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Ernesto Che Guevara: Marxismo, revolución y hombre nuevo


1967 - 8 de octubre – 2011.

El Che Guevara tuvo un compromiso práctico, político y teórico con la revolución socialista. Su lucha incansable por el triunfo y desarrollo de la revolución, que hoy recordamos a 44 años de su caída en combate, estuvo acompañada siempre por el estudio y la lectura crítica de la realidad en base al aporte del marxismo, lo que lo constituye en un vivo ejemplo de praxis revolucionaria.

Ernesto Guevara, antes aún de ser el Che dentro del Movimiento 26 de Julio que impulsaría la lucha por el poder en Cuba, era ya un asiduo interesado por el marxismo. Principalmente a partir de 1954, en su estancia en Guatemala y luego en México, el Che se formó afanosamente en las obras de Marx, estudiando con detenimiento El Capital y pasando revista a obras del Marx más joven, de Engels y de Lenin, entre otros.
Ya involucrado por completo con “San Carlos” (como llamaba a Marx en las cartas a su familia); su interés, conocimiento y valoración sobre el particular lo convirtieron en el responsable de impartir la formación de marxismo a los jóvenes del M26 en México a partir de 1955. Sus definiciones se harían notar pronto. No sólo sería el responsable de incorporar las obras marxistas a la biblioteca del grupo revolucionario, allanada por la represión mexicana, sino que entonces sería también el último en salir de la cárcel, agravando su situación por su enfática defensa de su carácter comunista y revolucionario.
Como es evidente, su abordaje del marxismo no era un asunto de escritorio, sino que consistía en una reflexión política profunda para guiar la acción revolucionaria. Así, para ser consecuente con su pensamiento marxista, el Che se involucra de lleno en el grupo de revolucionarios que partirá a Cuba en el yate Granma a luchar por la toma del poder, alcanzada finalmente en enero de 1959. En ese sentido el Che se presenta como clara expresión del concepto de praxis, eje central del marxismo, sosteniendo la necesaria interrelación dialéctica entre la teoría y la práctica, entre la reflexión conciente y la acción revolucionaria.
Sus agudas definiciones políticas lo destacan, no sólo para las agencias de inteligencia, que lo consideran uno de los agentes del comunismo en el seno del M26, sino también en el mismo movimiento revolucionario, donde sus posiciones contrastan con las de los sectores nacionalistas y más conciliadores de los combatientes, que rechazan la orientación socialista de la revolución.
En base a estos principios, el Che será un dirigente ejemplar de la lucha revolucionaria para la toma del poder primero, y para la organización de la nueva sociedad después. Esto último se verá ya con la disposición de las primeras normativas para la reforma agraria aún en el marco de la guerra revolucionaria, y luego de tomado el poder, con su posicionamiento por la profundización del proceso de transformación, impulsando las expropiaciones, la socialización de la economía y la participación activa y conciente de la clase obrera y el pueblo de Cuba en la construcción del socialismo.
La significación que tuvo el marxismo para el Che, como una herramienta central para pensar y desarrollar la revolución, se hizo patente en los años 1963-1964, en el marco del llamado “gran debate” económico. Entonces, el Che, devenido en ministro de industrias de Cuba, fue la figura central de una polémica sobre las características que debía asumir la organización de la sociedad, en la que se enfrentó abiertamente con los cuadros que asumían las posiciones más ortodoxas del marxismo estructuralista y stalinista, poniendo en evidencia tanto las limitaciones conceptuales como el carácter conservador de las propuestas que éstos sostenían.
El debate se centraba en la discusión sobre cuál era la forma más adecuada de organizar la economía en el proceso de transformación revolucionaria. Pero traía aparejadas concepciones más profundas sobre la significación de la participación conciente de la clase obrera en la construcción del socialismo, y sobre las características del proceso histórico y la dinámica revolucionaria.
En este marco, el Che profundizó el estudio y el balance sobre el marxismo, recuperando los aportes de los primeros textos de Marx (especialmente los Manuscritos y el problema de la alienación) mientras sostenía una lectura intensa de El Capital. Sus definiciones lo hicieron sobresalir, sobre el transfondo de un debate desarrollado por esos años entre lecturas estructuralistas y humanistas del marxismo. En contraste con las posiciones de los manuales soviéticos (que pronto el Che se encargará de criticar directamente) y del estructuralismo de Althusser, para quienes el socialismo y el comunismo se presentaban como expresión natural y mecánica de un proceso evolutivo de fuerzas objetivas, el Che destaca el papel central del hombre como actor conciente de la historia, y con él, el de la lucha de clases, para imponer transformaciones sociales en un marco objetivo dado. Es decir, reconociendo los condicionamientos materiales de las estructuras económico sociales, revaloriza la centralidad de la acción conciente y organizada que permite el avance de la revolución.
Mientras el “socialismo real” soviético que se adjudicaba ser el centro doctrinario del marxismo (y que tenía una importante influencia sobre la dirigencia cubana, principalmente la proveniente del PSP) se había transformado en una sociedad que no daba lugar a la participación activa y conciente de la clase obrera, el planteo guevarista se orientaba exactamente en el sentido contrario: “Nosotros no concebimos el comunismo –decía- como la suma mecánica de bienes de consumo en una sociedad dada, sino el resultado de un acto conciente, de allí la importancia de la educación y, por ende, del trabajo sobre la conciencia de los individuos en el marco de una sociedad en pleno desarrollo material”.
De ahí su impulso práctico para el compromiso militante con la revolución, a través de la educación, del trabajo voluntario, de la conducta ejemplar de los dirigentes. Y de ahí también su concepción revolucionaria de absoluta raigambre marxista, que va mucho más allá del problema de la distribución material de bienes, y que en cambio, con esa base material, se plantea e impulsa la liberación del hombre de su enajenación, forjando un “hombre nuevo” conciente de su participación activa y solidaria en una nueva sociedad sin explotación.
En consonancia con este criterio, encontramos su ratificación de la acción práctica, su perseverancia en dar impulso a nuevas experiencias revolucionarias las cuales, más allá del limite objetivo que significó la adopción de un método inviable, estaban dando cuenta de su vocación internacionalista y de su compromiso con el marxismo concebido no como teoría pura sino como praxis. En ese intento siempre renovado por forjar (y forjarse) un hombre integral, el Che sigue profundizando su estudio del marxismo, incluso recuperando a autores concebidos como “herejes” por la literatura oficial soviética como Lukács o Trotsky, cuyas notas plasmó en sus cuadernos de lectura en Bolivia, algo que hacía al tiempo que sostenía su lucha para la extensión de la revolución.
Así, en esa búsqueda permanente de una coherencia entre la teoría y la práctica, profundizando el análisis marxista y desarrollando el combate contra la explotación, el Che se nos presenta como uno de los más altos ejemplos de praxis revolucionaria. A 44 años de su caída en combate, su ejemplo nos marca un camino para avanzar en la organización y la lucha para la revolución socialista.
¡Hasta la victoria siempre!

La “política” de la izquierda electoral

Cada vez que se abre un nuevo proceso eleccionario en que la burguesía medirá fuerzas entre sus distintos representantes y legitimará a sus principales candidatos para reafirmar su conducción del estado patronal, una parte de la izquierda se lanza de lleno a la práctica electoral. En lo que sigue presentamos un debate con esos compañeros.



Entre los sectores de la izquierda que se inclinan hacia la práctica electoral, hay quienes consideran que es posible avanzar hacia la transformación social por medio de la vía parlamentaria. Son abiertos representantes de una corriente histórica, la socialdemocracia, que rechaza el camino de la revolución y se incorpora, en cambio, a la práctica institucional del capitalismo, para intentar cambiar algunas cosas “desde adentro”. Su destino comprobado es, o bien pervivir como grupos irrelevantes (que, además de rechazar la organización para la revolución, tampoco logran peso en la política burguesa), o, bien, adaptarse por completo a las pautas del parlamentarismo capitalista, acercándose a partidos patronales para poder tener chances. Es el destino tantas veces repetido que, en el caso de llegar a instancias de poder representan opciones abiertamente antipopulares como el PT de Lula en Brasil, el Frente Amplio uruguayo de Mujica, o el Frente Grande y la Alianza de De la Rúa en nuestro país. Hoy esas experiencias intentan repetirse, y distintos grupos se incorporan a proyectos como Proyecto Sur, el socialismo de Binner, o el mismo kirchnerismo.

Pero además de esta visión “posibilista” que nos llama abiertamente a bajar las banderas socialistas contra la explotación y la opresión, hay otra versión del electoralismo de izquierda que sostiene ser capaz de mantener una práctica clasista militante y, al mismo tiempo, aprovechar “tácticamente” la participación electoral, con lo cual, se supone, la actividad electoral no sería el centro de su política.

Este llamamiento a la participación electoral, tiene un primer problema serio: se vuelve imposible para estas fuerzas ser claros en la necesaria denuncia sobre el carácter capitalista del estado y del rol legitimador que cumple el sistema electoral para sostener el dominio de la burguesía, toda vez que ellos mismos buscan ser parte de ese proceso. Así, vemos como, lejos de poder desenmascarar el rol de la democracia parlamentaria como recurso para el dominio patronal, su discurso se reorienta hacia un reclamo para profundizar ese sistema, pidiendo “más democracia”, “pautas claras”, “igualdad de tratamiento” y demás formulaciones(1).

Más allá de este problema central, es preciso hacer notar que esa pretendida “táctica” electoral que, se supone, sólo estaría acompañando una política más general para el desarrollo de la revolución, se transforma, en realidad, en el centro de la política de muchas de estas fuerzas. Así, pasan a centrar toda su militancia sobre el plano electoral, poniendo a disposición para eso el grueso de sus medios de difusión, económicos y sus militantes, e incluso tratan de que todas las organizaciones sociales, sindicales y políticas se encuadren en esa misma dinámica electoralista.

