El imperialismo sigue avanzando a lo largo de todo el mundo. Su faceta militar es tal vez la más evidente. Avanzada en Afganistán y permanencia en Irak, encabezadas por EEUU y acompañadas por otros países imperialistas europeos. También el estado de Israel, potencia militar apoyada por EEUU, lleva adelante incursiones devastadoras contra pueblos como el palestino o el libio. Centenares de bases militares y cárceles de EEUU al estilo de Guantánamo por todo el mundo. En América Latina, el imperialismo ha promovido la invasión a Haití, sostenida en base al apoyo militar de los gobiernos de Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y Bolivia; despliega la IV Flota, dirige el entrenamiento conjunto con ejércitos latinoamericanos, instala cada vez más bases militares, como sucede en Colombia, y avanza, ahora, con su incursión aún más directa en la lucha contra la resistencia en ese país. Por eso el Che decía que “No se puede confiar en el imperialismo, pero ni un tantico así, nada”. Para los trabajadores, el imperialismo es un enemigo al que debemos combatir.
El imperialismo no es sólo una bestia militar desenfrenada, ni es una fuerza “anormal” que está por fuera de la lógica de este sistema. Muy por el contrario, el imperialismo es
la máxima expresión del capitalismo. Expresa el punto más alto de concentración y acumulación económica, de la prepotencia militar y de la desfachatez política propia del sistema de explotación capitalista, que hoy rige los destinos de la humanidad.
La lógica del capitalismo, que es la lógica de la competencia empresarial, de la maximización de la ganancia en base a la explotación de los trabajadores y de la disputa con los capitalistas competidores, es la lógica que permite una tendencia constante hacia la concentración y centralización del capital en manos de algunos capitalistas, quienes forman el sostén económico de las potencias imperialistas. Así, en base a la explotación constante de los trabajadores, es decir, de la enorme mayoría de la humanidad, los capitalistas se enfrentan entre ellos en la competencia. En la disputa interburguesa algunos se fortalecen y otros se debilitan. Los vencedores acumulan una proporción cada vez mayor de capital, se desarrollan tecnológicamente, manejan las industrias de punta, y logran muchas veces dominar gran parte del mercado, estableciendo oligopolios o monopolios. Los explotadores más chicos, por su parte, buscan permanecer en la competencia desarrollándose en las ramas más atrasadas de la industria como son la textil o la agropecuaria, apelando siempre a la superexplotación de los trabajadores (recuérdese, por ejemplo, las condiciones de trabajo en los talleres clandestinos o las de los peones rurales argentinos).
Para la definición de las tareas y del programa político de los luchadores anticapitalistas, es muy importante tener presente que los capitales más concentrados (que a veces llegan a ser monopólicos o más frecuentemente oligopólicos), son la máxima expresión de una dinámica de la que participan todos los capitalistas, incluyendo en ellos a los “empresarios nacionales”, las PyMES, los “productores agropecuarios” que viven en base a la explotación de los peones rurales, etc.. Por eso, éstos, lejos de ser “aliados” de los trabajadores, son la expresión más cercana de nuestro enemigo de clase.
Por su lugar dominante en el marco de la competencia capitalista, los burgueses más poderosos consolidan su predominio y se organizan alrededor de estados que atienden directamente sus intereses y que usan de plataforma para avanzar en su carrera por la acumulación. Como decía Engels, el estado es el “representante oficial de la sociedad capitalista”, “el capitalista colectivo ideal”.
Los superpoderosos estados imperialistas se conforman, a su vez, como la expresión de lo más concentrado del capitalismo actual. Ese poderío les permite imponer y profundizar la división internacional del trabajo, transformando a los países atrasados en áreas para la extracción de recursos naturales valiosos (petróleo, gas, agua, minerales, etc.), cuyo rol es el de la producción de materias primas, el ensamble de productos elaborados (como en las maquilas), o, a lo sumo, la producción fabril más elemental y fragmentada. De este modo, el imperialismo aprovecha las condiciones de atraso para reforzar la dependencia, saquear nuestros recursos y exportar sus capitales, estableciendo filiales de sus empresas que acumulan grandes ganancias, y pagando un bajísimo precio por la mano de obra local.
