por más difícil que sea, sólo por ese camino podremos vencer los planes de sumisión y dependencia que traen los yanquis para América Latina.
(1) Esta aeronave se toma como referencia ya que se trata de un avión militar a reacción de gran tamaño para transporte de carga de hasta 77 toneladas (puede trasladar tanques Abrams M1 y también tropas -del orden de 200-), con un alcance máximo sin reabastecimiento de combustible de 2000 millas náuticas (unos 3700 km) en un vuelo de ida y vuelta, y del orden de los 3500 mn (6500 km) su rango de punto a punto. Opera en pistas de 900 metros de longitud.
(2) “Estrategia de Defensa Nacional”, Junio de 2008, publicado por el Departamento de Defensa de EEUU.
(3) “EEUU aumenta sus planes de guerra en Latinoamérica”, Global Research, 23 de Julio de 2009. (http://www.globalresearch.ca)
(4) Comunicado de Prensa del Departamento de Estado sobre el acuerdo de defensa con Colombia, 18 de agosto de 2009. (http://www.state.gov/r/pa/prs/ps/2009/aug/128021.htm).
(5) En esta FOL hay personal de EEUU, Holanda, Reino Unido, Canadá y Francia. Las operaciones diarias son dirigidas por la fuerza aérea norteamericana.
(6) “Estrategia de Defensa Nacional”, Junio de 2008, publicado por el Departamento de Defensa de EEUU.