Tan profunda es su aprehensión a este recurso que consideran que participación electoral es sinónimo de “política”, acusando a quienes no comparten su afán electoralista de “apolíticos” y “sindicalistas”, y tirando así por la borda los planteos más elementales del marxismo y del leninismo que jamás asimilaron mecánicamente, como ellos, a la política con el electoralismo.

Pero además de estos problemas para nada menores, es necesario poner en evidencia también, cómo el camino electoral tracciona fuertemente a estas fuerzas hacia posicionamientos que nada tienen que ver con una orientación revolucionaria, como ahora sucede con el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). Es que, al contrario de lo que dicen, sobre que la “táctica” electoral serviría para amplificar la difusión de ideas revolucionarias, lo que vemos más bien es cómo, para poder ser aceptados en el marco de la disputa electoral que domina la burguesía, los candidatos y las fuerzas van acomodando su discurso y lenguaje a las exigencias de la democracia parlamentaria (defensora de las instituciones, obviamente) y a los reclamos de las clases medias.

Tal vez uno de los puntos donde eso se hace más patente es en la posición de esta izquierda electoral ante el reclamo reaccionario de “mayor seguridad”, lo que en criollo significa, ni más ni menos que más represión para los más pobres. Lejos de señalar esta realidad tan evidente (que tal vez no brinde tantos votos), sus candidatos y programas se proponen presentar “soluciones” a la inseguridad.

Por supuesto, jamás le reclamaríamos a la izquierda electoral que sea capaz de realizar un imposible, como sería lograr desde una banca de legislador transformar las condiciones estructurales que en la sociedad actual dan lugar a la delincuencia. Es claro que para eso sería indispensable cambiar las condiciones de vida de los trabajadores y el pueblo pobre, impactando de tal forma en la alimentación, la vivienda, la educación y demás puntos centrales, que permitan revertir la desesperación y la descomposición a que nos ha llevado el capitalismo dependiente argentino. No le pediríamos jamás a un legislador que intente hacer lo que sólo una revolución puede hacer. Lo que es realmente sorprendente es cómo, siendo así las cosas, la izquierda electoral es capaz de hacer programas contra la inseguridad, brindando supuestas alternativas dentro del sistema actual. Así, el FIT, por ejemplo, plantea la creación de nuevas fuerzas represivas supuestamente “democratizadas” a partir del control o la elección ciudadanas, algo que linda peligrosamente entre el ridículo y formas de legitimación de la represión.

En la campaña de la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, un programa de 10 puntos del FIT dice en el eje “inseguridad ciudadana”: “A diferencia de Solanas que propone la transferencia de la sospechada Federal a la Ciudad, o sea, una medida jurisdiccional, planteamos la creación de una fuerza realmente autónoma de protección de los derechos ciudadanos, responsable ante la población y cuyos integrantes resulten seleccionados por organizaciones populares y de derechos humanos independientes del Estado. De este modo, combatiremos la inseguridad cotidiana en su raíz...”. Y en otro volante del FIT para el mismo distrito puede leerse, entre lo que llaman “nuestras propuestas”: “Derecho a la sindicalización policial y elección del comisario. Autoorganización de los vecinos para disuadir el delito”. En fin... difícil ser más explícitos. Con tal de conseguir el apoyo de quienes reclaman mayor seguridad, la izquierda electoral es capaz de acercarse a sus discursos y prácticas, diluyendo así las posiciones de clase. No en vano, quienes hoy encabezan el FIT convocaron y participaron de las movilizaciones de Blumberg contra la inseguridad, con la intención de mostrarse susceptibles a un recamo popular... de derecha. Hoy nos proponen métodos para el fortalecimiento de la corporación policial (como ya sucede en Europa, abonando la sindicalización de los represores), la “elección democrática” de los comisarios verdugos del pueblo, o directamente armar a los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires para combatir la inseguridad... algo abiertamente reaccionario.

Así, con la participación electoral, no sólo apoyan los mecanismos institucionales para la dominación, dificultando su denuncia, no sólo desplazan recursos y energías a la vía muerta del parlamentarismo, sino que además se empapan ellos mismos de concepciones reñidas con las tareas de la revolución y el socialismo. Eso sí, están convencidos de que eso es “hacer política”. No lo compartimos, compañeros.


NOTAS:

1) Es lo que pasó, por ejemplo, tras la modificación de la ley electoral y la campaña contra la “proscripción” de la izquierda y por la “democratización” del sistema electoral.

Junio – Julio 1975. Coordinadoras y lucha obrera

Al calor de la lucha obrera contra la burocracia y el ajuste que impulsaba el gobierno peronista de Isabel, se gestaron las coordinadoras interfabriles, que se alzan como una de las más altas experiencias organizativas y de lucha del movimiento obrero en nuestro país.



A comienzos de junio de 1975, mientras atacaba duramente al activismo político y sindical a través de sus bandas, como la AAA, el gobierno de Estela Martínez de Perón se propuso avanzar con un brutal plan de ajuste sobre la clase trabajadora con el objetivo de favorecer la rentabilidad de los negocios de los sectores más concentrados de la clase capitalista. Desde el ministerio de economía, el recientemente asumido Celestino Rodrigo impulsó una fuerte devaluación del peso, aumentos en las tarifas de los servicios públicos, del precio de los combustibles y otros productos de alto impacto sobre el bolsillo de la clase trabajadora. Todo esto, al tiempo que se estableció el congelamiento de las negociaciones paritarias que se venían desarrollando en cada gremio. Esto significaba, en síntesis, un descarado ajuste que avanzaba directamente sobre el salario de los trabajadores.

La burocracia sindical peronista, encabezada en aquel momento por Lorenzo Miguel (secretario general de la UOM y jefe de las 62 Organizaciones) y Casildo Herreras (secretario general de la CGT) se pronunciaba formalmente en contra de las medidas económicas pero convocaba a defender al gobierno de Isabel, se oponía a la realización de medidas de fuerza y denunciaba y atacaba la actividad de los numerosos sectores de la clase trabajadora que se organizaban de forma independiente y enfrentaban decididamente el ajuste del gobierno peronista.



Organización independiente y lucha obrera

Para mediados de 1975, la clase trabajadora había acumulado una importante experiencia de organización y de lucha, destacándose las jornadas del Cordobazo y el Viborazo, y las experiencias clasistas de los obreros de Fiat en Córdoba y de las heroicas luchas de los metalúrgicos en Villa Constitución.

De esta forma, si bien las principales estructuras gremiales (CGT y sindicatos) continuaban en manos de la burocracia, tras años de organización independiente, muchos cuerpos de delegados y comisiones internas de las principales fábricas del país habían sido recuperados por grupos antiburocráticos, con un importante protagonismo de distintas organizaciones políticas (JTP, PRT, OCPO, GOR, PST, PO). Y este factor fue, sin dudas, central a la hora de dar impulso a la lucha contra el ajuste del gobierno peronista y de poder avanzar en instancias superiores de coordinación.

Como demostración de los elevados niveles de confrontación con la burocracia y de la destacada combatividad de aquellos días, podemos mencionar el caso de los trabajadores de Ford. Esta automotriz de Pacheco era el complejo industrial más importante de la zona norte del Gran Buenos Aires, ocupaba a 7.500 obreros y contaba con un cuerpo de delegados de 130 miembros. Dentro de la oposición a la burocracia del SMATA de José Rodríguez, la organización política con mayor peso e influencia entre los trabajadores era el PRT. En el marco de la organización del plan de lucha contra las medidas anunciadas por el ministro Rodrigo, el 6 de junio, el secretario adjunto del SMATA (Mercado) fue expulsado de una asamblea, abucheado por los trabajadores, al intentar frenar la lucha y acusar al activismo independiente de “subversivo”. Pocos días después, ante un nuevo ataque por parte de la burocracia y, en el marco del plan acción, los obreros de Ford decidieron en asamblea paralizar la producción y marchar hacia la Capital Federal, protagonizando una histórica movilización que congregó a más de 5.000 trabajadores, ganando a su paso la solidaridad y el apoyo de obreros y activistas de distintas fábricas de la zona(1).

Situaciones como está, de gran combatividad y enfrentamiento con las conducciones burocráticas, se repitieron en aquellos días en cientos de fábricas del conurbano bonaerense: Propulsora Siderúrgica, Rigolleau, Astillero Río Santiago, Astarsa, Mercedes Benz, General Motors, Laboratorio Squibb…



La Coordinadora

Como en Ford, entonces, en otras de fábricas del Gran Buenos Aires y de Capital Federal, los trabajadores se pusieron de pie para enfrentar el ajuste y, desbordando a la burocracia sindical, discutieron los pasos a seguir en asamblea: piquetes, paro de actividades, movilización… Y en este marco de agitación comenzó a gestarse la coordinación entre los distintos grupos de trabajadores en lucha. El 28 de junio se realizó el “Primer Plenario de la Coordinadora de Gremios, Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados en Lucha de Capital Federal y Gran Buenos Aires” que fue una herramienta fundamental que se dieron los trabajadores para poder avanzar en la coordinación de las luchas, superando efectivamente las trabas puestas por la burocracia. En los días siguientes, se sucedieron innumerables reuniones en cada una de las zonas de la Coordinadora (Norte, Oeste y Sur del Gran Buenos Aires y Capital Federal) y se profundizaron los enfrentamientos al interior de cada empresa y la movilización.

