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La CTA, en otro armado patronal

La fracción de la CTA que encabeza Pablo Micheli organizó un congreso en Mar del Plata, que se convirtió en un desfile de candidatos de los partidos patronales, que en plena campaña, aprovecharon el encuentro para avanzar con los armados electorales que buscarán poner de pie una “nueva” alternativa progresista y propatronal, al mejor estilo de La Alianza.


A poco de andar, la CTA de Micheli mostró con toda claridad su verdadera política. Después de haber hecho campaña criticando al gobierno nacional y planteando la independencia de los trabajadores, puso en evidencia, una vez más, su verdadero carácter burocrático.

Hemos remarcado varias veces que la participación en los armados políticos de los partidos patronales, ha sido una de prioridades, desde siempre, de la conducción de la CTA. De hecho, la actual división entre el bando de Yasky y el Micheli/De Gennaro no se debe a diferencias de fondo, ni de principios, sino que, por el contrario, es una consecuencia de que, en esta oportunidad, se han inclinado por distintas alternativas políticas, ambas igualmente antiobreras. Hugo Yasky, junto a sus aliados Martín Sabbatella y Carlos Heller, se decidió por mantenerse en el apoyo al gobierno kirchnerista. Mientras tanto, Víctor De Gennaro y Pablo Micheli, acompañados, entre otros, por Claudio Lozano, optaron por pasarse a la “oposición” y se encolumnan tras Pino Solanas en Proyecto Sur.

En este marco, la fracción que encabeza Micheli realizó un congreso en la ciudad de Mar del Plata. Se votó, entre otras cosas, la convocatoria a un paro nacional para el 8 de junio, en coincidencia con las mil marchas de los jubilados que reclaman el 82% móvil para las jubilaciones. Esta medida es, claramente, parte de la campaña que comienza a desplegar la gente de Micheli y no forma parte de ningún plan de lucha concreto que busque conquistar las reivindicaciones de los trabajadores.

Pero en el congreso de la CTA, la convocatoria al paro estuvo lejos de ser lo más relevante. La actividad principal, en los dos días que duró el encuentro, estuvo marcada por la vista de varios de los principales dirigentes de la “oposición”. Margarita Stolbizer, Roy Cortina, Eduardo Macaluse, Victoria Donda y Graciela Ocaña desfilaron, a su turno, por las tribunas. Si hasta Ricardo Alfonsín tuvo su lugar para hacer campaña en el congreso organizado por Micheli. Y fue el propio Micheli el que se encargó de callar a los congresales que se indignaron ante semejante concurrencia antiobrera. “Seamos tolerantes, no los invitamos para agredirlos (…) Por favor, están a favor de la personería gremial. Hay que ser tolerantes”, gritó desde el escenario.

En los hechos, por lo tanto, el encuentro de Mar del Plata sirvió como acto de campaña para los principales dirigentes del arco progresista de la “oposición”. Y también para que unos y otros aprovecharan para continuar discutiendo sobre posibles armados, frentes y alianzas varias, de cara a las elecciones de octubre. Claro que en el bando de Micheli no son meros espectadores de estos armados sino que, por el contrario, participan activamente en la formación de esta “nueva” alternativa política propatronal. Por caso, el economista de la CTA, Claudio Lozano, ya está lanzado como precandidato a jefe de gobierno porteño por el rejunte que viene armando Pino Solanas, bajo el nombre de Proyecto Sur (Pino Solanas, Libres del Sur, y el MST, entre otros). Lozano, por lo tanto, no perdió el tiempo y aprovechó el congreso para sacarse una foto con la ex ministra de salud kirchnerista, y protegida de Elisa Carrió, Graciela Ocaña, y para avanzar con las discusiones de cara al armado de la fórmula para las elecciones de la ciudad de Buenos Aires. “La idea de ir juntos de alguna manera está definida. Aunque lo que no está definido es el orden”, celebró el economista como balance de sus gestiones en el congreso.

De esta forma, a paso acelerado, andan los que ayudaron otrora a encumbrar al gobierno progre de La Alianza, que avanzó con más ajuste sobre los trabajadores y avaló la flexibilización laboral. Los mismos que se esforzaron durante años por contribuir a la legitimación del antipopular e igualmente ajustador gobierno kirchnerista. Esos mismos son los que ahora, pretendidamente en defensa de los trabajadores, avanzan en la construcción de un “nueva” estafa progresista, que será, como siempre ha sido, profundamente propatronal y antiobrera.

J. L. Suárez y Baradero: La represión del “progresismo” kirchnerista

El gobierno kirchnerista, que sostiene la miseria y obliga a los pobres a sobrevivir entre basureros buscando de qué vivir, el que dirige las fuerzas represivas y es responsable del gigantesco crecimiento de la represión en los barrios más humildes y su consecuencia, el gatillo fácil; es el mismo gobierno que después busca cooptar a las víctimas de su propia represión por medio de un discurso “progresista”. Es lo que sucedió tras los asesinatos en José León Suárez y Baradero.


Hace un par de años, un camión que transportaba ganado volcó en Tolosa. Decenas de empobrecidos vecinos de la zona se apresuraron, con lo que tenían a mano, a carnear los animales muertos para comerlos. Episodios similares han ocurrido a repetición, casi sin trascendencia pública, en otros lugares del país. En Rosario, por ejemplo, también fue saqueado, hace no mucho tiempo, un camión jaula accidentado en la avenida de Circunvalación. En Mendoza, durante el invierno, los habitantes de los barrios pobres suelen acechar los trenes que transportan carbón, aprovechando los lugares donde disminuye la velocidad para manotear unos pocos trozos que sirvan para entibiar algo sus heladas casillas. En mayo de 2006, la policía disparó para evitar el saqueo. Además de varios heridos, entre ellos un bebé en brazos de su madre, las balas mataron por la espalda a Mauricio Morán, un pibe de 14 años que había logrado trepar a un vagón y arrojaba carbón hacia la gente.

El 8 de febrero, la escena se repitió en José León Suárez, cuando descarriló un tren cargado de autopartes. Los tiros de las escopetas policiales, cargadas con munición de plomo, mataron a Mauricio Gabriel Arce Ramos, de 17, y Franco Almirón, de 16. Otro adolescente fue gravemente herido, pero logró sobrevivir.

Cuatro días más tarde, en la ciudad de Baradero, el policía Gonzalo Kapp descargó su escopeta contra Lucas Rotella, de 16 años, porque el pibe escapó con su ciclomotor cuando lo quiso detener por no usar casco. Dieciocho postas de plomo impactaron en la espalda del chico, que murió en el acto.

Como hace medio año en Bariloche, cuando la policía fusiló a Diego Bonefoi, la reacción popular, que se expresó de inmediato con movilizaciones, quemas de gomas y pedradas a las comisarías, puso los hechos de José León Suárez y Baradero en la primera plana de los medios.

Una vez más la política antipopular del kirchnerismo se mostró en toda su magnitud, dejando a la luz la miseria de las barriadas populares, la desesperación que obliga a los más pobres a arriesgar su vida en el saqueo, y la multiplicación sistemática del gatillo fácil que mata a un chico pobre cada día.



La mentira de las “soluciones progresistas”

Como siempre que un episodio represivo logra trascender, en lugar de quedar oculto tras la escueta referencia al “enfrentamiento” o el “delincuente abatido”, detrás vino una catarata de declaraciones e iniciativas de las distintas fracciones de la burguesía, cada uno para llevar agua a su molino.

Desde el gobierno provincial, gran defensor de la policía y de la “mano dura”, rápidamente llegaron emisarios para entrevistarse con las familias de los muertos, prometiendo, tanto en uno como en otro caso, “investigar hasta las últimas consecuencias”, y, de paso, ofreciendo algún que otro subsidio para silenciar la bronca. El propio jefe de la bonaerense, Juan Carlos Paggi, fue mandado por el gobernador Scioli a José León Suárez y Baradero. Scioli anunció la intervención de las comisarías, pasó a retiro a una quincena de comisarios y aplaudió la detención de un par de policías, mientras cargaba las tintas con el argumento del “loquito suelto” que había confundido los verdes cartuchos de postas de goma con los rojos de perdigones de plomo o acero.

