Los años de gobierno kirchnerista
Luego de la crisis de 2001, la burguesía encontró en el gobierno de los Kirchner un recambio que garantizó la vuelta a la “estabilidad”, y que permitió el reacomodamiento de muchos de los sectores de la clase dominante. Los multimillonarios negocios para el empresariado, los altos niveles de pobreza y desocupación, la inflación y los bajos salarios, la flexibilización y las pésimas condiciones de trabajo que padece la clase obrera, y el permanente saqueo y entrega nacional, han sido una constante en los ya casi ocho años de gobierno.
El kirchnerismo mostró inmediatamente su carácter proimperialista y antipopular. Ha pagado obedientemente la deuda externa, llegando a realizar un importante desembolso, en efectivo y por adelantado, de casi 10.000 millones de dólares al FMI, y ha cumplido sus principales exigencias en materia económica. Sostiene la ocupación militar en Haití, a pedido de EEUU, junto a otros países latinoamericanos. Ha desplegado un enorme arsenal de políticas represivas contra el pueblo trabajador, profundizando la represión sistemática, promulgando leyes cada vez más duras y sosteniendo e incrementando el gatillo fácil y la persecución de los luchadores sociales, hasta transformarse en el gobierno con más presos políticos desde la vuelta de la democracia. Ha dado vía libre a la ganancia creciente del empresariado, avalando la flexibilización laboral y agravando las condiciones de explotación de la clase trabajadora. Todo esto con la complicidad de la burocracia sindical.
Como base para defender el dominio de la burguesía, el gobierno kirchnersita se apoyó desde un principio en estructuras centrales para el control social y el disciplinamiento de la clase trabajadora como son el aparato del PJ y el de la CGT, así como y como la represión sistemática contra los sectores populares y la persecución a los activistas políticos.
Además, con la caja del estado y un discurso progresista y popular, acompañado de algunas medidas efectistas, el gobierno se lanzó a ganar adeptos entre el progresismo. Éstos, apoyando parcial o totalmente las medidas oficialistas no hacen más que concederle una mayor legitimidad para avanzar con su política antipopular y proempresaria. Entre los progresistas que supo cosechar el kirchnerismo podemos encontrar a una buena parte de los sectores de la clase media y el activismo de muchos movimientos y organizaciones políticas y sociales. Madres de Plaza de Mayo y gran parte del espectro de las organizaciones de DDHH (Abuelas, Hijos, Cels), organizaciones de desocupados como el Movimiento Evita, el Frente Transversal, FTV, MTD Aníbal Verón, como también algunas organizaciones políticas como el PC y el PCCE, y el sabbatellismo, además de obtener favores y puestos dentro del gobierno, han sido seducidos por medidas de tinte progresista(1), que no modifican lo sustancial de la situación de pobreza y explotación que recae sobre el pueblo trabajador.
Aprovechando el apoyo de figuras como Fidel Castro, Hugo Chávez y Hebe de Bonafini, entre otros, el kirchnerismo pasó a autorreferenciarse como un gobierno “defensor de los DDHH”, “antiimperialista” y, para algunos, hasta de “izquierda”.
En el mismo sentido, la alineación de una buena parte de la CTA a sus filas contribuyó a la legitimidad del discurso gubernamental como progresista, a pesar de los crecientes negociados empresariales y el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Este perfil populista y los privilegios para algunos sectores empresarios en detrimento de otros llevó al kirchnerismo a un enfrentamiento con algunos sectores de la burguesía, como el empresariado rural y algunos multimedios, sectores a los que, desde la oposición más reaccionaria hasta algunos partidos de “izquierda”, salieron a defender a capa y espada(2).
Hábilmente, el gobierno supo aprovechar esta situación, haciendo aparecer como un enfrentamiento contra “la derecha golpista” lo que en realidad era una pelea por negocios. De esta manera, logró polarizar las posiciones consiguiendo el apoyo y la movilización de algunos sectores del progresismo en su defensa.