Entre los puntos reivindicativos principales levantados por la Coordinadora estaban la reapertura de las negociaciones y la homologación de los acuerdos paritarios, el pedido de renuncia a todos los burócratas que apoyaban el ajuste gubernamental, con un fuerte posicionamiento a favor de la democracia obrera y la recuperación de los sindicatos para los trabajadores, y el reclamo de la libertad de todos los presos políticos, entre los cuales se contaban destacados dirigentes sindicales.



Una destacada experiencia para el movimiento obrero

La profundización de la lucha (no sólo en Buenos Aires a través de la Coordinadora, sino también en Córdoba con la Mesa de Gremios en Lucha, y en las principales ciudades del país), sumado a la situación de debilidad del gobierno y a las internas cada vez más fuertes dentro del peronismo, forzaron a que burocracia convocara al paro general y, finalmente, a que el gobierno debiera ceder. En los días sucesivos, se aceptó la homologación sin tope de los acuerdos paritarios y renunció todo el gabinete de ministros, incluidos, López Rega (organizador de la AAA) y Celestino Rodrigo.

La experiencia de la Coordinadora y de la movilización de los trabajadores contra el gobierno de Isabel da muestra de la potencialidad del movimiento obrero cuando se organiza de forma independiente a la burocracia sindical y se dispone a dar la lucha a fondo por sus reivindicaciones. Una experiencia de gran valor de la cual debemos aprender, por lo tanto, quienes hoy nos proponemos continuar con ese camino de lucha para los trabajadores.




NOTAS:

1) Héctor Löbbe, “La guerrilla fabril”, Ediciones RyR.

14 de junio: Che Guevara, el revolucionario

El 14 de junio de 1928 nació, en Rosario, Ernesto Guevara, el Che. Su entrega y compromiso revolucionario lo llevaron a ocupar un lugar central en la lucha por la toma del poder y en la construcción del socialismo en Cuba, a participar en otras luchas revolucionarias en África y América Latina, y a convertirse en un claro exponente de la vía revolucionaria para alcanzar el socialismo. Hoy, su ejemplo nos señala el camino de la revolución.


Cuando el Che comenzó a ser una figura reconocida en el continente y el mundo por su práctica revolucionaria, la orientación más habitual en la izquierda y el movimiento popular distaba mucho de sus concepciones revolucionarias. Por el contrario, estaba dominada por el reformismo y el populismo.

Entonces, el campo de la izquierda estaba, en gran medida, influenciado por el stalinismo. La política promovida por el PC de la URSS, seguida al pie de la letra por la mayoría de los PC latinoamericanos, era abiertamente reformista: mantenerse en el marco del sistema político y social dominante, la democracia burguesa, haciendo eje en la participación electoral. Para los representantes de esa corriente la palabra “revolución” era un latiguillo o una idea vaga, y nada tenía que ver con una práctica concreta de organización y lucha para la toma del poder. Eso implicaría romper la paz y la estabilidad de la convivencia democrática con la que estaban comprometidos. Con esta práctica, los PC llegaban incluso a sumarse a coaliciones abiertamente reaccionarias, como sucedió con la Unión Democrática de 1945 en nuestro país.

A su vez el ascenso de corrientes y gobiernos populistas en distintos países latinoamericanos, había llevado a que varios grupos provenientes de la izquierda, en su intento de acercase a sectores populares, se incorporaran directamente a estas corrientes de la burguesía. Así, por ejemplo, atrás del peronismo argentino se encolumnó abiertamente la llamada “izquierda nacional” de Abelardo Ramos, mientras otros grupos, como el de Nahuel Moreno, intentaban el “entrismo”, poniéndose “Bajo la disciplina del General Perón”.

De esta forma, las dos opciones predominantes para la izquierda o las organizaciones populares eran, o bien el apoyo al populismo y sus movimientos o gobiernos que planteaban reformas sociales dentro del capitalismo, es decir, sin combatir a la burguesía y su sistema de explotación; o bien el reformismo, que hablaba de socialismo, pero estaba integrado en la práctica a la dinámica de la democracia burguesa y su sistema electoral, y que no planteaba impulsar un proceso revolucionario para la toma del poder.

En contraposición a estas dos tendencias, luego de la revolución cubana y con la importante influencia del Che, en América Latina cobraron protagonismo militantes y organizaciones que reconocían la vía revolucionaria para la toma del poder, retomando así las más importantes tradiciones de la izquierda (como la bolchevique) y aprendiendo de la experiencia práctica de los combates por el poder en Cuba, como base para alcanzar una verdadera transformación social. En nuestro país, el PRT fue la expresión más importante de esta tendencia que se planteó impulsar la lucha revolucionaria para alcanzar el socialismo.

La influencia del Che fue central para dar lugar al desarrollo de esas experiencias que intentaron abrir un camino revolucionario, rompiendo con las tradiciones de adaptación al sistema impulsadas por el populismo y el reformismo.

Por una parte, porque el Che fue un enemigo abierto de cualquier posibilidad de contemporizar con la burguesía. Como diría en su célebre “Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental”, cerrándole la puerta a todos aquellos que planteaban instancias de conciliación con sectores de las clases dominantes: “las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo (si alguna vez la tuvieron) y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución”(1). Por supuesto, como era habitual en el Che, esa no era una mera posición política, sino que era expresión de su práctica revolucionaria. Así, el Che dedicará su vida y morirá luchando contra el capitalismo. Y en cuanto alcanzó el poder, como sucedió en Cuba, fue un actor central en el proceso de expropiación de la burguesía y en la organización de la sociedad socialista a partir de la centralización económica y el impulso de la educación y la moral socialista de un “hombre nuevo”.

A su vez, el Che enfrentó a aquellos que buscaban orientar su práctica por la vía reformista e institucional y rehuían de la lucha revolucionaria por el poder. Era tajante al señalar que la lucha obrera y popular no tenía sentido si se limitaba a la búsqueda de reformas al interior del capitalismo, a conseguir la democracia o a ampliar sus atributos: “Luchar solamente por conseguir la restauración de cierta legalidad burguesa sin plantearse, en cambio, el problema del poder revolucionario, es luchar por retornar a cierto orden dictatorial preestablecido por las clases sociales dominantes: es, en todo caso, luchar por el establecimiento de unos grilletes que tengan en su punta una bola menos pesada para el presidiario”.(2)

Es patente que el pensamiento del Che tiene plena vigencia y es preciso recuperarlo para poder avanzar hacia una verdadera transformación revolucionaria.

De hecho, hoy, mientras la burguesía impone su política, muchas veces las tendencias que se pretenden alternativas siguen atadas a las mismas variantes de las que hablábamos más arriba. Unos, encandilados con corrientes y gobiernos que prometen “humanizar” al capitalismo y que, en ese camino, no se plantean combatir a la burguesía. Allí vemos desde chavistas hasta kirchneristas. Otros, aunque hablan del socialismo, están muy lejos de buscar la revolución (¡algunos hasta condenan la violencia popular!) y en cambio se entusiasman sobremanera con el electoralismo, impulsando la participación en lo que hoy constituye un recurso para la legitimación de los partidos de gobierno, y llevando a su militancia a gastar enormes esfuerzos en una vía muerta.

Es patente, decíamos, que el pensamiento y el ejemplo del Che tienen plena vigencia. Es claro, entonces, que es urgente desarrollar esa corriente política que, siguiendo al Che, plantee el impulso de la revolución socialista. Para eso es central avanzar en los niveles de organización: desarrollar las instancias de lucha y nucleamiento en los distintos ámbitos de intervención reivindicativa, y, sobre todo, fortalecer las instancias de organización política, para poder conformar un partido cuyo eje sea el impulso de la revolución socialista en Argentina. Es el mejor y más necesario homenaje que podemos hacerle al Che y su gran ejemplo revolucionario.




Notas:

1) “Crear dos, tres... muchos Vietnam es la consigna”, 1967.

2) “Guerra de guerrillas: un método”, 1963.

Luchamos por una sociedad nueva y un hombre nuevo

“...el hombre es capaz de forjar un destino cada vez más humano; es decir, un destino en el que el hombre no explote a otro hombre, en el que el hombre pueda aplicar el grueso de su capacidad creadora no a luchar contra otros hombres para comer y vestirse, sino crear una vida más llena de confort y belleza, de solidaridad y libertad, es decir, una vida más propiamente humana.”
Milcíades Peña, Introducción al pensamiento de Karl Marx