Y de la misma forma que los grandes capitalistas de EEUU o de las potencias europeas utilizan a sus estados imperialistas para defender y promover sus intereses en términos económicos (con leyes aduaneras, subsidios, rescates, promoción comercial, etc.), también hacen lo mismo, y sin dudarlo, por la vía política y militar. Es una constante la intromisión yanqui y de las potencias europeas, muchas veces por medio de organismos internacionales. Así, por ejemplo, mientras el FMI marca las pautas de la economía para los países dependientes, los planes del Banco Mundial marcan las políticas sociales (de salud, educación, vivienda, condiciones de vida, etc.) sobre grandes porciones del mundo (nuestro país incluido), cuyos resultados son siempre la desnutrición, la muerte por enfermedades curables, la multiplicación de la pobreza, etc. Y así también las potencias imperialistas, solas o por medio de la ONU, la OEA, o la OTAN, realizan sus incursiones militares como medio para acceder a productos estratégicos, rutas comerciales, mano de obra barata, etc., y como forma de ratificar su dominio mundial buscando aplacar la lucha de todos los que se organizan para resistir. De este modo, como es evidente, tanto la imposición de planes económicos y sociales como la invasión militar, tanto el lobby empresario como la promoción de golpes de estado, son las formas en que se intenta imponer el imperialismo, máxima expresión de la dominación que ejercen los capitalistas sobre la gran masa trabajadora, es decir, máxima expresión de nuestro enemigo de clase, la burguesía.
Pues bien, sabemos que el imperialismo es la expresión del capitalismo en su punto más alto, más concentrado y desenfrenado. Y sabemos también que su prepotencia, su intromisión y opresión, sus masacres y hambrunas, exigen de nosotros una respuesta organizada para combatirlo y poner fin a las condiciones que le permiten existir y desarrollar su avance devastador. Consecuentemente, es a todas vistas evidente que no podemos ensayar una respuesta contra esta maquinaria de muerte y opresión si no partimos de un enfrentamiento contra quienes lo hacen funcionar y contra el sistema que lo expresa. No podemos prepararnos para resistirlo y combatirlo si no partimos de un enfrentamiento con los capitalistas, quienes en base a la explotación de los trabajadores y la competencia desenfrenada entre ellos mismos, han generado a esta fiera asesina que los sigue ayudando en la búsqueda de acumular más y más capital. No podremos jamás tener una política consecuente de lucha contra el imperialismo si no somos capaces de enfrentarnos con el sistema social que le ha dado razón de ser y al cual sirve como su expresión más gigantesca: el capitalismo.
La lucha contra el capitalismo es una lucha contra sus personeros y sus expresiones de todo tipo, contra el conjunto de los capitalistas (sean chicos o grandes) y contra los distintos gobiernos capitalistas (aunque sean de países dependientes como el nuestro), y no exclusivamente “contra los monopolios” o “contra el imperialismo yanqui”. Por el contrario, en muchos casos esos son los planteos de aquellos que son defensores de la burguesía o de la alianza con ella (PC, PCR y organizaciones afines), a los que pretenden sumar para “enfrentar juntos” a los monopolios o a EEUU. En este camino, se ponen del lado de enfrente a los trabajadores y se solidarizan con las patronales y/o los gobiernos capitalistas, como lo vemos hoy con el apoyo a las PyMES, a la mesa de enlace, o al gobierno de los Kirchner.
Evidentemente, una lucha contra el capitalismo es una lucha por conquistar un nuevo sistema social que, en lugar de apoyarse en la competencia y la explotación, se base en relaciones de cooperación entre los trabajadores, que desarrolle la planificación y la organización del trabajo en función del bienestar colectivo, en donde la producción no esté atada a la ganancia ni el hombre sea un mero apéndice de la maquina, y en donde se enfrente a todos aquellos que quieren restituir la desigualdad y la opresión.