La situación no fue desaprovechada por el gobierno nacional y sus propagandistas, que se montaron sobre la bronca y la movilización popular para cargar contra sus competidores en la interna del PJ. En José León Suárez, los familiares de Mauricio y Franco fueron rápidamente rodeados por los militantes kirchneristas de la JP Evita y La Cámpora, y su representación procesal en la causa penal fue asumida por los abogados del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), cerrando así el círculo de cooptación para convertir, como suelen sostener, “la protesta en propuesta”. O sea, desactivarla y redireccionarla bajo su control.

Mientras tanto, Horacio Verbitsky, el presidente del CELS, virtual ministro paralelo de seguridad nacional, convocó a un amplio arco de referentes del llamado “progresismo” para reeditar, en clave bonaerense, el Acuerdo para la Seguridad Democrática. En diciembre de 2009, habían lanzado este documento en un acto público, con el apoyo de los burócratas de la CGT y la CTA y todos los bloques legislativos, excepto el PRO. Ese texto fue adaptado, en junio de 2010, para presentarlo como Acuerdo para la Seguridad Democrática en la provincia de Buenos Aires, siempre señalando a un supuesto “autogobierno policial” como la causa de todos los males, lo que se resolvería con la conducción civil (o sea, de ellos) de las fuerzas de seguridad. Ahora, después de Baradero y José León Suárez, de nuevo el CELS desempolvó el documento, junto a la Comisión Provincial por la Memoria y la habitual corte de grandes “progres”: los burócratas Roberto Baradel, de SUTEBA; Hugo Yasky, de la CTA; los diputados Martín Sabbatella, Carlos Raimundi, Ariel Basteiro, Edgardo Depetri, Héctor Recalde y Ricardo Gil Lavedra, y el infaltable Premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel.

Cobró inusitado protagonismo en la iniciativa el titular de la Comisión Por la Memoria, Alejandro Mosquera, que supo dirigir la Federación Juvenil Comunista en los ’80, para luego pasar a las huestes del Frepaso, desde donde acordó, como jefe del bloque en la legislatura provincial, los votos necesarios para el paquete de leyes represivas impulsadas por el gobernador peronista Carlos Ruckauf, a mediados de los ’90.

La tesis del “progresismo”, que disputa con Scioli al interior del oficialismo, es que la policía se maneja en la provincia con un “modelo autoritario e ineficiente de autogestión policial que sólo incrementa el delito y provoca más muertes”. Propone, como salida, separar las funciones de justicia y seguridad (como, con su bendición, se hizo en el gabinete nacional recientemente); profesionalizar a la policía (lo que implica, por ejemplo, aumento de sueldos, más equipamiento y entrenamiento especializado, como el de las academias yanquis); y buscar “un acuerdo político y social amplio que permita avanzar en el diseño e implementación de políticas de corto, mediano y largo plazo, orientadas a encontrar soluciones inmediatas y perdurables a las demandas sociales en materia de seguridad” (es decir, buscar un gran acuerdo de la burguesía para dirigir a sus verdugos en la defensa de sus comunes intereses).

Como si la policía federal no hubiera protagonizado la represión en el Parque Indoamericano, con tres(1) muertos, o la gendarmería no reprimiera a diario cortes de ruta y tomas de tierras en el interior del país; como si sólo la bonaerense usara el gatillo fácil y la tortura como cotidianas herramientas de control social; el oportunismo kirchnerista, en un año electoral, recurre a su arma favorita para ganar consenso: la cooptación de las demandas populares, convirtiéndolas en caricaturas de sí mismas, en su propio beneficio. Al estilo peronista ortodoxo, al estilo kirchnerista o con matices de cualquier color, la represión es un arma imprescindible para que la burguesía profundice su dominación, gobierne quien gobierne en su nombre.







NOTAS:

1) Tras la represión en el Parque Indoamericano además de los dos casos de muertos por la policía que fueron difundidos públicamente, también fue asesinado por la represión Emilio Canaviri Álvarez, hecho denunciado por su familia, aunque tanto el gobierno como los medios de comunicación, aprovecharon que portaba un DNI falso para poner en duda su ejecución.

EL PROGRESISMO CONTRA LA REVOLUCIÓN



Los años de gobierno kirchnerista

Luego de la crisis de 2001, la burguesía encontró en el gobierno de los Kirchner un recambio que garantizó la vuelta a la “estabilidad”, y que permitió el reacomodamiento de muchos de los sectores de la clase dominante. Los multimillonarios negocios para el empresariado, los altos niveles de pobreza y desocupación, la inflación y los bajos salarios, la flexibilización y las pésimas condiciones de trabajo que padece la clase obrera, y el permanente saqueo y entrega nacional, han sido una constante en los ya casi ocho años de gobierno.
El kirchnerismo mostró inmediatamente su carácter proimperialista y antipopular. Ha pagado obedientemente la deuda externa, llegando a realizar un importante desembolso, en efectivo y por adelantado, de casi 10.000 millones de dólares al FMI, y ha cumplido sus principales exigencias en materia económica. Sostiene la ocupación militar en Haití, a pedido de EEUU, junto a otros países latinoamericanos. Ha desplegado un enorme arsenal de políticas represivas contra el pueblo trabajador, profundizando la represión sistemática, promulgando leyes cada vez más duras y sosteniendo e incrementando el gatillo fácil y la persecución de los luchadores sociales, hasta transformarse en el gobierno con más presos políticos desde la vuelta de la democracia. Ha dado vía libre a la ganancia creciente del empresariado, avalando la flexibilización laboral y agravando las condiciones de explotación de la clase trabajadora. Todo esto con la complicidad de la burocracia sindical.
Como base para defender el dominio de la burguesía, el gobierno kirchnersita se apoyó desde un principio en estructuras centrales para el control social y el disciplinamiento de la clase trabajadora como son el aparato del PJ y el de la CGT, así como y como la represión sistemática contra los sectores populares y la persecución a los activistas políticos.
Además, con la caja del estado y un discurso progresista y popular, acompañado de algunas medidas efectistas, el gobierno se lanzó a ganar adeptos entre el progresismo. Éstos, apoyando parcial o totalmente las medidas oficialistas no hacen más que concederle una mayor legitimidad para avanzar con su política antipopular y proempresaria. Entre los progresistas que supo cosechar el kirchnerismo podemos encontrar a una buena parte de los sectores de la clase media y el activismo de muchos movimientos y organizaciones políticas y sociales. Madres de Plaza de Mayo y gran parte del espectro de las organizaciones de DDHH (Abuelas, Hijos, Cels), organizaciones de desocupados como el Movimiento Evita, el Frente Transversal, FTV, MTD Aníbal Verón, como también algunas organizaciones políticas como el PC y el PCCE, y el sabbatellismo, además de obtener favores y puestos dentro del gobierno, han sido seducidos por medidas de tinte progresista(1), que no modifican lo sustancial de la situación de pobreza y explotación que recae sobre el pueblo trabajador.
Aprovechando el apoyo de figuras como Fidel Castro, Hugo Chávez y Hebe de Bonafini, entre otros, el kirchnerismo pasó a autorreferenciarse como un gobierno “defensor de los DDHH”, “antiimperialista” y, para algunos, hasta de “izquierda”.
En el mismo sentido, la alineación de una buena parte de la CTA a sus filas contribuyó a la legitimidad del discurso gubernamental como progresista, a pesar de los crecientes negociados empresariales y el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Este perfil populista y los privilegios para algunos  sectores empresarios en detrimento de otros llevó al kirchnerismo a un enfrentamiento con algunos sectores de la burguesía, como el empresariado rural y algunos multimedios, sectores a los que, desde la oposición más reaccionaria hasta algunos partidos de “izquierda”, salieron a defender a capa y espada(2).
Hábilmente, el gobierno supo aprovechar esta situación, haciendo aparecer como un enfrentamiento contra “la derecha golpista” lo que en realidad era una pelea por negocios. De esta manera, logró polarizar las posiciones consiguiendo el apoyo y la movilización de algunos sectores del progresismo en su defensa.
En esta línea, se ubican los desencantados del kirchnerismo, que en las primeras horas del gobierno K apostaron a “jugar como su pata izquierda” y que cuando ya no tuvieron un lugar dentro, se transformaron en una oposición que se plantea “disputarle la base al kirchnerismo”. Dentro de estas corrientes están Proyecto Sur de Pino Solanas y Libres del Sur de Humberto Tumini proclamándose hoy “por la construcción de una alternativa política al bipartidismo”(3).
A todos ellos, el gobierno de los Kirchner ha logrado ponerlos en un lugar muy incómodo para mostrarse como oposición, ya que no tienen una propuesta muy diferente. Pues su planteo sigue siendo el capitalismo, sólo que más “humanizado”, prolijo y si se puede, de tinte más progresista.