Bajo el capitalismo, los trabajadores estamos sometidos doblemente.
En primer lugar, porque, por medio de la explotación, la clase de los capitalistas acaba por quedarse con el grueso de lo que producimos con nuestro trabajo, dejándonos a nosotros sólo las migajas. Así se sigue profundizando la gigantesca desigualdad económica y social que existe entre las clases. Por una parte la burguesía, la clase de los empresarios, los banqueros, los terratenientes y sus socios de la política y el estado, los que son dueños de todo, se enriquece a nuestra costa. Por la otra, los trabajadores seguimos poniendo el lomo diariamente a cambio de salarios que apenas si alcanzan para vivir, viendo cómo muchos de nuestros hermanos se hunden en la miseria más lamentable.
Pero además, la lógica del capitalismo, no sólo repercute en nuestros bolsillos, sino en el centro mismo de nuestras vidas.
El trabajo, que debería servir para que toda nuestra sociedad esté mejor, se nos presenta en la vida cotidiana como un lugar ajeno y desagradable, pues sabemos que no será nuestro pueblo el que se beneficiará con nuestro esfuerzo. Y además, como para los patrones somos una simple mercancía que les da ganancia, es habitual que nos tengan en condiciones de trabajo absolutamente indignas.
Al mismo tiempo, a cada paso, por ejemplo para conseguir trabajo y sobrevivir en él, nos inculcan la lógica de la competencia permanente que refuerza el individualismo y es contraria a la solidaridad. Se nos plantea la exigencia de desplazar a nuestrso hermanos de clase, como requisito para tener un lugar en donde ser explotados y conseguir nuestro lamentable salario. Y esa mecánica de la competencia, que estimula la búsqueda del éxito individual en contraposición con la solidaridad, atraviesa gran parte de la vida social. En gran medida la misma educación está marcada por estos criterios de la competencia y del éxito individual.
A su vez, es habitual que muchos de los deseos y satisfacciones estén atravesados por el impacto del mercado y la propaganda capitalistas que llevan al consumismo. Como mecanismo para seguir obteniendo ganancias, los empresarios inventan siempre nuevas cosas para vendernos, estimulando que consumamos sin parar sus productos. Vemos así, por ejemplo, la multiplicación por millones de marcas y variaciones insólitas en productos de consumo, el “invento” incesante de cosas inútiles, o el despliegue de programas de televisión en donde se difunden esos valores de la competencia y el consumismo.
De este modo, bajo el capitalismo los trabajadores, sufrimos al mismo tiempo las consecuencias económicas de la explotación, que nos ubican en el otro polo de la vida de lujos de los capitalistas, y nos vemos también empapados de capitalismo en el resto de nuestra vida, estimulados a caer en la competencia, el individualismo y el consumismo.
Es por eso que quienes nos organizamos para acabar con los lastres de este sistema, lo hacemos planteando la lucha por una nueva sociedad que no sea sólo “equitativa”, sino también humana y solidaria, el socialismo. Peleamos para vivir en condiciones materiales dignas, pero también para poder pensar y vivir libremente, desprendidos de los condicionamientos perversos e inhumanos del capitalismo, para conformarnos como seres humanos plenos, con posibilidades de desarrollar nuestra capacidad de pensar, de crear y de relacionarnos en forma solidaria y fraterna.
Esa sociedad tiene, necesariamente, que sostenerse sobre nuevas relaciones económicas y sociales, para lo que es imprescindible expropiar a los capitalistas para hacer que lo que producimos todos los trabajadores sea realmente de todo nuestro pueblo. Por eso la lucha revolucionaria por el socialismo, es una lucha contra el capital en su conjunto y contra el estado que lo administra y defiende, para conquistar un gobierno de los trabajadores.
Sobre esa base material el socialismo plantea, como tan claramente nos lo señaló el Che Guevara, la necesidad de forjar un hombre nuevo que se apropie de los valores humanistas de solidaridad entre todos los hermanos de clase.
Seis años después del triunfo de la revolución cubana, habiendo ya expropiado a la burguesía y el imperialismo, habiendo distribuido las tierras y las casas y promovido la formación por medio de una contundente campaña de alfabetización, el Che Guevara escribió un texto muy importante, “El socialismo y el hombre en Cuba”, en el que señala esta necesidad de desarrollar el socialismo, entendiéndolo como una tarea integral de la que forman parte la socialización de la economía y la conformación de un hombre nuevo. Allí, el más grande dirigente de la revolución latinoamericana nos decía:
“Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante su magnitud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja, el cumplimiento de su deber social”.
Y señala también:
“El hombre en el socialismo, a pesar de su aparente estandarización, es más completo, a pesar de la falta del mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir en el aparato social es infinitamente mayor.
Todavía es preciso acentuar su participación conciente, individual y colectiva en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica, de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes y sus avances son paralelos. Así logrará la tal conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación.
Esto se traducirá concretamente en la apropiación de su naturaleza a través del trabajo liberado y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte”.
Siguiendo al Che, nuestra propuesta es librar esa batalla para alcanzar una sociedad sin explotación, en la que se desarrolle un hombre nuevo.

LA CLASE TRABAJADORA VA RECUPERANDO EL PROTAGONISMO

Como un aporte central para el impulso de la revolución socialista es fundamental desarrollar la organización y la lucha independiente de la clase trabajadora y avanzar en la construcción de una dirección antiburocrática, clasista y combativa para el movimiento obrero.

La lucha revolucionaria y por el socialismo nos exige el desarrollo de la organización de la clase trabajadora en todos sus niveles. En el plano sindical, enfrentando a la burocracia para desplazarla de la dirección de los sindicatos y construir un movimiento sindical clasista, antiburocrático y combativo, que represente, organice y conduzca la lucha de la clase trabajadora. En el nivel político, mediante la construcción del partido revolucionario, que nuclee a la vanguardia de la  clase obrera y el pueblo trabajador, a aquellos que se asuman como revolucionarios y sean consecuentes en la práctica, para desplegar el combate contra la burguesía y el capitalismo en todos los terrenos de lucha.
En esta nota, haremos un análisis de las características de la lucha sindical que desarrolla la clase trabajadora en nuestro país, repasando su situación estructural, su organización antiburocrática y la lucha contra la avanzada de los capitalistas.

La importancia de la clase trabajadora

 En Argentina, la enorme mayoría de la sociedad es parte de la clase trabajadora(1), la única clase que produce, con su trabajo, la riqueza social. Según los datos oficiales, los asalariados constituyen aproximadamente el 94% de la población económicamente activa, estimada en casi 20 millones de habitantes, mientras que los patrones, tan solo, el 6%. Y, entre los asalariados, más del 90% cumplen funciones como operarios o trabajadores sin personal a cargo y solamente una ínfima minoría se desempeña en cargos jerárquicos.
Estos primeros datos, dan cuenta clara del peso que tiene la clase trabajadora en la estructura económica y social del país, al tiempo que reafirman el carácter minoritario de la burguesía, clase que vive de la explotación de la enorme mayoría de la sociedad.
A su vez, dentro de la clase trabajadora, los trabajadores ocupados rondan (siguiendo datos oficiales) aproximadamente el 80%, mientras que los desocupados y los subocupados, el 10% y el 13% respectivamente. Esta situación, también pone en evidencia que la clase trabajadora ocupada, atravesada por una heterogénea realidad laboral(2), constituye el sector mayoritario en Argentina.
En esta situación, cobra singular relieve la clase obrera vinculada directamente a la producción. Es que la cuarta parte de los trabajadores registrados se desempeña en áreas fundamentales para el capitalismo local, como son la industria manufacturera, la construcción, la minería y la actividad agropecuaria(3). Y, a pesar de la fragmentación de la producción a través de las PyMES, que explotan a una buena parte de la clase obrera, aproximadamente la mitad de los obreros vinculados directamente a la producción trabaja para grandes empresas que concentran cientos y, en algunos casos, miles de trabajadores(4). A esto se suma la concentración de la inmensa mayoría de este sector de la clase obrera en los centros urbanos, fundamentalmente Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, que concentran casi las tres cuartas partes de la población económicamente activa de todo el país. A su vez, una importante cantidad del resto de los trabajadores, desarrolla su actividad en sectores también vitales para la economía, como el trasporte, las comunicaciones y los servicios.
Este panorama demuestra la importancia que tiene, en la estructura económica y social de Argentina, la clase trabajadora en su conjunto, y, particularmente, la clase obrera industrial, que se concentra en las grandes fábricas de las principales ciudades del país.

Las direcciones burocráticas

 En la actualidad, si bien se desarrollan importantes conflictos obreros a diario, la gran mayoría son monopolizados por las direcciones burocráticas. Para mantener controlada y disciplinada a la clase trabajadora y sus luchas, la burguesía se encarga de sostener a una casta de dirigentes sindicales que, por sus posiciones políticas, sus métodos y sus privilegios, conforman la burocracia sindical. Esta burocracia es la voz y la representación de los intereses del empresariado y el gobierno entre los trabajadores y es uno de los obstáculos que debe derribar la clase trabajadora para desatar la lucha contra el capitalismo.
En Argentina, la burocracia sindical está representada por la CGT, una central abiertamente empresarial y oficialista, y la CTA, una burocracia más “progresista”, también propatronal y progubernamental(5). Pese al desprestigio de muchos de sus dirigentes, ambas centrales sindicales ejercen una fuerte y casi hegemónica influencia sobre la mayoría de la clase trabajadora argentina. Por esto mismo, entre otros tantos factores, la mayoría de los trabajadores están educados en las ideas de la defensa del capitalismo, de sus instituciones, de su democracia y de la conciliación de clases, como consecuencia de la ausencia de un movimiento antiburocrático que pueda disputar a la burocracia la dirección de la clase obrera.
Sin embargo, a pesar del chaleco de fuerza que impone la burocracia sobre la clase trabajadora, ésta logra ofrecer cierta resistencia a los ataques de las patronales, desbordando y muchas veces enfrentando a la conducción de la burocracia.