No hay posibilidad de llevar adelante una lucha consecuente contra el imperialismo si no es a su vez una lucha contra el capitalismo y por el socialismo, es decir, una lucha que, enfrentando a la expresión más concentrada del capitalismo, ataque las mismas bases de su existencia: la explotación y opresión de las grandes mayorías; una lucha que, en lugar del capitalismo, plantee la organización propia de todos los trabajadores, la lucha revolucionaria por el socialismo.
El imperialismo no es sólo una bestia militar desenfrenada, ni es una fuerza “anormal” que está por fuera de la lógica de este sistema. Muy por el contrario, el imperialismo es

La lógica del capitalismo, que es la lógica de la competencia empresarial, de la maximización de la ganancia en base a la explotación de los trabajadores y de la disputa con los capitalistas competidores, es la lógica que permite una tendencia constante hacia la concentración y centralización del capital en manos de algunos capitalistas, quienes forman el sostén económico de las potencias imperialistas. Así, en base a la explotación constante de los trabajadores, es decir, de la enorme mayoría de la humanidad, los capitalistas se enfrentan entre ellos en la competencia. En la disputa interburguesa algunos se fortalecen y otros se debilitan. Los vencedores acumulan una proporción cada vez mayor de capital, se desarrollan tecnológicamente, manejan las industrias de punta, y logran muchas veces dominar gran parte del mercado, estableciendo oligopolios o monopolios. Los explotadores más chicos, por su parte, buscan permanecer en la competencia desarrollándose en las ramas más atrasadas de la industria como son la textil o la agropecuaria, apelando siempre a la superexplotación de los trabajadores (recuérdese, por ejemplo, las condiciones de trabajo en los talleres clandestinos o las de los peones rurales argentinos).
Para la definición de las tareas y del programa político de los luchadores anticapitalistas, es muy importante tener presente que los capitales más concentrados (que a veces llegan a ser monopólicos o más frecuentemente oligopólicos), son la máxima expresión de una dinámica de la que participan todos los capitalistas, incluyendo en ellos a los “empresarios nacionales”, las PyMES, los “productores agropecuarios” que viven en base a la explotación de los peones rurales, etc.. Por eso, éstos, lejos de ser “aliados” de los trabajadores, son la expresión más cercana de nuestro enemigo de clase.
Por su lugar dominante en el marco de la competencia capitalista, los burgueses más poderosos consolidan su predominio y se organizan alrededor de estados que atienden directamente sus intereses y que usan de plataforma para avanzar en su carrera por la acumulación. Como decía Engels, el estado es el “representante oficial de la sociedad capitalista”, “el capitalista colectivo ideal”.
Los superpoderosos estados imperialistas se conforman, a su vez, como la expresión de lo más concentrado del capitalismo actual. Ese poderío les permite imponer y profundizar la división internacional del trabajo, transformando a los países atrasados en áreas para la extracción de recursos naturales valiosos (petróleo, gas, agua, minerales, etc.), cuyo rol es el de la producción de materias primas, el ensamble de productos elaborados (como en las maquilas), o, a lo sumo, la producción fabril más elemental y fragmentada. De este modo, el imperialismo aprovecha las condiciones de atraso para reforzar la dependencia, saquear nuestros recursos y exportar sus capitales, estableciendo filiales de sus empresas que acumulan grandes ganancias, y pagando un bajísimo precio por la mano de obra local.