El rol del progresismo

Todas estas propuestas progresistas se adaptan a los marcos del capitalismo. De hecho, para el conjunto de los planteos burgueses (desde los más conservadores hasta los más progresistas) la propuesta sigue siendo la explotación y la miseria para los trabajadores (aunque de manera más o menos “humanizada”).
Frente a esto se hace sumamente necesario asumir que la salida sólo puede venir de la mano de una revolución, que libere a los trabajadores de la explotación y que plantee una transformación real de la sociedad.
Y es en este camino que nos encontramos con un problema mayor, la existencia de corrientes que bajo este mismo discurso, la necesidad de la revolución o el socialismo, plantean que hoy se corresponden salidas “intermedias” o “posibles”.
Ante la responsabilidad y disposición militante que implica encarar las tareas de hacer la revolución, estas propuestas posibilistas suelen ser muy tentadoras, intentando convencer de que existen caminos de transformación posibles sin tener que asumir el enfrentamiento con la burguesía y su explotación.
De ese modo, bajo esas concepciones, muchos encuentran en el progresismo y el populismo alternativas para el desarrollo de un proyecto de cambio social e incluso de una “revolución”. Así se llegan a apoyar gobiernos burgueses, como si fueran los impulsores de “procesos revolucionarios”. Es el caso del apoyo a Evo Morales, Hugo Chávez, José Mujica, Rafael Correa, Fernando Lugo, Lula Da Silva y Cristina y Néstor Kirchner.
Para abonar estas ideas desde la teoría hay quienes, desde la oposición, dicen tener “una mirada entendedora de la progresividad”(4) del gobierno, y ven en medidas como la Ley de Retenciones Móviles o la Ley de Medios una “mejora en las condiciones de organización en el campo popular”, cuando objetivamente no son más que medidas que reflejan las contradicciones menores al interior de la burguesía y que para nada son significativas para los trabajadores explotados y los sectores pobres del pueblo.
Pretenden, así, mostrar una mirada “novedosa” de la situación, y en realidad están subestimando o desconociendo, al menos, la habilidad del populismo para legitimar su poder ante las masas y mantener su capacidad de explotación y dominación con apoyo popular, en circunstancias en que, con una política abiertamente liberal, tendría mayor dificultad. En un contexto en el que los índices de pobreza y desocupación son considerablemente altos, sostener y apoyar medidas que en lo estructural son insignificantes para lo que hace al funcionamiento del sistema y catalogarlas como progresivas, es confundir, contribuir a la legitimación de un gobierno antipopular y desviar absolutamente el eje de la urgente necesidad de construir una alternativa independiente de la clase obrera en el camino de la revolución socialista.
En el mismo sentido, estos grupos que esquivan las verdaderas tareas revolucionarias, se referencian en Chávez, quien asegura que está construyendo el socialismo de este siglo y se apoyan en Fidel Castro quien planteó que había que diferenciar al “neoliberalismo” menemista del nuevo gobierno kirchenrista y saludo el ascenso de éste último(5).
Tras la supuesta intención de evitar “la burda simplificación de caracterizar un conflicto como meramente burgués y ajeno completamente a los destinos concretos y asibles de las organizaciones populares(6), se esconde la esencia del reformismo que intenta disimularse detrás de un discurso revolucionario. Esto es propio de sectores que buscan una “transformación social” sin grandes exabruptos: sin expropiaciones, sin violencia, sin enfrentamientos.
Distintas organizaciones, intelectuales y académicos alineados con estas concepciones, ponen en duda la posibilidad o la necesidad de la revolución. Hacen “teoría” caracterizando a la época en que vivimos como “novedosa”: se presenta al neoliberalismo como una etapa nueva, escondiendo que el problema central es el capitalismo, planteando tareas muy diferentes a las que tuvieron que asumir quienes en la historia fueron los protagonistas de la revolución. Así, se reniega de la organización, de la clase obrera como sujeto revolucionario, de la necesidad de tomar el poder, y de la lucha revolucionaria para enfrentar y derrotar a la burguesía. Pasan por alto que aún se mantienen las condiciones de producción propias del sistema capitalista que implica la explotación de la clase obrera (adopte las características que adopte) por la burguesía y que por ende ésta es la lucha básica y elemental para cualquier tipo de transformación.
Muchas organizaciones e intelectuales proponen, en esta misma línea, la alternativa del socialismo del siglo XXI como el camino hacia “la construcción de una nueva sociedad”. Como si el socialismo pudiera construirse en el marco de una sociedad capitalista. Por el contrario, la experiencia de las revoluciones triunfantes nos muestra que la construcción de una sociedad socialista sólo es posible luego de la toma del poder, la instauración de un gobierno obrero y la derrota definitiva de la burguesía.

El único camino sigue siendo la revolución

Quienes tomamos partido por los intereses de la clase obrera sabemos que no podemos tener ninguna confianza en proyectos burgueses, por más progresivos que puedan mostrarse, los que, en definitiva, crean falsas expectativas y retrazan la lucha y la conciencia. Por el contrario, planteamos la necesidad de impulsar la revolución y transitar verdaderamente el camino de la construcción de una sociedad socialista.
De hecho, hay experiencias revolucionarias muy importantes que desembocaron en la derrota por no adoptar y profundizar el proyecto de liberación de clase, el socialismo(7).
En nuestro país y en el mundo entero, los trabajadores siguen sosteniendo con su fuerza de trabajo, cada vez con niveles de mayor explotación, a una clase que sólo busca reproducirse sobre la base del trabajo ajeno. Y con este fin, y no otro, se desatan guerras que devastan pueblos enteros y ocasionan  millones de muertes, se reprime con métodos cada vez más sofisticados a quienes se organizan por mejorar sus condiciones de vida o luchan por una sociedad más justa.
Ésta es la naturaleza del capitalismo, en el que la burguesía, con el correr del tiempo ha tenido que ir modificando superficialmente su forma de dominación para sostenerse en el poder, pero que no ha cambiado lo fundamental.
Por ende, las tareas esenciales para la revolución tampoco han cambiado. Es la burguesía nacional e internacional a la que hay que derrotar y esto implica, hoy, la necesidad de construir un partido revolucionario que asuma las tareas militantes para llevar a cabo la revolución socialista en nuestro país.

NOTAS:
1) Algunos ejemplos de estas medidas son las retenciones al campo, la asignación universal por hijo, el conflicto con Papel Prensa, la ley de medios, la aprobación por ley del matrimonio gay, los juicios a algunos represores del la dictadura del 76, la instauración del museo de la memoria en la ex ESMA, el apoyo en los procedimientos judiciales y la apertura de archivos para la recuperación de nietos expropiados en la última dictadura, los festejos del bicentenario, entre otras.
2) Un ejemplo bien claro fue la confrontación entre el gobierno y los empresarios del campo, donde desde el PJ federal, la UCR, la Coalición Cívica, el GEN, el PRO hasta partidos como el MST y el PCR se ubicaron en defensa del empresariado rural como forma de oponerse al gobierno. Incluso algunas organizaciones que plantean la necesidad de la independencia de clase tuvieron una posición vacilante apenas comenzó el conflicto.
3) Otra organización que en un primer momento simpatizó con el kirchenerismo, para luego distanciarse fue el PCR-CCC.
4) Ideas como ésta, han ido ganando lugar dentro de varios grupos militantes, sobre todo en ámbitos intelectuales como la universidad. Tomamos el ejemplo de la Corriente Julio Antonio Mella porque, si bien es un grupo entre otros, es representativa de esta línea de pensamiento chavista. Esta corriente se propone “romper con un dogmatismo propio del marxismo”, llegando a la defensa explícita de algunas medidas gubernamentales.
5) En su discurso en la Facultad de Derecho en 2003 Fidel Castro, tras el triunfo de la fórmula Kirchner-Scioli sobre sus copartidarios Menem-Romero dijo que “el símbolo de la globalización neoliberal ha recibido un colosal golpe” y que sintió “gran satisfacción y júbilo cuando llegaron las noticias de un resultado electoral en nuestra queridísima Argentina”.
6) Así insiste la misma corriente en una revista del Centro de Estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. 
7) Ver Dossier “Entre el Antiimperialismo y la alianza de clases”, en revista El Revolucionario Nº2.