La cotidiana lucha de clases

 Durante los últimos años, la clase trabajadora argentina viene recobrando el protagonismo perdido en la vida política nacional. La conflictividad entre trabajadores y capitalistas ocupa un lugar de importancia en la realidad social y pone en evidencia el carácter permanente que tiene la lucha de clases. En su necesidad de aumentar los niveles de explotación de la clase trabajadora para incrementar sus ganancias, los capitalistas arremeten con violencia sobre los salarios y las condiciones laborales, e instrumentan suspensiones y despidos con el mismo objetivo. Por supuesto, esta avanzada constante del capitalismo encuentra resistencia entre los trabajadores y sus organizaciones sindicales.
Así se pone en evidencia, en los conflictos que se desarrollan en forma sistemática, que la clase trabajadora enfrenta la avanzada empresarial(6).
Además, es creciente la importancia de las luchas en el sector privado por sobre el público. En la actualidad, tres de cada cuatro conflictos se producen en el sector privado de la economía(7). Esta situación es demostrativa de la confrontación directa que asume la clase obrera contra la patronal, en cada establecimiento laboral.
Es necesario señalar, además, que los principales rubros donde se desarrollaron la mayor cantidad de conflictos constituyen lo fundamental de la economía capitalista. Desde 2005 a la actualidad, la industria manufacturera, el transporte, el almacenamiento y las comunicaciones se han alternado entre los sectores de mayor conflictividad laboral.
El desplazamiento de las luchas desde el sector público al privado y el protagonismo en las ramas principales de la economía marcan un cambio cualitativo en la lucha del conjunto de la clase trabajadora. Es decir que, si bien en los últimos años la cantidad de conflictos se mantiene relativamente estable, se observa un avance en la calidad de las luchas, ya que se desarrollan en los principales rubros de la actividad económica del país y pone de manifiesto la determinación de enfrentar directamente a los capitalistas en cada lugar de trabajo.
En sintonía con este proceso, uno de los datos más significativos de la conflictividad obrera en los últimos años está relacionado con el carácter de base de las luchas y los reclamos. Se está desarrollando un proceso en el que los organismos de base de la clase trabajadora (Cuerpos de Delegados y Comisiones Internas) van asumiendo un protagonismo creciente en la organización y la instrumentación de las medidas de fuerza contra los capitalistas, poniendo en evidencia el proceso embrionario aún de organización obrera desde cada establecimiento laboral(8). En muchos casos, los conflictos se desarrollan sin, o contra, la representación burocrática(9).
En este escenario, es necesario destacar que esta lucha cotidiana de los trabajadores se desarrolla a pesar de que una escasa porción de la clase trabajadora se encuentra sindicalizada, aproximadamente el 37%, y pese a que sólo el 12,4% de las empresas que operan en el país cuenta con presencia de delegados sindicales(10).
Todo esto pone en evidencia el lugar de importancia que está ocupando la lucha sindical de la clase trabajadora contra la burguesía, sobre todo en el sector privado de la economía y en rubros tan delicados para el capitalismo, como la industria y el transporte. Al mismo tiempo, son demostrativos del proceso, incipiente aún, de organización independiente, desde cada lugar de trabajo, sin la tutela o directamente contra la burocracia sindical de la CGT y la CTA, que protagoniza la clase trabajadora argentina.

 El movimiento independiente

 Entre todos los conflictos y luchas desarrollados en los últimos años, se han destacado experiencias tan importantes como las del Subte(11), Kraft, Fate, Arcor, Zanón, el Hospital Garrahan, los SUTEBAs recuperados, entre tantas otras.
Sin dudas, todas estas experiencias reflejan el punto más avanzado al que ha llegado la clase obrera en los últimos años en organización y lucha, en el plano sindical, contra la burguesía, sus gobiernos y la burocracia. Son experiencias construidas a lo largo de varios años y que representan los ejemplos más importantes de organización independiente, donde los obreros han recuperado (o construido, como en el caso del subte) los organismos sindicales, como los Cuerpos de Delegados, las Comisiones Internas y las Seccionales, y han apelado a los métodos de lucha de los trabajadores, como la huelga, el piquete, el sabotaje, la movilización y la ocupación de la planta o, como en Zanón, la puesta en marcha de la producción bajo el control obrero. Estas experiencias del movimiento independiente, en su momento, han puesto en el centro de la escena política el debate planteado por los trabajadores y se han constituido en ejemplos para el conjunto de la clase trabajadora.
En cada una de estas luchas puntuales, toda la clase trabajadora ve una referencia a seguir. Por eso, el encono con el que las ataca toda la burguesía, con su amplio arsenal: gobierno, justicia, represión, burocracia, prensa, como se evidenció en el conflicto de Kraft. Es que en cada uno de estos conflictos se enfrentan, a pequeña escala, los trabajadores y los capitalistas, como clase. Se dirime quién se impone en la batalla. Por eso, una derrota se convierte en un importante revés para todos los trabajadores y en un fortalecimiento de las filas de los capitalistas. El caso del paso a la burocracia de un sector del Cuerpo de Delegados del subte, es un ejemplo de esto. Asimismo, un triunfo de los obreros en lucha robustece los ánimos y la predisposición a la pelea de toda la clase trabajadora, como ocurrió con la ruptura del techo salarial impuesto por los obreros de la alimentación, que repercutió favorablemente en otros rubros(12).
En la actualidad, sin dudas, existe y, no exento de contradicciones, se desarrolla un movimiento de los trabajadores independiente de la burocracia sindical, de los gobiernos de turno y de los capitalistas. Una prueba irrefutable de ello, han sido los sucesivos encuentros obreros celebrados en la zona norte del Gran Buenos Aires, donde está radicada una de las concentraciones fabriles más importantes del país. Hace más de tres décadas que no se desarrollaba en Argentina un encuentro obrero de semejantes características (antiburocrático y antipatronal) y de tales dimensiones (casi 500 delegados y activistas sindicales). Sobre la base de innumerables conflictos, luchas y experiencias sindicales, se ha logrado avizorar una perspectiva de coordinación y fortalecimiento de la organización y la lucha de la clase trabajadora.
El movimiento independiente aun es incipiente y representa a un sector muy reducido de la clase trabajadora. Es una tarea central del momento el fortalecimiento de este movimiento que pueda enfrentar a la burocracia sindical y se plantee como una alternativa para la lucha de los trabajadores.

Por una dirección antiburocrática, clasista y combativa

 Hoy, la clase trabajadora argentina carece de una dirección antiburocrática, clasista y combativa.
Entre las corrientes políticas que intervienen y tienen cierta influencia en el movimiento sindical por fuera de la burocracia, se encuentran las que no bregan por la independencia de clase, sino por las alianzas con algún sector de la burguesía o de la burocracia sindical(13). Estas organizaciones están muy lejos de convertirse en una alternativa real para la clase obrera, ya que no confían en la fuerza de los trabajadores, por eso depositan sus esperanzas en el auxilio de sectores enemigos de la clase obrera, como los capitalistas y los burócratas.
Por otro lado, existen varias organizaciones y experiencias de lucha que abrazan las banderas de la independencia de clase. Sin embargo, por sus concepciones políticas, estas organizaciones enarbolan el pacifismo y la denuncia de los métodos de lucha que no se ajustan a la legalidad del régimen; y promueven un falso atajo institucional, que deposita en las elecciones la confianza que no tienen en la lucha(14). De este modo, si bien son parte integrante del movimiento independiente de los trabajadores, muchas veces ponen un freno a la lucha de la clase obrera contra los capitalistas y los burócratas.
En los límites que encuentra la lucha reivindicativa de la clase trabajadora se pone de manifiesto la ausencia de una dirección antiburocrática, clasista y combativa. La decisión política de no impulsar más allá de los carriles institucionales la lucha obrera contra la burguesía por parte de organizaciones reformistas se evidencia por ejemplo en la falta de preparación para resistir los golpes de la represión en cada conflicto.
El escándalo en el último encuentro obrero de zona norte, al que organizaciones como el PO directamente ignoraron, también evidencia la carencia de una organización que priorice el desarrollo organizativo de los trabajadores y no las apetencias electoralistas, como hicieron el PTS y el MAS(15), intentando dirimir sus diferencias sobre candidaturas en ese ámbito o “construir un gran partido de los trabajadores”(16), confundiendo las organización sindical con la partidaria.
En la actualidad, la clase obrera destaca un conjunto cada vez más importante de activistas y delegados antiburocráticos para la lucha. Esto constituye un gran paso adelante, que debemos extender y desarrollar para construir una dirección clasista y combativa, que sea parte protagónica y oriente el cauce de la organización y la lucha sindical, como parte fundamental para el enfrentamiento general contra la burguesía.

 

Conclusiones

 Como hemos visto, es la clase trabajadora, la inmensa mayoría de la sociedad, quien hace funcionar el país.
Además, el sector ocupado en las ramas fundamentales de la economía nacional posee un peso considerable en la estructura económica y social argentina y existen importantes concentraciones obreras en las grandes fábricas de los principales centros urbanos.
En los últimos años, pese a que, en su gran mayoría, la clase trabajadora se encuentra encorsetada, política y organizativamente, por la burocracia sindical de la CGT y la CTA, la lucha obrera viene recuperando el protagonismo perdido. La conflictividad obrera se fue desplazando de los sectores estatales a los de la industria, el transporte y las comunicaciones, evidenciando un avance cualitativo en la lucha de la clase trabajadora porque, además, de la mano de este proceso, se va poniendo de manifiesto el insipiente cuestionamiento a las direcciones burocráticas, a través del desarrollo de conflictos conducidos por los organismos sindicales de base.
Hoy, sobre la base de este proceso de desarrollo de la lucha sindical en los sectores más importantes del proletariado argentino, va apareciendo un movimiento sindical independiente de los capitalistas, los gobiernos y la burocracia sindical.
En este escenario, y ante lo incipiente del movimiento independiente, es necesario contribuir al desarrollo de la organización clasista, antiburocrática y combativa de la clase trabajadora desde cada lugar de trabajo, desde cada coordinación, para avanzar en este sentido y forjar, al calor de la lucha, otra dirección para la clase obrera argentina. Esta tarea, junto a la construcción del partido revolucionario de la clase obrera, es fundamental para avanzar por el camino de la revolución socialista.