En esta línea, se ubican los desencantados del kirchnerismo, que en las primeras horas del gobierno K apostaron a “jugar como su pata izquierda” y que cuando ya no tuvieron un lugar dentro, se transformaron en una oposición que se plantea “disputarle la base al kirchnerismo”. Dentro de estas corrientes están Proyecto Sur de Pino Solanas y Libres del Sur de Humberto Tumini proclamándose hoy “por la construcción de una alternativa política al bipartidismo”(3).
A todos ellos, el gobierno de los Kirchner ha logrado ponerlos en un lugar muy incómodo para mostrarse como oposición, ya que no tienen una propuesta muy diferente. Pues su planteo sigue siendo el capitalismo, sólo que más “humanizado”, prolijo y si se puede, de tinte más progresista.
El rol del progresismo
Todas estas propuestas progresistas se adaptan a los marcos del capitalismo. De hecho, para el conjunto de los planteos burgueses (desde los más conservadores hasta los más progresistas) la propuesta sigue siendo la explotación y la miseria para los trabajadores (aunque de manera más o menos “humanizada”).
Frente a esto se hace sumamente necesario asumir que la salida sólo puede venir de la mano de una revolución, que libere a los trabajadores de la explotación y que plantee una transformación real de la sociedad.
Y es en este camino que nos encontramos con un problema mayor, la existencia de corrientes que bajo este mismo discurso, la necesidad de la revolución o el socialismo, plantean que hoy se corresponden salidas “intermedias” o “posibles”.
Ante la responsabilidad y disposición militante que implica encarar las tareas de hacer la revolución, estas propuestas posibilistas suelen ser muy tentadoras, intentando convencer de que existen caminos de transformación posibles sin tener que asumir el enfrentamiento con la burguesía y su explotación.
De ese modo, bajo esas concepciones, muchos encuentran en el progresismo y el populismo alternativas para el desarrollo de un proyecto de cambio social e incluso de una “revolución”. Así se llegan a apoyar gobiernos burgueses, como si fueran los impulsores de “procesos revolucionarios”. Es el caso del apoyo a Evo Morales, Hugo Chávez, José Mujica, Rafael Correa, Fernando Lugo, Lula Da Silva y Cristina y Néstor Kirchner.
Para abonar estas ideas desde la teoría hay quienes, desde la oposición, dicen tener “una mirada entendedora de la progresividad”(4) del gobierno, y ven en medidas como la Ley de Retenciones Móviles o la Ley de Medios una “mejora en las condiciones de organización en el campo popular”, cuando objetivamente no son más que medidas que reflejan las contradicciones menores al interior de la burguesía y que para nada son significativas para los trabajadores explotados y los sectores pobres del pueblo.
Pretenden, así, mostrar una mirada “novedosa” de la situación, y en realidad están subestimando o desconociendo, al menos, la habilidad del populismo para legitimar su poder ante las masas y mantener su capacidad de explotación y dominación con apoyo popular, en circunstancias en que, con una política abiertamente liberal, tendría mayor dificultad. En un contexto en el que los índices de pobreza y desocupación son considerablemente altos, sostener y apoyar medidas que en lo estructural son insignificantes para lo que hace al funcionamiento del sistema y catalogarlas como progresivas, es confundir, contribuir a la legitimación de un gobierno antipopular y desviar absolutamente el eje de la urgente necesidad de construir una alternativa independiente de la clase obrera en el camino de la revolución socialista.
En el mismo sentido, estos grupos que esquivan las verdaderas tareas revolucionarias, se referencian en Chávez, quien asegura que está construyendo el socialismo de este siglo y se apoyan en Fidel Castro quien planteó que había que diferenciar al “neoliberalismo” menemista del nuevo gobierno kirchenrista y saludo el ascenso de éste último(5).