El progresismo prepara una nueva estafa

En un acto en Ferro, los hasta ayer ultrakirchneristas de Libres de Sur lanzaron la candidatura presidencial de Pino Solanas. De esta forma, ahora con las elecciones de la CTA en el horizonte, continúa el realineamiento del progresismo intentando organizar una nueva estafa contra la clase trabajadora.


Libres del Sur creció en los últimos años al calor de las partidas y los planes que manejaron desde el gobierno. Ubicaron a sus dirigentes como funcionarios o legisladores del partido oficial y, cuando fue necesario, oficiaron como fuerza de choque kirchnerista ante movilizaciones populares. Escondidos tras un discurso “de izquierda”, contribuyeron a legitimar el ajuste y la entrega del gobierno de los Kirchner, al que hoy dicen enfrentar.

Por estos días, se encuentran lanzados a la organización de un nuevo proyecto de centro-izquierda que encamine a los trabajadores tras un gobierno capitalista, de tinte progresista, como lo fueron, en su momento, la Alianza o el kirchnerismo. En el marco de su congreso nacional, Libres del Sur organizó un acto en Ferro en el cual lanzaron la candidatura presidencial de Pino Solanas. “Tenemos vocación de gobernar y, hoy, con la conducción de Pino Solanas, vamos por este nuevo proyecto nacional que se dispone a gobernar”, marcó Tumini. Y el cierre del acto estuvo a cargo del propio Solanas que terminó convocando “a prepararse, que tenemos que gobernar en 2011”. También participaron Lozano, “el Perro” Santillán, Carlos Chile y un ex intendente de Porto Alegre y dirigente del PT brasilero.

La interna de las figuras y las organizaciones del progresismo divide (aunque no siempre claramente) entre quienes se sostienen en el apoyo del kirchnerismo y quienes se aglutinan alrededor de Solanas, en busca de un “nuevo proyecto nacional y popular”. Y esa misma interna es la que ya se dibuja ante las elecciones en la CTA de septiembre. De Gennaro piensa en Micheli como candidato para enfrentar a Yasky en la interna. Yasky, ya en campaña, cierra filas con el kirchnerismo. Ya consiguió el apoyo para su reelección de Depetri y D´Elia y acusa a Micheli de querer utilizar a la CTA para la campaña de Solanas. Como en el pasado, sus diferencias se dan a la hora de decidir tras qué candidato proempresario conducir al movimiento obrero.

El progresismo, en cualquiera de sus variantes, no es otra cosa que la “pata izquierda” del sistema capitalista. Como tal, no representa ninguna alternativa para la clase trabajadora, más que la de ser parte de un nuevo proyecto de ajuste y entrega.

EL REJUNTE DE LA OPOSICIÓN “PROGRESISTA”: A NEGOCIAR, CON LAS ENCUESTAS EN LA MANO

Los “progresistas” de todo tipo, camino a 2011, van pensando cómo posicionarse mejor. A falta de principios, estudian las encuestas para proyectar las alianzas, frentes y otros rejuntes con los que saldrán a competir por un pedacito de la torta, y repiten la misma cantinela que la “oposición conservadora” que dicen enfrentar.

El diario Clarín difundió la versión de que la “revelación” de las últimas elecciones, “Pino” Solanas, desistiría de ser candidato a presidente y se presentaría a la jefatura de gobierno, para dejar espacio a una posible alianza de Proyecto Sur con el gobernador santafesino, Hermes Binner, que ya se lanzó a la presidencial. Varios se entusiasmaron, como el diputado de Solidaridad e Igualdad (ex ARI, integrante del Acuerdo Cívico y Social) Eduardo Macaluse, que sueña con juntar a Solanas y los referentes de la CTA y de la Constituyente Social Claudio Lozano y Fabio Basteiro, con ex kirchneristas “de centroizquierda” como Bonasso y los nucleados en Libres del Sur, más Binner y Juez.
También el ex PC y semi kirchnerista Martín Sabbatella se pronunció a favor de un “tercer espacio” para “condicionar desde una perspectiva progresista el rumbo del gobierno”.
Las negociaciones de algunos integrantes del Acuerdo Cívico y Social con Proyecto Sur, SI, Libres del Sur y Miguel Bonasso están complicadas porque los últimos, que confluyen en un interbloque en diputados, no terminan de decidir si van a votar con el resto de la “oposición”, que llaman “conservadora”, o con el kirchnerismo, en la primera sesión del año. Ellos argumentan que no quieren discutir el Fondo del Bicentenario si no se incluye en el orden del día su proyecto de Fondo para el Desarrollo, y los otros los acusan de tener “una actitud caprichosa que deja un manto de sospecha sobre un acuerdo con el kirchnerismo”. Tampoco ayuda que Carrió viene impugnando al gobernador santafesino, al que acusa de negociar con el gobierno nacional para obtener fondos para Santa Fe.
Para preservar su alianza con Lozano, al que le tiene prometida la candidatura a jefe de gobierno, Solanas rápidamente desmintió que pensara secundar a Binner. Pero la misma semana apareció en el Campamento Nacional de la Juventud del Partido Socialista, en Jesús María, Córdoba, hablando de una “tercera vía” que sea una alternativa electoral a la UCR y al PJ.
En el trasfondo de las declamaciones sobre la “unidad del progresismo” que todos dicen buscar, subyace el susto que muchos de ellos tienen, en caso de ir separados, de ser atrapados por la telaraña de las nuevas reglas electorales y quedar, en breve, afuera del codiciado rodeo(1).
Como siempre, será la conveniencia electoral la que marcará el camino de estos “progresistas”, que, en esto, poco se diferencian de lo que ellos llaman “la derecha”, y sólo sirven para lavarle la cara a la burguesía con las aguas servidas del oportunismo.


NOTAS:
1) Más de una docena de partidos de todos los colores depusieron sus diferencias para promover, en conjunto, un recurso de amparo contra la nueva ley que amenaza el eje de su vida política, la participación electoral, y, además, los interesantes ingresos por aportes oficiales (campaña, boletas, etc.). El recurso fue firmado por Proyecto Sur, GEN, Libres del Sur, Partido Obrero, Proyecto Buenos Aires Federal, MST, Partido Comunista y el Partido Federal, que funciona dentro del PRO.

El reacomodamiento de la burguesía y el rol de los trabajadores

Sobre la actual crisis se erigen las disputas de poder entre los capitalistas, sus asociaciones y sus partidos políticos, que debaten el recambio presidencial después de la era kirchnerista. Pero pese a los esfuerzos coordinados de la burocracia, el gobierno y el empresariado, irrumpe la clase trabajadora con voz y actividad propias.

La crisis económica mundial del capitalismo tuvo su correlato, obligado e inevitable, en Argentina.
Luego de varios años de bonanza económica internacional, que beneficiaron al gobierno kirchnerista y a los capitalistas que embolsaron ganancias extraordinarias, llegó la crisis. Con ella, la disminución de esas exorbitantes ganancias, las disputas entre los empresarios y, sobre todo, el ajuste y el empeoramiento de las condiciones de vida del pueblo trabajador.
Ante esta situación, el gobierno de los Kirchner desempeña su papel como representante de la burguesía, defendiendo y protegiendo a un grupo de capitalistas y avasallando a los trabajadores. Junto al empresariado y al gobierno, se ubica la burocracia sindical en su conjunto: la CGT y la CTA. Cada cual cumple su rol en la instrumentación de las suspensiones, los despidos y el congelamiento salarial, que, junto a la inflación que crece constantemente, extienden la pobreza y la desocupación entre la clase trabajadora.
De este modo, la “triple alianza antiobrera”, el gobierno, el empresariado y la burocracia sindical, se encarga de garantizar que la crisis la paguen los trabajadores.
Si bien la crisis capitalista obliga a que el gobierno, la burocracia y la patronal actúen como un solo hombre frente a la clase trabajadora, también ha incidido en las peleas internas entre ellos, que se manifiestan de variadas formas, y ponen de relieve el fin del ciclo kirchnerista y la necesidad de reacomodamientos dentro de las filas de la burguesía.