NOTAS:
1) Para ver un panorama más amplio de la estructura social en Argentina, y de la clase trabajadora en particular, ver nuestro “Análisis de Situación 2010”, en http://blog-otr.blogspot.com.
2) Entre los trabajadores ocupados, un alto porcentaje trabaja “en negro”. De los aproximadamente 15 millones de trabajadores ocupados que existen en la actualidad, entre 5 y 6 millones se encuentran en negro, y entre 9 y 10 millones, en blanco. Además, hay cerca de 2 millones de trabajadores “autónomos”. Hay que tener en cuenta que estos números son aproximados ya que es de público conocimiento que las estadísticas son manipuladas según quién las realice.
3) En esta relación no consideramos a los trabajadores en negro que, como hemos visto, oscilan entre el 33% y el 40% del total de trabajadores.
4) Algunos ejemplos: Arcor tiene 20.000 obreros; Telefónica, 10.000; Ledesma, 7.300; Peugeot, 5.900; Siderar, 5.700; Wolkswagen, 5.600; IMPSA, 5.6000; Molinos, 5.000; Cargill, 4.400; Quilmes, 3.700; Sancor, 3.700; La Serenísima, 3.600; Ford, 3.200; Kraft, 3.200; Toyota, 3.000...
5) Para ver el historial de los principales dirigentes de la CGT y la CTA, ver nuestra sección “Desfile de burócratas”, disponible en http://blog-otr.blogspot.com.
6) Por ejemplo la CTA en su informe “Estudios sobre conflictividad laboral y negociación colectiva”, elaborado por el Observatorio del derecho social que publica desde mayo de 2005 hace mención a que se produce un conflicto laboral por día y que la gran mayoría de estos conflictos se vinculan a reclamos salariales y a la lucha contra las suspensiones y los despidos, como respuesta a la crisis capitalista.
7) De 2005 en adelante, los conflictos en el ámbito privado ascendieron del 57% al 74%, registrado en el primer trimestre de este año. (62% en 2006, 68% en 2007, 74% en 2008 y 2009).
8) En el año 2006, el 73% de los conflictos en el sector privado se desarrolló a nivel empresa, con el protagonismo de la representación sindical en cada lugar de trabajo. Ese porcentaje, con la excepción del año 2007 (68%), ascendió (75% en 2008, y 78% en 2009) hasta alcanzar el 89% actual, que evidencia el proceso de organización obrera desde cada establecimiento laboral.
9) Este porcentaje oscila entre el 12% y el 15% de los conflictos sindicales.
10) El detalle de la presencia de delegados por empresa es el siguiente: de las PyMES con entre 10 y 49 empleados, sólo el 7,5% cuenta con delegados sindicales; de las empresas con entre 50 y 200 trabajadores, sólo el 27,7%; y de las grandes empresas con más de 200 empleados, se llega al 52,2%.
11) Si bien la experiencia del Subte es una de las más importantes de los últimos años y se ha referenciado como la vanguardia del movimiento obrero, recientemente, debido a las posiciones políticas de varios de sus dirigentes, la burocracia de la CTA ha cooptado a una buena parte de los delegados del subte, integrándolos a la lista de Yasky. Ver este proceso en “El ingreso del subte a la CTA”, en ER Nº60, agosto de 2010, disponible en http://blog-otr.blogspot.com.
12) A raíz de la ruptura del techo salarial con la lucha de la alimentación protagonizada por los obreros cordobeses de Arcor, los trabajadores de empresas como Fate y Metrovías tomaron las banderas de un aumento salarial similar al obtenido por el gremio alimenticio.
13) Es el caso del PCR, el MST e IS que apoyaron al empresariado rural en su disputa con el gobierno kirchnerista. Los dos primeros sumaron su apoyo a la burocracia de De Gennaro/Micheli contra Yasky. Esto, por no hablar del PC que hace mucho ya se ha pasado abiertamente a las filas de la burguesía.
14) Entre estas organizaciones contamos al PO, al PTS y al MAS, entre otras.
15) Ambas organizaciones rompieron el encuentro al pretender imponer sus propios candidatos en las listas para las elecciones de la CTA. Finalmente, cada una impuso a un militante propio a la cabeza de las listas de oposición de la central.
16) Esta consigna, enarbolada hoy por el PTS, es la expresión del reformismo encarnado también por otras organizaciones, como el PO y el MAS. Buscan fundir la organización sindical con la revolucionaria, confundiendo sus tareas y exigiéndole al movimiento sindical que levante consignas propias de un partido revolucionario y al partido que se amolde al sindicalismo. Esta concepción de partido sobre la base de los sindicatos o del sindicalismo es parte de una estrategia de poder que no contempla la lucha revolucionaria por el socialismo, y que implica, en los hechos, la orientación hacia un camino gradual de reformas, movilizaciones y huelgas, no sólo que no rompan, sino que también se adapten al régimen institucional de la burguesía.


LA CLASE OBRERA ES EL SUJETO DE LA REVOLUCIÓN

Los enemigos declarados del marxismo y, por ende, de la revolución socialista, han hecho, y continúan haciendo, denodados esfuerzos por negar los pilares del marxismo revolucionario. Pretenden negar, por ejemplo, la división de la sociedad en dos clases sociales antagónicas y la lucha ininterrumpida entre éstas. Algunos diluyen la división clasista de la sociedad invocando unos supuestos “intereses comunes de toda la sociedad”. Otros, reconociendo la existencia de la clase obrera y la burguesía, bregan por una imposible conciliación entre los intereses de unos y otros. Ambas posiciones, y los incontables matices intermedios entre una y otra postura, niegan y combaten los intereses y las aspiraciones de la clase trabajadora, preservando la realidad existente en la que impera el dominio de los capitalistas.
Sin embargo, muchas veces, los ataques más camuflados a la teoría de la lucha de clases y, por ende, a la lucha revolucionaria de la clase obrera por el poder, provienen desde las filas de los que se refieren a la necesidad del “cambio social” o de la “construcción de poder popular”, eufemismos que muchas veces son empleados para no referirse a la revolución socialista y mucho menos a la toma del poder por parte de la clase trabajadora. Para ello, hay quienes han revisado la teoría de Marx (aunque en muchos casos también la han ignorado o directamente la han combatido) y, sin dejar de reconocer que la sociedad se encuentra dividida en clases que luchan entre sí, han negado a la clase obrera como el sujeto de cambio, es decir, como el único capaz de desarrollar la lucha de clases por el camino de la revolución y el socialismo; o han planteado que debido a las diversas formas que reviste la explotación, la esencia de ésta y, por ende, del capitalismo, requiere abandonar la perspectiva de la revolución con la clase trabajadora como actor principal. En este afán, han aparecido conceptos antimarxistas que “reemplazan” a la clase obrera por las llamadas “multitudes”, como lo ha hecho Toni Negri y lo reprodujo en nuestro país Luis Mattini; o surgen formulaciones igualmente antimarxistas, como la de “sujeto-pueblo”, adoptada por el PC. Todas estas concepciones niegan la existencia de la clase obrera como una clase independiente enfrentada irreconciliablemente a la burguesía y, por eso mismo, la lucha por la revolución socialista.
Otras tendencias, en cambio, desorientadas por la coyuntura o directamente impulsadas por un espíritu oportunista, trasladan a otros sectores sociales el papel principal que tiene la clase obrera en la lucha por la revolución socialista, como sucedió en nuestro país con el auge del movimiento de desocupados.
En la mayoría de los casos, se hace referencia a la “desaparición” de la clase obrera como tal, como clase independiente capaz de llevar la lucha por el camino de la revolución y el socialismo.
Pese a los cambios producidos en la realidad laboral a lo largo de los años, el capitalismo mantiene y se sostiene sobre la explotación de la clase obrera. La fragmentación de la clase trabajadora a través de la proliferación de la PyMES, la disminución de la cantidad de obreros en cada fábrica debido al progreso técnico, la tercerización instrumentada por las grandes empresas, y la precariedad laboral bajo todas sus formas (desocupación, trabajo en negro, con contratos basura, con monotributo...), no alteran lo fundamental de las relaciones sociales entre la clase trabajadora y la burguesía. Una minoría de capitalistas sigue siendo la propietaria de los medios de producción. La mayoría trabajadora no tiene otra alternativa que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, bajo la explotación del sistema. Al mismo tiempo, sigue siendo la clase trabajadora la única capaz de poner y mantener en funcionamiento, o no, los pilares fundamentales de toda la economía, como son las fábricas, los transportes y las comunicaciones.
Por todo esto, el rol de la clase trabajadora en la estructura económica y social de la sociedad y su lucha irreconciliable contra la burguesía tiene una importancia central para derrotar al capitalismo.

LA EXPERIENCIA DE ORGANIZACIÓN Y LUCHA DEL MOVIMIENTO OBRERO (1970-1975)

 

Durante la primera mitad de la década del ´70, el movimiento obrero independiente desarrolló altos niveles de organización en nuestro país, logrando la recuperación de numerosas comisiones internas y varios sindicatos, que estaban bajo el dominio de la burocracia. Este movimiento, que alcanzó importantes definiciones y prácticas clasistas y antiburocráticas, protagonizó históricas jornadas de lucha, enfrentando la acción conjunta de las patronales, la represión estatal y la burocracia sindical peronista.