Y de la misma forma que los grandes capitalistas de EEUU o de las potencias europeas utilizan a sus estados imperialistas para defender y promover sus intereses en términos económicos (con leyes aduaneras, subsidios, rescates, promoción comercial, etc.), también hacen lo mismo, y sin dudarlo, por la vía política y militar. Es una constante la intromisión yanqui y de las potencias europeas, muchas veces por medio de organismos internacionales. Así, por ejemplo, mientras el FMI marca las pautas de la economía para los países dependientes, los planes del Banco Mundial marcan las políticas sociales (de salud, educación, vivienda, condiciones de vida, etc.) sobre grandes porciones del mundo (nuestro país incluido), cuyos resultados son siempre la desnutrición, la muerte por enfermedades curables, la multiplicación de la pobreza, etc. Y así también las potencias imperialistas, solas o por medio de la ONU, la OEA, o la OTAN, realizan sus incursiones militares como medio para acceder a productos estratégicos, rutas comerciales, mano de obra barata, etc., y como forma de ratificar su dominio mundial buscando aplacar la lucha de todos los que se organizan para resistir. De este modo, como es evidente, tanto la imposición de planes económicos y sociales como la invasión militar, tanto el lobby empresario como la promoción de golpes de estado, son las formas en que se intenta imponer el imperialismo, máxima expresión de la dominación que ejercen los capitalistas sobre la gran masa trabajadora, es decir, máxima expresión de nuestro enemigo de clase, la burguesía.
Pues bien, sabemos que el imperialismo es la expresión del capitalismo en su punto más alto, más concentrado y desenfrenado. Y sabemos también que su prepotencia, su intromisión y opresión, sus masacres y hambrunas, exigen de nosotros una respuesta organizada para combatirlo y poner fin a las condiciones que le permiten existir y desarrollar su avance devastador. Consecuentemente, es a todas vistas evidente que no podemos ensayar una respuesta contra esta maquinaria de muerte y opresión si no partimos de un enfrentamiento contra quienes lo hacen funcionar y contra el sistema que lo expresa. No podemos prepararnos para resistirlo y combatirlo si no partimos de un enfrentamiento con los capitalistas, quienes en base a la explotación de los trabajadores y la competencia desenfrenada entre ellos mismos, han generado a esta fiera asesina que los sigue ayudando en la búsqueda de acumular más y más capital. No podremos jamás tener una política consecuente de lucha contra el imperialismo si no somos capaces de enfrentarnos con el sistema social que le ha dado razón de ser y al cual sirve como su expresión más gigantesca: el capitalismo.
La lucha contra el capitalismo es una lucha contra sus personeros y sus expresiones de todo tipo, contra el conjunto de los capitalistas (sean chicos o grandes) y contra los distintos gobiernos capitalistas (aunque sean de países dependientes como el nuestro), y no exclusivamente “contra los monopolios” o “contra el imperialismo yanqui”. Por el contrario, en muchos casos esos son los planteos de aquellos que son defensores de la burguesía o de la alianza con ella (PC, PCR y organizaciones afines), a los que pretenden sumar para “enfrentar juntos” a los monopolios o a EEUU. En este camino, se ponen del lado de enfrente a los trabajadores y se solidarizan con las patronales y/o los gobiernos capitalistas, como lo vemos hoy con el apoyo a las PyMES, a la mesa de enlace, o al gobierno de los Kirchner.
Evidentemente, una lucha contra el capitalismo es una lucha por conquistar un nuevo sistema social que, en lugar de apoyarse en la competencia y la explotación, se base en relaciones de cooperación entre los trabajadores, que desarrolle la planificación y la organización del trabajo en función del bienestar colectivo, en donde la producción no esté atada a la ganancia ni el hombre sea un mero apéndice de la maquina, y en donde se enfrente a todos aquellos que quieren restituir la desigualdad y la opresión.
No hay posibilidad de llevar adelante una lucha consecuente contra el imperialismo si no es a su vez una lucha contra el capitalismo y por el socialismo, es decir, una lucha que, enfrentando a la expresión más concentrada del capitalismo, ataque las mismas bases de su existencia: la explotación y opresión de las grandes mayorías; una lucha que, en lugar del capitalismo, plantee la organización propia de todos los trabajadores, la lucha revolucionaria por el socialismo.