El reacomodamiento de la burguesía
En 2003, el kirchnerismo vino a rescatar la gobernabilidad de la burguesía, cuya estabilidad política estaba en crisis desde 2001. Para lograr la pacificación, acudió a un discurso demagógico que hablaba de redistribución de la riqueza y de derechos humanos, aunque para el pueblo hubiera pobreza y represión.
Fue la burguesía la que le dio ese papel a los Kirchner para aminorar el nivel de conflicto y poder dedicarse de lleno a sus negocios.
Seis años más tarde, no sólo ha quedado atrás aquella necesidad de recomposición, sino que además, en la medida en que se ha ido evidenciando el carácter antipopular del gobierno, el kirchnerismo ha ido perdiendo cierta capacidad de manejo populista. Por si fuera poco, en un marco de reducción de las ganancias empresarias debido a la crisis, los Kirchner han priorizado el beneficio propio y de sus capitalistas amigos en desmedro de negocios anteriores. En este marco, el kirchnerismo, cumpliendo su papel de gobierno populista y buscando fortalecer los negocios privados de sus funcionarios y socios, se enfrentó públicamente con los empresarios rurales primero y con Clarín después, aunque sin tocar jamás las bases del sistema de explotación capitalista.
La organización de nuevas variantes burguesas con cierto peso en las legislativas del pasado 28 de junio, es muestra del desplazamiento del apoyo de la burguesía que busca una nueva fórmula para gobernar. A grandes rasgos, digamos que la orientación es hacia un gobierno burgués más declaradamente liberal y menos populista, siempre igualmente proempresario.
Ante la evidencia de que amplios sectores de la burguesía están buscando nuevos candidatos que defiendan mejor sus intereses, el kirchnerismo, para sostenerse a sí mismo y a sus socios empresarios, ha salido nuevamente con una tanda de medidas populistas (la televisación del fútbol, la ley de medios, las asignaciones familiares) para llegar mejor posicionado a las elecciones de 2011. Aprovecha así, no sólo el tiempo que le queda hasta diciembre, cuando perderá la mayoría en la cámara, sino, además, la mediocridad de sus oponentes, que se dedican simple y abiertamente a defender al empresariado dolido con los negocios kirchneristas, como Noble o Biolcati.
Las iniciativas radicales de Cobos, Carrió, Morales o Stolbitzer buscan, infructuosamente, tejer nuevamente un “frente transversal” radical-peronista, igualmente antipopular pero con su propia hegemonía. Sólo que, en vez de hacerlo en “nombre del pueblo”, lo hacen directamente en el de la rentabilidad empresaria.
Pero es dentro del PJ donde se discute con más certezas el recambio presidencial. Allí, surgen y se bajan posibles candidatos una y otra vez. Al peronismo kirchnerista se le opone el peronismo no kirchnerista con el “inventor” de Kirchner, Eduardo Duhalde, a la cabeza. La burguesía local sabe perfectamente que el PJ es el mejor partido para gobernar y administrar sus negocios. Por eso, es la apuesta principal. En la interna del PJ, se dirime la interna de la burguesía argentina que busca desesperadamente un nombre más o menos presentable para la postulación presidencial. Desfilan Reutemann, Solá, Das Neves, Scioli y hasta Duhalde y Kirchner... un poco más afuera del PJ formal, miden imagen Macri y los suyos.
La CGT reproduce casi al unísono las peleas que se dan en el PJ. Así, ante el ya clásico enfrentamiento entre moyanistas kirchneristas y barrionuevistas no kirchneristas, se reubican todos los burócratas sindicales en busca de un cómodo rinconcito en vistas del próximo panorama político. También la CTA va siguiendo el ritmo del desgaste del kirchnerismo. Mientras figurones como Yasky, Baradell o Basteiro persisten en su lealtad al oficialismo, otros buscan un nuevo sitio donde posicionarse. Así lo hacen gentes como Michelli, Lozano o De Genaro.
Así, en el medio del agotamiento del “proyecto” kirchnerista, los reordenamientos en la tropa de la burguesía están a la orden del día. El PJ se reacomoda constantemente, la oposición se junta, se rejunta y se separa sin cesar, y la CGT y la CTA también reflejan las internas que se suceden en los partidos del sistema. Todos buscan organizarse rápidamente para estar bien parados al momento del recambio presidencial en 2011. Diputados, senadores, burócratas sindicales, empresarios… todos los que se benefician de este sistema de explotación se van acomodando para la próxima etapa política, ante el desgaste del gobierno de los Kirchner.

El falso atajo progresista
Como siempre sucede cuando la crisis y el desgaste van desenmascarando el carácter empresarial y antiobrero de los gobiernos burgueses, también ahora, frente al agotamiento del kirchnerismo y las disputas abiertas de cara a las próximas presidenciales, se presenta, como una falsa alternativa para los trabajadores y el pueblo, el proyecto de los progresistas. Encabezado por Fernando “Pino” Solanas, el progresismo se propone como alternativa de gobierno frente a los partidos tradicionales. Pero sólo es eso: una opción adentro del abanico de ofertas que se plantean reformar, humanizar, el capitalismo.
Todos los que alguna vez estuvieron cobijados bajo el kirchnerismo, ahora se maquillan un poco para volver al ruedo en nombre de un mentiroso plan de cambio. Son más de lo mismo y sus andanzas son ya muy conocidas. Sin ir más lejos, el gobierno de De la Rua fue expresión del progresismo en el poder; los primeros años de gobierno kirchnerista, también. Así, figurones como Solanas, Sabatella y organizaciones como Libres del Sur o la CTA, entre otras corrientes, se suben al tren del progresismo para reiterar el discurso de reforma preferido para engañar al pueblo trabajador.
El rol que vienen a cumplir siempre estos “progres”, como sucedió con La Alianza o con la transversalidad, es siempre el mismo: conseguir que el pueblo trabajador vuelva a confiar en un sistema cuyo carácter antipopular ha sido ya mil veces comprobado por la clase trabajadora.
Por eso, los trabajadores y las organizaciones sociales y políticas en las que nos organizamos, no debemos depositar ninguna confianza en estos “nuevos” viejos progresistas, sino por el contrario, debemos señalarlos como lo que son, “capitalistas de izquierda” que nada cambian, y que siempre terminan legitimando al capitalismo y a todas sus instituciones.

La irrupción de la clase trabajadora
Indudablemente, la crisis económica precipitó las peleas internas de la burguesía y, con ellas, los reacomodos en sus expresiones políticas. Pero, también, precipitó la presencia cada vez más protagónica de la clase trabajadora en la arena política nacional.
Ante el desparpajo con el que la burocracia sindical se posiciona al lado de las patronales, y con el desarrollo de cuerpos de delegados y comisiones internas antiburocráticas, la lucha independiente de la clase trabajadora comienza a ser un tema de discusión y preocupación para la burguesía. Con la lucha de los obreros de Kraft como telón de fondo, la clase trabajadora pone blanco sobre negro en el panorama político, demostrando que los trabajadores nada tienen que hacer en las internas de los capitalistas y sus partidos y, que son capaces de tener voz propia sin necesidad de aliarse a ningún grupo patronal o burocrático.
Con la llegada y la permanencia de una crisis que nadie atina a decir cuándo concluirá, surgirán conflictos obreros a pesar de la voluntad y los esfuerzos del gobierno, el empresariado y la burocracia. Conflictos que marcarán, como lo vienen haciendo, un camino de lucha independiente para los trabajadores.
La tarea de la hora es desarrollar la organización antiburocrática y la lucha consecuente de la clase trabajadora.