El Cordobazo fue la expresión más destacada de una serie de levantamientos y movilizaciones que se produjeron en 1969 en varias de las ciudades más importantes del país. Los trabajadores, a la cabeza de otros sectores populares, se movilizaron contra los planes de ajuste impulsados por el gobierno de Onganía y enfrentaron por largas horas la represión policial y militar.
Desde aquel momento, fueron creciendo y desarrollándose, dentro del movimiento obrero, distintas experiencias clasistas y antiburocráticas, que agudizarían la lucha de clases, ubicando a la clase trabajadora como una clara protagonista de aquellos años. Desde las comisiones internas, los sindicatos y las coordinadoras, se impulsó la organización y la lucha para conseguir reivindicaciones inmediatas, como aumentos salariales o mejores condiciones laborales, alcanzando, también, en muchas oportunidades, un marcado carácter antidictatorial y antigubernamental. Ni siquiera el retorno de Perón al gobierno(1), con todas las expectativas que esto generó en aquel momento para una buena parte del pueblo trabajador, fue suficiente para desactivar la organización independiente y la combatividad del movimiento obrero.
Esta fracción del movimiento, que le disputó el poder a la burocracia sindical, y que protagonizó históricas jornadas de lucha, estuvo dirigida por distintas organizaciones, tanto peronistas, como la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) de Montoneros o el Peronismo de Base (PB), como marxistas. Entre estas últimas, que fueron, sin dudas, quienes más contribuyeron en el avance de conciencia de clase y quienes aportaron el carácter clasista al movimiento, fue el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) el de mayor importancia, teniendo también participación el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), la Organización Comunista Poder Obrero (OCPO), Vanguardia Comunista (VC), el Grupo Obrero Revolucionario (GOR) y Política Obrera (PO), entre otras.

Un movimiento antiburocrático y clasista

Como sucede en la actualidad, por esos años, la burocracia sindical representaba uno de los escollos más importantes para el avance de la organización independiente de los trabajadores. Rucci y Lorenzo Miguel, se sucedieron como los máximos exponentes de esta burocracia que, como brazo sindical del proyecto peronista, funcionó como claro impulsor de las políticas de ajuste del gobierno de Perón (como la aplicación del Pacto Social), al tiempo que formaba parte de las patotas y grupos de tareas que persiguieron y enfrentaron, tanto al activismo sindical independiente, como a referentes de otras organizaciones populares.
Por lo tanto, la confrontación directa con la burocracia sindical se transformó en un eje central de las luchas de toda la etapa. Dentro de las plantas, al rol conciliador con la patronal, las prebendas, los dirigentes o delegados alejados de los puestos de trabajo, que caracterizaron al funcionamiento de la burocracia, el nuevo movimiento independiente le opuso un nuevo funcionamiento(2), con discusión en asamblea, licencias gremiales rotativas, que garantizaban que los delegados continuaran trabajando junto a sus compañeros y el entendimiento de que sólo manteniendo la independencia con respecto al estado y a través de la confrontación con la empresa era posible avanzar con las reivindicaciones de los trabajadores.
Al mismo tiempo, una parte importante de este nuevo movimiento antiburocrático, alcanzó a levantar importantes posiciones clasistas, sosteniendo la necesidad de mantener la independencia de la clase obrera y reconociendo los intereses antagónicos e irreconciliables con la patronal, la clase capitalista de conjunto, sus gobiernos y su estado. Así sucedió, por ejemplo, en los sindicatos de Fiat, SiTraC y SiTraM dónde los trabajadores lograron levantar posiciones de independencia de clase con respecto a cualquier alternativa patronal.

Los métodos

Las distintas experiencias del movimiento clasista y antiburocrático dejan una enseñanza muy importante con respecto a dos características que marcaron el eje de su existencia: la democracia sindical, con una importante participación de base, y la combatividad.
“Un balance del año 1973 en la Zona Norte del Gran Buenos Aires, desde la asunción del gobierno de Cámpora (fines de mayo de 1973), arroja un promedio documentado de una toma fabril por mes, con resultados exitosos. En estas ocupaciones, además del progresivo grado de organización (que incluía toma de rehenes y medidas de autodefensa), se destaca la masiva intervención de las bases obreras, encabezadas por el activismo político de izquierda. También, como resultado de la actitud tomada por las direcciones burocráticas, éstas perdieron el control de los organismos de base fabril (cuerpos de delegados, comisiones internas) a manos de un conjunto de activistas políticos y trabajadores independientes”(3). Las cifras que se exponen en este relevamiento estadístico, que acompaña el análisis de la situación, son demostrativas de la dimensión y la importancia del proceso de organización independiente de la clase trabajadora y de los altos niveles de combatividad que se habían alcanzado.
Ante la negociación con la patronal, siempre a espaldas de los trabajadores, la desmovilización y la desorganización promovidas por los distintos sectores de la burocracia sindical, el movimiento independiente se destacó por una importante participación desde las bases, tanto en los ámbitos de discusión y decisión, a través de asambleas y reuniones de delegados, como al momento de la acción, formando parte de masivas movilizaciones, tomas de plantas, huelgas u otras actividades.
De esta forma, gracias a la participación y el impulso desde las bases, en más de una oportunidad se logró expulsar a la burocracia, conquistando la dirección de las comisiones internas e, incluso, de los sindicatos, como los casos de Fiat en Córdoba o de la UOM de Villa Constitución.
El otro rasgo distintivo, y fundamental, fue la acción directa y los destacados niveles de combatividad alcanzados por los trabajadores. Así, se repitieron innumerables veces importantes movilizaciones obreras que debieron enfrentar a las fuerzas represivas, como sucedió en Córdoba en 1971, durante el Viborazo.
También se hicieron frecuentes, lo que evidencia el alto nivel de combatividad, las ocupaciones de fábrica, en muchos casos tomando como rehenes a sus directivos y utilizando, por ejemplo, combustible o explosivos para garantizar el éxito de la medida. La experiencia y los balances realizados entonces, marcan que fueron las acciones de esta contundencia las que permitieron alcanzar y garantizar importantes conquistas, como considerables mejoras en los convenios colectivos (los mejores en toda la historia para nuestro país), la reducción de los ritmos de trabajo o la reincorporación de compañeros despedidos.
Al mismo tiempo, la necesidad de enfrentar los ataques que indistintamente realizaban las patotas sindicales, la AAA o los grupos policiales, llevaron a la organización de la autodefensa armada por parte de los trabajadores en numerosos conflictos.
Todos estos aspectos caracterizaron a este movimiento obrero independiente, que se fue forjando al calor de la lucha y el enfrentamiento con las patronales, los distintos gobiernos y la burocracia sindical. Estas luchas se presentaron, no sólo en las experiencias más destacadas de la época, sino en la multiplicidad de conflictos que se daban prácticamente a diario a lo largo y ancho del país, lo que resalta aún más lo valioso de este proceso de organización de la clase trabajadora.

Las experiencias

Entre los ejemplos más importantes de la organización independiente de los trabajadores en aquellos años, se destacaron las experiencias de los sindicatos clasistas de Fiat, SiTraC y SiTraM, las luchas en Villa Constitución, con la recuperación de la UOM local, y las Coordinadoras Interfabriles que, con auge en los meses de junio y julio de 1975, aglutinaron a comisiones internas, cuerpos de delegados y activistas de cientos de fábricas en la provincia de Buenos Aires, centralizando la lucha contra el ajuste y la represión impulsados desde el gobierno peronista.

SiTraC-SiTraM

Los trabajadores de Fiat Concord y Fiat Materfer(4) protagonizaron una de las experiencias más importantes en la historia del movimiento obrero de nuestro país.
En 1970, la burocracia que estaba al frente del SiTraC firmó un acuerdo con la empresa, pasando por encima de la decisión de los trabajadores que ya habían rechazado anteriormente esa misma propuesta. Ante esto, en una nueva asamblea, los obreros de Fiat Concord decidieron y llevaron adelante la ocupación de la planta, tomando como rehenes a los directivos de la empresa y exigiendo la renuncia de toda la comisión directiva del sindicato. Después del triunfo de la toma, la asamblea eligió una nueva comisión directiva entre los mismos trabajadores que se habían destacado en el conflicto y que, posteriormente, fue ratificada en elecciones. De esta forma, de un importante proceso de lucha surgió una nueva dirección para el sindicato que asumió posiciones clasistas, cambiando radicalmente el funcionamiento gremial al interior de la empresa.
Tras un proceso similar, siguiendo el ejemplo de sus compañeros de Concord, los trabajadores de Fiat Materfer lograron también recuperar el sindicato, que se encontraba en manos de la burocracia. Entre ambos sindicatos de esta multinacional automotriz, reunían alrededor de 4.000 trabajadores.
Durante el proceso encabezado por la nueva conducción clasista de los sindicatos de Concord y Materfer, gracias a las medidas de lucha llevadas adelante (como numerosos paros por turno, actos y movilizaciones) y con una gran participación de los trabajadores, se consiguieron importantes conquistas al interior de las plantas, como, por ejemplo, la baja de los ritmos de producción y el desacople de tareas, además de la puesta en discusión sobre la insalubridad de determinadas  actividades.
Por otra parte, cuando la empresa realizó un primer intento por desarticular el nuevo sindicato, despidiendo a dos delegados y cuatro miembros de la comisión directiva, la respuesta de los trabajadores fue contundente. Se produjo una nueva toma de la fábrica con rehenes, que también resulto triunfante, ganándose la reincorporación de todos los compañeros despedidos. “La respuesta fue la toma de la fábrica, y la ganamos. La empresa tuvo que dar marcha atrás. (…) Y hacerla retroceder en 48 horas y tener que admitir a sus empleados de nuevo en la dirección del gremio, para ellos fue una de las derrotas más rotundas que sufrieron” (5).
Además, los trabajadores del SiTraC-SiTraM tuvieron un rol protagónico en las masivas movilizaciones de marzo del ´71, conocidas popularmente como “Viborazo” o “segundo Cordobazo”, que hicieron caer al gobernador Uriburu y aceleraron el recambio de Levingston, a nivel nacional.
 