Tras la supuesta intención de evitar “la burda simplificación de caracterizar un conflicto como meramente burgués y ajeno completamente a los destinos concretos y asibles de las organizaciones populares”(6), se esconde la esencia del reformismo que intenta disimularse detrás de un discurso revolucionario. Esto es propio de sectores que buscan una “transformación social” sin grandes exabruptos: sin expropiaciones, sin violencia, sin enfrentamientos.
Distintas organizaciones, intelectuales y académicos alineados con estas concepciones, ponen en duda la posibilidad o la necesidad de la revolución. Hacen “teoría” caracterizando a la época en que vivimos como “novedosa”: se presenta al neoliberalismo como una etapa nueva, escondiendo que el problema central es el capitalismo, planteando tareas muy diferentes a las que tuvieron que asumir quienes en la historia fueron los protagonistas de la revolución. Así, se reniega de la organización, de la clase obrera como sujeto revolucionario, de la necesidad de tomar el poder, y de la lucha revolucionaria para enfrentar y derrotar a la burguesía. Pasan por alto que aún se mantienen las condiciones de producción propias del sistema capitalista que implica la explotación de la clase obrera (adopte las características que adopte) por la burguesía y que por ende ésta es la lucha básica y elemental para cualquier tipo de transformación.
Muchas organizaciones e intelectuales proponen, en esta misma línea, la alternativa del socialismo del siglo XXI como el camino hacia “la construcción de una nueva sociedad”. Como si el socialismo pudiera construirse en el marco de una sociedad capitalista. Por el contrario, la experiencia de las revoluciones triunfantes nos muestra que la construcción de una sociedad socialista sólo es posible luego de la toma del poder, la instauración de un gobierno obrero y la derrota definitiva de la burguesía.
El único camino sigue siendo la revolución
Quienes tomamos partido por los intereses de la clase obrera sabemos que no podemos tener ninguna confianza en proyectos burgueses, por más progresivos que puedan mostrarse, los que, en definitiva, crean falsas expectativas y retrazan la lucha y la conciencia. Por el contrario, planteamos la necesidad de impulsar la revolución y transitar verdaderamente el camino de la construcción de una sociedad socialista.
De hecho, hay experiencias revolucionarias muy importantes que desembocaron en la derrota por no adoptar y profundizar el proyecto de liberación de clase, el socialismo(7).
En nuestro país y en el mundo entero, los trabajadores siguen sosteniendo con su fuerza de trabajo, cada vez con niveles de mayor explotación, a una clase que sólo busca reproducirse sobre la base del trabajo ajeno. Y con este fin, y no otro, se desatan guerras que devastan pueblos enteros y ocasionan millones de muertes, se reprime con métodos cada vez más sofisticados a quienes se organizan por mejorar sus condiciones de vida o luchan por una sociedad más justa.
Ésta es la naturaleza del capitalismo, en el que la burguesía, con el correr del tiempo ha tenido que ir modificando superficialmente su forma de dominación para sostenerse en el poder, pero que no ha cambiado lo fundamental.
Por ende, las tareas esenciales para la revolución tampoco han cambiado. Es la burguesía nacional e internacional a la que hay que derrotar y esto implica, hoy, la necesidad de construir un partido revolucionario que asuma las tareas militantes para llevar a cabo la revolución socialista en nuestro país.
…
NOTAS:
5) En su discurso en la Facultad de Derecho en 2003 Fidel Castro, tras el triunfo de la fórmula Kirchner-Scioli sobre sus copartidarios Menem-Romero dijo que “el símbolo de la globalización neoliberal ha recibido un colosal golpe” y que sintió “gran satisfacción y júbilo cuando llegaron las noticias de un resultado electoral en nuestra queridísima Argentina”.
6) Así insiste la misma corriente en una revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
7) Ver Dossier “Entre el Antiimperialismo y la alianza de clases”, en revista El Revolucionario Nº2.