Por la Revolución Socialista
Ni la crisis del sistema capitalista implica su caída, ni el agotamiento del kirchnerismo significa un debilitamiento de la burguesía.
Asistimos a una de las recurrentes crisis de capitalismo que, debido a la ausencia de una organización revolucionaria y de una clase trabajadora organizada capaces de tumbarlo, se recompondrá indefectiblemente. Presenciamos el desgaste de un modelo de gobierno, que fue bien aprovechado por los diferentes sectores burgueses, hasta que se agotó. El momento político que transitamos se caracteriza por la búsqueda de otro representante, de otro “líder”, que, adaptándose a la situación de crisis actual, siga garantizando la mayor cantidad de ganancias posibles para los capitalistas.
Pero mientras los capitalistas y sus representantes políticos se disputan puestos en el estado, la clase obrera irrumpe con más claridad en el escenario político con voz propia, sin hacerle coro a nadie. Las luchas de los trabajadores continuarán su lento desarrollo después de años de relativa calma y de desempeñar un rol no siempre protagónico en el conjunto de las luchas sociales contra el gobierno de los capitalistas. Pacientemente, es necesario contribuir a este proceso para que la clase trabajadora sea la vanguardia de la lucha contra todos los males que engendra este sistema de explotación y opresión, y pueda erigirse como la fuerza revolucionaria capaz de hacerle frente al sistema e imponer la posibilidad cierta de cambiarlo todo. Y en este camino, es insoslayable el rol de una organización revolucionaria, que se proponga y trabaje todos los días para aportar a la lucha del pueblo trabajador y orientarla, organizarla, hacia la disputa abierta contra la burguesía. De un Partido Revolucionario que sea parte e intervenga en las organizaciones de los trabajadores, para impulsar el desarrollo de más y mejor organización y una mayor concientización y combatividad de nuestra clase.
La tarea de hoy es desarrollar, con la paciencia que requiere la urgencia, la lucha y la organización del pueblo trabajador en la perspectiva de la revolución socialista.
Para ello, es necesaria una labor dedicada y militante en cada ámbito de lucha, en cada lugar de trabajo y de estudio, en cada barrio y en cada casa, para fortalecer la organización obrera y popular, impulsando las organizaciones de base, las comisiones internas y los sindicatos, enfrentando a la burocracia sindical, la patronal y el gobierno. Y es preciso también realizar, a su vez, todos los esfuerzos necesarios para lograr construir el partido que agrupe a los trabajadores que nos organizamos para encauzar esa lucha hacia la Revolución, hacia el Socialismo.
La Revolución no llegará de la noche a la mañana. Tampoco será el resultado de una sumatoria de luchas o revueltas esporádicas y espontáneas. Será el fruto de un trabajo y de una lucha constante, paciente, prolongada y organizada, en la que el Partido Revolucionario está llamado a desempeñar un papel central.
Hoy, la realidad nos muestra que nuestra clase carece de esa organización, de ese Partido Revolucionario capaz de radicalizar la conciencia de los trabajadores y de dirigir, organizar, centralizar e influir los diferentes procesos de lucha para profundizarlos y orientarlos en un combate a fondo contra el sistema. La construcción del Partido Revolucionario de la Clase Trabajadora es una obligación que se nos impone.

La guerra civil en Colombia: El rol del progresismo

La intervención de los diferentes líderes regionales y de sus ideólogos progresistas sobre el conflicto colombiano no es nueva. Los sucesivos gobiernos latinoamericanos han venido repudiando la lucha de la resistencia del pueblo colombiano, sumándose a la condena internacional que asocia a la guerrilla con el “terrorismo” y a las organizaciones populares con el narcotráfico, negando la legitimidad de su lucha.

Mientras en Colombia las FARC, junto a numerosas organizaciones, vienen desde hace décadas apostando por la organización popular y la lucha en pos de alcanzar una transformación social que termine con la pobreza y con la explotación de su pueblo, los aduladores de la democracia, defensores del “socialismo del siglo XXI” y la “revolución de las ideas”, con Chávez, Morales y Correa a la cabeza, mantienen la defensa de la burguesía como su máxima premisa, negociando incluso con los sectores más abiertamente reaccionarios de la clase dominante, y que han atentado en numerosas ocasiones contra sus gobiernos, como hiciera Chávez indultando a los golpistas, o Morales negociando con los gobernadores de la “media luna”.
Los resultados están a la vista: después de varios años en el gobierno (más de diez en el caso venezolano), la situación en sus respectivos países no ha cambiado en lo sustancial: se mantienen la pobreza y la indigencia en niveles altísimos, al tiempo que, lejos de eliminarse, se profundizan las relaciones de dependencia con los capitales imperialistas y los vínculos comerciales con EEUU. Así, independientemente de la retórica “antiimperialista” que puedan esgrimir, estos gobiernos vienen a confirmar una vez más lo que ya ha sido probado innumerables veces en la historia: no es posible terminar con la explotación y la miseria de nuestros pueblos si no es dando la lucha a fondo contra el sistema capitalista y las burguesías que se benefician de éste.
Entre quienes condenan el desarrollo de la lucha armada en Colombia, ocupa, sin dudas, un rol importante Fidel Castro, que continúa negando la posibilidad de que otros pueblos avancen en el camino que el pueblo cubano emprendiera en el ´59, tomando por la fuerza el poder, y avanzando en la expropiación de las burguesías locales y extranjeras. Morales, Chávez y Correa, detrás del líder cubano, han condenado en reiteradas oportunidades a las FARC y a las organizaciones guerrilleras que resisten en Colombia. “Ahora, estamos en otros tiempos, se acabaron las dictaduras y deben acabarse también las guerrillas contra el imperio, estamos en época de conciencias y, en base a la conciencia, hacer transformaciones pacíficas y democráticas”. “La guerra de guerrillas pasó a la historia”, dirían a su turno Morales y Chávez.
Estas afirmaciones, gravísimas de por sí, ya que acentúan el aislamiento de las organizaciones populares, contribuyendo con la avanzada de EEUU y el gobierno colombiano, siendo por lo tanto, una legitimación de la represión, son más graves al provenir de dirigentes que se autoproclaman “socialistas” o “anticapitalistas” ya que su opinión es escuchada y respetada por importantes sectores populares del continente. Provenga de quién provenga, es fundamental insistir con que estas reiteradas condenas a la guerrilla y a las organizaciones populares que luchan en Colombia (como en cualquier otro país), no son otra cosa que un llamado a la resignación.
Dentro de este panorama, en los diferentes ámbitos de debate con motivo a la instalación de las tropas yanquis en bases colombianas, los discursos de los presidentes “progresistas” y de sus escribas se han dedicado a negar sistemáticamente la existencia de una guerra civil en Colombia, que enfrenta, por un lado, a la burguesía representada por los paramilitares y el estado comandado por Álvaro Uribe, con las organizaciones populares y sus fuerzas guerrilleras por otro. Y esto, cuando no reclaman abiertamente (una vez más) que la incursión norteamericana aplaste de una vez por todas a la resistencia colombiana. En esos términos se debatió, por ejemplo, en la cumbre de UNASUR.
De la misma forma, en una conferencia en Venezuela el chavista Atilio Borón sintetizó el planteo diciendo que “no puede haber ninguna clase de equívoco o duda sobre el objetivo de las bases militares de Estados Unidos en la región: constituyen un apoyo en tierra fundamental para la plena participación de unidades del ejército norteamericano, no en el combate contra el narcotráfico o la guerrilla, sino para un despliegue militar en esta zona en donde es muy fácil prever que Colombia va a incurrir en actos de provocación tendientes a generar una guerra con Venezuela” [Destacado nuestro].
Sin ningún tapujo, estos charlatanes niegan la heroica resistencia del pueblo colombiano. Niegan los miles de presos, los campesinos y militantes populares asesinados por el ejército y los paramilitares, niegan la entrega y la determinación de los miles de colombianos que han decido enfrentar las causas mismas de la explotación de los trabajadores y el pueblo de su país. Niegan, en definitiva, el único camino que puede conducir a la liberación de los pueblos latinoamericanos. Ese fue y será el eterno rol del progresismo.

¿Antiimperialismo capitalista?



El “antiimperialismo” es algo que muchos pueden proclamar, pero que en rigor de verdad, no todas las clases de la sociedad están dispuestas a defender. Claro que muchas veces los trabajadores junto a las masas oprimidas de nuestros pueblos han dado gigantescas muestras de valor y de consecuencia revolucionaria, oponiéndose al imperialismo con una lucha tenaz por la conquista de una nueva sociedad. Pero muchas veces, también, distintos representantes de la burguesía han engañado o intentado engañar al pueblo trabajador, mintiendo al afirmar que es posible librarse de la opresión imperialista sin abandonar el capitalismo y sus parámetros de organización social, económica, política y militar.