Villa Constitución

Desde el inicio de la década del ´70 los trabajadores del complejo metalúrgico de Villa Constitución, conformado principalmente por las empresas Acindar, Metcon y Marathon, protagonizaron un ascendente proceso de lucha. Desde formas organizativas clandestinas, para evadir la persecución y la represión patronal, hasta alcanzar masivas asambleas con contundentes medidas de lucha, la experiencia de los obreros metalúrgicos de Villa Constitución, que tuvo como uno de sus objetivos centrales al enfrentamiento con la burocracia sindical, se levantó como una de las más importantes en la historia del movimiento obrero de nuestro país.
A comienzos del ´74, se agudizó la confrontación con la burocracia metalúrgica de Lorenzo Miguel, como consecuencia del levantamiento de las elecciones gremiales. Con asambleas masivas y una importante participación de los trabajadores de las distintas empresas, se comenzó un plan de lucha que incluyó paros totales y la toma de fábricas con rehenes, como sucedió en Acindar. La contundencia de la lucha, que contó además con una activa solidaridad del pueblo y los trabajadores de la zona, terminó por torcerle el brazo al gobierno y a la burocracia, que debió reestablecer la convocatoria a elecciones. Éstas, finalmente, se llevaron adelante a fines del ’74 y, con la participación de más de 4.000 trabajadores metalúrgicos, consagraron a la Lista Marrón como la nueva conducción de la UOM local. De esta forma, la lista que agrupaba a los trabajadores que habían protagonizado el histórico proceso de lucha, conocido como el “primer villazo”, meses atrás y que levantaban un programa de defensa de la organización independiente de los trabajadores, accedió a la dirección del sindicato, asestando un duro golpe a la burocracia.
Pocos meses más tarde, ante la intervención del gremio y una brutal avanzada represiva del gobierno peronista, los trabajadores protagonizaron otro importantísimo proceso de lucha. Más allá de que la resistencia obrera fue, finalmente derrotada, la extensión de la huelga total en las empresas en conflicto en Villa Constitución por más de 50 días (a pesar incluso de que la mayor parte de los dirigentes gremiales ya estaban presos), la activa solidaridad desplegada por los obreros de otros establecimientos, las ocupaciones de fábrica y la organización de la resistencia y la autodefensa armada de los trabajadores que enfrentaron los ataques que indistintamente descargaban las fuerzas policiales y las patotas sindicales o de la AAA, representan, sin dudas, uno de los ejemplos más destacados de la potencialidad de lucha y organización del movimiento obrero. 

Las Coordinadoras Interfabriles

A mediados de 1975 se produjo otra de las experiencias más importantes en la historia del movimiento obrero de nuestro país. En respuesta al anuncio de un plan ajuste por parte del flamante ministro de economía del gobierno de Isabel, Celestino Rodrigo, que implicaba una importante devaluación del peso, que disparó los precios, la suspensión de paritarias y el establecimiento de techos salariales, se lanzó un importante plan de resistencia, que principalmente en el Gran Buenos Aires, evidenció la importantísima capacidad de lucha que el movimiento obrero había adquirido tras un trabajo de años de organización independiente y confrontación con la burocracia sindical y las patronales.
Se avanzó en la coordinación por ramas de actividad y, principalmente, por zonas, agrupando distintas seccionales recuperadas, comisiones internas y cuerpos de delegados.
De esta forma, a través de las coordinadoras interfabriles del Gran Buenos Aires, se impulsó un histórico plan de lucha, con paro total de actividades y multitudinarias movilizaciones. Así lo relataba, por ejemplo, el PRT: “El jueves 3 [de julio de 1975] el proletariado de Buenos Aires escribió una de las mejores páginas de su historia hasta nuestros días. Al norte desde Pacheco, acaudillados por los obreros de Ford Motors Argentina, más de 15.000 obreros se lanzaron por la ruta Panamericana en una interminable caravana (…) en dirección a la Capital Federal.(…) La presencia de las fuerzas represivas enardeció más a los trabajadores. Ese mismo día, y encabezados por los trabajadores de Propulsora Siderúrgica y Astilleros, el grueso de los obreros de Ensenada y de La Plata iniciaron con redoblada combatividad y energía la marcha hacia la Capital Federal”(6).
Cabe insistir, una vez más, en que estas jornadas, lejos de la espontaneidad y la improvisación, representaron el punto más alto de un proceso de años de organización y de lucha independiente del movimiento obrero. Proceso que incluyó tanto la acumulación y el aprendizaje a través de experiencias previas de gran valor, como el clasismo cordobés de SiTraC-SiTraM y las luchas de Villa Constitución, como todo el trabajo militante al interior de las fábricas y las distintas empresas, donde fueron casi cotidianos los enfrentamientos con la patronal y la burocracia sindical, que fueron forjando un nivel de organización y de conciencia sin precedentes dentro del movimiento obrero en nuestro país.

Un movimiento obrero clasista, antiburocrático y combativo

Los altos niveles de organización alcanzados, así como los históricos procesos de lucha que protagonizó en la primera mitad de la década del ’70, son una clara demostración de la potencialidad del movimiento obrero. Movimiento que se destacó, como señaláramos, por el enfrentamiento con la burocracia sindical, apéndice de las patronales y de sus gobiernos, y que defendió la democracia sindical y la organización de base. Y que también, en sus expresiones más avanzadas, levantó la bandera del clasismo, reafirmando la necesaria independencia del movimiento obrero de cualquier alternativa patronal y del estado, reconociendo los intereses irreconciliables entre la clase obrera y los capitalistas y sus partidos políticos.
En aquel momento, los trabajadores demostraron, por lo tanto, que con una dirección antiburocrática y combativa, el movimiento obrero puede alcanzar importantes conquistas, tanto dentro de las fábricas como hacia afuera, a nivel general, y levantarse como un actor protagónico de la política nacional, en defensa de los intereses del pueblo trabajador en su conjunto.
A su vez, las experiencias clasistas como la de los obreros de Fiat, representaron un importante avance en la conciencia de los trabajadores, que asumieron en muchos casos la necesidad de profundizar la lucha revolucionaria contra la clase capitalista, como única alternativa para avanzar en la transformación de la sociedad.
Toda esta experiencia es de gran valor para la realidad actual. Por un lado, para poder retomar la tarea de desarrollar el movimiento obrero, buscando alcanzar y superar los niveles de organización y combatividad logrados en aquel momento. Al mismo tiempo, para poder difundir y desarrollar las experiencias clasistas, lo que ayudará a no ir detrás de internas o proyectos patronales, por más “progresistas” que estos se presenten, levantando, en cambio, la bandera fundamental de la independencia de clase.
El balance, por tanto, de la experiencia del movimiento obrero en nuestro país en la primera mitad de la década del ’70, no hace más que reafirmar la urgencia de avanzar en la construcción de un movimiento que se mantenga independiente de los capitalistas y de la tutela estatal, que pueda enfrentar y disputarle las direcciones gremiales a la burocracia sindical, camino en el cual se habrá de profundizar la combatividad e incentivar y multiplicar la participación desde las bases. La construcción de este movimiento, que levante bien alto las banderas del clasismo, profundizando en la politización y la conciencia del pueblo trabajador, constituye una tarea insustituible en el marco de la lucha contra el capitalismo y en camino de su derrota, por medio de la revolución socialista.

NOTAS:
1) Con Perón en el gobierno, se profundizaron los intentos por derrotar al movimiento obrero independiente. En ese sentido, en diciembre del ´73 se sancionó una nueva Ley de Asociaciones Profesionales, que aumentó el poder de las direcciones burocráticas y el Ministerio de Trabajo para intervenir en los conflictos gremiales. Al amparo de esta nueva legislación, fueron intervenidos en Córdoba, por ejemplo, el SMATA y Luz y Fuerza. Al mismo tiempo, también bajo las directivas de Perón, se profundizó la represión al activismo obrero de izquierda, fundamentalmente a través de las patotas de la burocracia y de la AAA.
2) Como demostración de esta situación, que se repitió en varias experiencias, puede destacarse el caso del SiTraC. Con la recuperación del sindicato por parte de los trabajadores, después de la toma triunfante de la planta, se produce un cambio radical en el funcionamiento gremial. De un cuerpo de delegados que no alcanzaba a contar con 40 miembros y que estaba, prácticamente, desconectado de los trabajadores, se pasó a contar con más de 100 delegados, impulsando las discusiones y la representatividad por sector, el método de la asamblea y las licencias rotativas para delegados y miembros de la comisión directiva del sindicato, que continuaban en sus puestos de trabajo y cobraban el mismo salario que cualquier trabajador.
3) Héctor Löbbe, La guerrilla fabril. Clase obrera e izquierda en la Coordinadora de Zona Norte del Gran Buenos Aires (1975-1976), Ediciones RyR, 2009.
4) Durante el gobierno de Illia, como forma de debilitar a la burocracia vandorista de la UOM enfrentada al dirigente radical y de dificultar la organización de los trabajadores, se le otorgó la personería a los sindicatos de la empresa Fiat. En total eran cuatro sindicatos (entre ellos SiTraC, para Fiat Concord, y SiTraM, para Fiat Materfer) para dividir a los trabajadores de una única empresa (Fiat). Poco después, sin embargo, Vandor logró ubicar a su gente al frente de los sindicatos de Fiat, hasta que en 1970, los trabajadores lograron expulsar a la burocracia y quedarse con la conducción del SiTraC y el SiTraM.  
5) Entrevista a Domingo Bizzi, Secretario Adjunto del SiTraC, publicada en “SITRAC-SITRAM. La lucha del clasismo contra la burocracia sindical”, Gregorio Flores, Editorial Espartaco Córdoba, 2004.
6) Estrella Roja N°56, 9 de julio de 1975.