Los gobiernos populistas latinoamericanos de mediados de s. XX, con Perón a la cabeza, nos hablaron de una supuesta “tercera vía”, de un “capitalismo nacional”, ubicado entre el capitalismo yanqui (imperialista) y el socialismo. Como de lo que se trataba era de fortalecer el capitalismo propio, el peronismo enfrentó abiertamente a quienes luchaban por una nueva sociedad sin explotación y, en su lugar, recreó la vieja doctrina mussolinista de la corporación, convocando a la cooperación de los trabajadores explotados con sus patrones, principalmente con la “burguesía industrial nacional(1)”.
Por supuesto, los caudillos burgueses como Perón renegaron explícita y concientemente del marxismo y de sus concepciones fundamentales como la división y el enfrentamiento entre las clases, para pasar a hablar de una identidad nacional, opuesta a una identidad extranjera como la norteamericana. Esta corriente no dejaba de defender y desarrollar el capitalismo, es decir, la explotación y desigualdad propia del sistema actual, y no dejaba por ello mismo, de ser una pieza más en el engranaje mundial de los capitalistas y sus disputas, sirviendo de base, como el resto de los países capitalistas (y particularmente los atrasados como el nuestro), al desarrollo de la gran concentración económica, política y militar que se expresa en el imperialismo. Pero todo esto el peronismo lo hacía en nombre de un proyecto “nacional”, prometiéndole a los trabajadores que su destino sería provechoso porque estaría atado al progreso de los empresarios, los banqueros y demás capitalistas que operaban en el país. Así, el peronismo venía a reemplazar la genuina lucha antiimperialista de los trabajadores, cuyo único norte posible era la revolución socialista, por un proyecto de “liberación nacional” que, en nombre del “antimperialismo”, garantizaba la continuidad de la explotación y la opresión.
El proyecto del populismo ha sido siempre inviable y, por ello, un gran engaño para las masas trabajadoras. Para poder sostener sus mentiras sobre la “unidad nacional” formada por trabajadores y capitalistas, el peronismo, y el populismo en general, han ocultado y tergiversado las leyes más elementales de la realidad social que, desde mediados del siglo XIX, viene exponiendo el marxismo. Han negado que, bajo el capitalismo, la explotación es ejercida por los capitalistas de todas las nacionalidades a merced y para desgracia de los trabajadores de todos los países. Y al negar el carácter fundamental de la división y el antagonismo entre las clases, entre la enorme mayoría que trabaja y los capitalistas que viven del trabajo ajeno, los burgueses populistas han ocultado un hecho fundamental: que la posibilidad de cambios sociales está determinada por la dinámica de la lucha de clases, es decir, depende de que los trabajadores logren desbancar de su puesto de privilegio a la minoritaria pero poderosa clase de capitalistas que hoy tienen el control del estado en sus manos.
De esta forma, la clase de los capitalistas, aún cuando circunstancialmente ha debido limitar parcialmente sus ganancias, ha tenido en el populismo una gran herramienta para su dominio, que le permitió desviar a los trabajadores de una perspectiva revolucionaria y contenerlos en el marco del sistema capitalista. Para ello, jugó un rol principal una ideología construida en base a la utopía de una “liberación nacional” que, según esta corriente burguesa, sería conquistada gracias a la lucha común que darían contra el imperialismo todas las clases sociales del país, tanto explotadas como explotadoras.
La síntesis de esta estafa populista consiste en el corrimiento del eje de la lucha por la emancipación. Así, mientras la lucha revolucionaria que dará lugar a la verdadera liberación de los explotados está marcada por el enfrentamiento entre las clases antagónicas, entre los trabajadores explotados y los capitalistas explotadores (tanto nacionales como imperialistas), las consignas de lucha impuestas por los populistas para promover la “unidad nacional” entre obreros y patrones planteaba la lucha en términos de “patria vs. colonia”, “imperio vs. nación” o el más ambiguo “liberación o dependencia”. Son las fórmulas con las que la burguesía populista ha impulsado la movilización popular por un proyecto que no es el socialismo, que no es un proyecto de los trabajadores, sino simplemente un proyecto burgués: el capitalismo, aunque pretendidamente humanizado e independiente.
La historia se ha encargado, trágicamente, de reafirmar el carácter de estafa que tiene el planteo “antimperialista” del populismo. Todos los países latinoamericanos, en particular el nuestro, pueden hoy sacar su lamentable balance de un proyecto que no ha llevado nunca a fondo la lucha contra el imperialismo.
La intervención de líderes populistas para hacer de bomberos a la burguesía y evitar que los trabajadores se organicen con una perspectiva revolucionaria no ha dejado de repetirse, ni lo hará, mientras los trabajadores no logremos dar impulso a nuestro propio proyecto revolucionario por el socialismo.
De hecho, lo que ayer representaba Perón hoy lo viene a intentar continuar, tragicómicamente, el bolivarianismo encabezado por Chávez. Nuevamente un proyecto “nacional” que llama a los trabajadores a respetar la propiedad privada y los grandes negocios de los capitalistas… en nombre del “antiimperialismo”. Lo que ayer se llamaba “tercera vía”, “liberación nacional” o “socialismo nacional” hoy es nombrado “socialismo del siglo XXI”. Por supuesto no es igual, pero su esencia es la misma: encauzar a los trabajadores por los carriles de la democracia representativa y el respeto a las relaciones de producción y explotación capitalistas.
Y si hoy, a la distancia del tiempo y los resultados a la vista, entre las filas de la izquierda es relativamente (y sólo relativamente) habitual definir al peronismo como un movimiento con un proyecto burgués, la reedición del populismo latinoamericano de la mano de Chávez ha desnudado la falta de claridad, la vacilación y, a veces, hasta el oportunismo de una parte de la izquierda, que no logra posicionarse aún con claridad en oposición al populismo y en defensa de un proyecto independiente de los trabajadores.
Lamentablemente, al igual que ayer muchos esperaron vanamente que el “General Perón” entregara armas para luchar contra el golpe, también hoy habrán de desilusionarse una y otra vez con el “antiimperialista” Chávez, cada vez que le vende petróleo a los invasores de Irak, o que “honra sus compromisos” pagando puntualmente la deuda externa, o que, luego de cacarear contra Uribe y mover sus tropas, vuelve a llamarlo “amigo” y establecer nuevos acuerdos comerciales y de lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, o cada vez que vuelve a entregar guerrilleros colombianos o vascos para que sean torturados por los carceleros de Uribe y Zapatero.
El bolivarianismo, al que hoy adhieren confiadamente distintos militantes obreros y populares del continente y sus organizaciones de lucha, es un proyecto político dirigido por varios presidentes capitalistas, que rechaza el combate contra los explotadores, su expropiación y la reorganización de la sociedad a partir de un gobierno de trabajadores, y que, por el contrario, se propone ¡una vez más! desarrollar el ideal populista de un “capitalismo nacional humanizado” en donde la burguesía tiene un papel central. Su grito de guerra “contra el imperialismo” es el anzuelo con el que buscan ensartar nuevamente a los trabajadores para que sigamos en el marco de la explotación capitalista.
Por el contrario, somos los trabajadores latinoamericanos, quienes no hemos llegado ni pensamos llegar a acuerdos con las burguesías locales que nos explotan a diario, los que sí podemos plantear una lucha a fondo contra el imperialismo y su sistema social, el capitalismo. Nuestra tarea es organizarnos para ello, con absoluta independencia de clase.

(1) Milcíades Peña ha dejado en claro el lugar de subordinación y dependencia que tiene la burguesía industrial nacional frente al imperialismo: “…la burguesía industrial argentina está inseparablemente anclada en la estructura que hace de la Argentina una nación atrasada y semicolonial, y se halla interesada en la conservación de esa estructura. Su vinculación con el capital financiero internacional, su dependencia respecto al apoyo financiero y técnico de las metrópolis, son una de las expresiones más decisivas de esa necesidad y atestiguan la imposibilidad de la burguesía argentina -no sólo su ineptitud pero su imposibilidad- de emancipar al país de la explotación imperialista”. “…la burguesía industrial argentina se halla unida al capital internacional por mil lazos de interés económico, y sobre todo, por la solidaridad que une a todos los capitalistas contra la clase obrera, cuyas movilizaciones amenazan la propiedad privada de las fábricas, tanto nacionales como extranjeras”. (“Industria, burguesía industrial y liberación nacional”)

Las políticas represivas del “progresismo”

El reciente episodio del “espía” porteño, o el funcionamiento de la patota administrativa llamada UCEP (Unidad de Control del Espacio Público), son usados por el arco opositor a Macri en pleno (kirchneristas, radicales, socialistas, lozanistas, solanistas, etc.) para hacer ardientes declaraciones públicas, acusando al jefe de gobierno de no respetar los derechos individuales ni los derechos humanos. Todo el tiempo tratan de imponer la idea de que hay una manera “autoritaria y represora” de gobernar, y otra, “democrática y tolerante”, que encarnarían los “progresistas”, esos que, nos dicen, “no son lo mismo”.

Es más que evidente que Macri encarna una versión explícita de la derecha represora. Como Sobisch, o antes la línea Ruckauf-Toma, no disimula su autoritarismo ni lo disfraza con un discurso democrático. Simulando estar en otra vereda, peronistas kirchneristas y de los otros, radicales y “progresistas” de toda laya lo confrontan y acusan, tratando de mostrarse distintos. Ya vimos la misma película, cuando, lo que después fue la Alianza (rejunte de peronistas “de izquierda”, como Chacho Álvarez o Juan Pablo Cafiero, ex “comunistas” del Frente Grande, radicales y socialistas), disputaba con el peronismo, entonces en la versión menemista.
El propio kirchnerismo ha usado, y sigue usando, este discurso, a pesar de que son incontables, en todo el país, los hechos represivos ejecutados por las fuerzas de seguridad bajo la dirección del gobierno nacional. Basta mencionar Las Heras; la represión de miles de manifestaciones populares, con más presos políticos que ningún otro gobierno desde 1983; el uso de patotas de la burocracia sindical o los grupos de choque del PJ o sus aliados para atacar trabajadores y opositores; la militarización de lugares de trabajo durante conflictos gremiales, como en el Hospital Francés y Kraft-Terrabusi, y tantos otros. Junto a la continua y creciente represión a los trabajadores organizados en lucha, la no menos continua y creciente, pero más silenciada todavía, utilización del gatillo fácil y la tortura para disciplinar jóvenes y pobres.
Además del uso sistemático de todas las formas represivas, el gobierno kirchnerista prosiguió y profundizó el endurecimiento del sistema penal, con reformas legislativas y judiciales que duplicaron la cantidad de personas hacinadas en cárceles, comisarías e institutos de menores, e incrementó, todavía más, el arsenal para criminalizar trabajadores y luchadores populares, con el dictado de varias leyes “antiterroristas”.
Como decíamos hace casi dos años(1), bajo la máscara del “progresismo”, su “política de DDHH” le proveyó un efectivo recurso represivo, al generar un marco de consenso y simpatía por el “gobierno nacional y popular”, convertido en compañero de ruta para enjuiciar tardíamente a los genocidas de la dictadura, ahora que ya son otros los que gerencian el aparato represivo. Aun sin analizar el diminuto saldo de condenas y encarcelamientos, y esos poquísimos casos, en jaula de oro, a esta altura está más que probado que ni hubo un “giro represivo” del gobierno, que se inició tolerante y se volvió represor, ni existe una parte “buena” de su política que entra en contradicción con otra parte, atribuida sectores de “derecha” infiltrados en el tan amplio peronismo kirchnerista.
Del mismo modo, basta dar una mirada sobre los gobiernos de los representantes del “progresismo” de hoy para ver con claridad que la represión no es exclusiva de la “derecha” de Macri, Sobich, Duhalde o Sapag.
La ciudad de Rosario lleva ya 16 años ininterrumpidos de gobierno del Partido Socialista, desde Cavallero, pasando por Binner, hasta el actual intendente Lifschitz. Hoy, la provincia es gobernada por ese partido. Tierra del Fuego es gobernada por Fabiana Ríos, del ARI. Ellos, como el intendente de Morón, el ex militante del PC Martín Sabatella, el “peronista de izquierda” Pino Solanas o el referente de la CTA Claudio Lozano, son “progresistas”.
En Rosario no existe la UCEP , pero está la GUM (Guardia Urbana Municipal). Cuando se creó, el gobierno “socialista” contrató al premio Nobel de la Paz , Adolfo Pérez Esquivel, para darles cursos de DDHH. La GUM se especializa, igual que la UCEP , en “mantener libre el espacio público”. Por ejemplo, apaleando brutalmente un inmigrante liberiano durante un raid para expulsar de las calles a vendedores ambulantes.
Binner, cuando era intendente de Rosario, integró, junto al entonces gobernador Reutemann, el “comité de crisis” que, en diciembre de 2001, dirigió la represión a los saqueos y dejó siete muertos en la provincia. Ya gobernador, actuó de la misma manera en cada ocasión que decidió reprimir trabajadores, como hace muy poco, cuando mandó a la guardia de infantería provincial a cargar contra un piquete de trabajadores del pescado que intentaron protestar sobre el puente Rosario-Victoria. Palazos, balas de goma, heridos y 19 detenidos. O cuando el pueblo rosarino quiso movilizarse contra un nuevo aumento del transporte público, en julio de 2008. Santa Fe es la provincia con mayor índice de muertes por el gatillo fácil y la tortura en cárceles y comisarías, según denuncia la CORREPI(2). Y el intendente Lifschitz acaba de declarar: “Necesitamos más policías porque Rosario ha cambiado. Hay nuevos barrios, nuevos asentamientos irregulares”.
En Tierra del Fuego, el gobierno de Ríos recurre a recetas típicas de la “derecha” que dice combatir, como la confección de “mapas del delito” para señalar las zonas “más inseguras” (o sea, las más pobres) y la instalación de cámaras de “seguridad ciudadana” que transmiten por fibra óptica, casualmente donadas por la misma empresa que tiene la exclusividad para la transmisión de TV por cable en la provincia.
No se queda atrás Martín Sabbatella. En Morón hay 150 cámaras en la vía pública, policías consigna con adicionales a cargo del municipio para los centros comerciales, teléfonos celulares para los foros de seguridad y estudiantes contratados como “pasantes” (en negro) en las comisarías, para contar con más efectivos en la calle. Se llevan a cabo operativos conjuntos y simultáneos de patrullaje y control de vehículos entre Gendarmería Nacional, Policía Bonaerense, Policía Buenos Aires 2, el Grupo de Apoyo Departamental (GAD) y las direcciones de Seguridad Ciudadana y Tránsito y Transporte del Municipio de Morón.
El recontraprogre Lozano tiene, como legislador porteño, a Martín Hourest, como él, economista de la CTA. En diciembre de 1999, después que el gobierno de la Alianza masacró a los autoconvocados en el Puente de Corrientes, Hourest fue el ministro de gobierno del interventor Ramón Mestre.
Progresistas. Todos grandes defensores de los derechos humanos, que se esfuerzan por diferenciarse de la “derecha”. Pero, cuando gobiernan, muestran que la dictadura de clase también se esconde tras la variante más “progresista” de la democracia burguesa.

NOTAS:
1) “Lo que el gobierno viene diciendo y haciendo en materia de DDHH no es una “contradicción” con la política represiva que tantas veces describimos. A la inversa, es un condicionante para optimizarla, para hacerla más efectiva. La política kirchnerista de DDHH es un importante recurso en su arsenal represivo. Le permitió, a lo largo de estos años, reprimir más que ninguno de sus antecesores, al compás de los aplausos del coro de vencidos y conversos”. “La ´política de DDHH´ del gobierno es parte de su política represiva”, en ER Nº31, diciembre de 2007. 2) Ver “Archivo de Casos 2008” de CORREPI

Vuelve el “progresismo” con el proyecto de siempre

Cada vez que los sucesivos gobiernos llegan al desgaste, tras haber demostrado hasta el hartazgo que defienden pura y exclusivamente los intereses de los empresarios, los que vuelven a la escena política son los “progresistas". Su dinámica es recurrente. Siempre vienen en nombre de una "nueva política" a decir que representan un "verdadero cambio". Y, siempre, lo que hacen es construir nuevas fuerzas pro empresarias y ayudar a reorganizarse a los viejos partidos patronales para que acaben gobernando contra el pueblo.
El progresismo ha sido impulsor y sostén de los dos últimos ciclos gubernamentales, por no ir más atrás.
La Alianza se constituyó gracias a la labor de muchos de esos progresistas. Varios antiguos menemistas formaron en 1991, con Pino Solanas a la cabeza y la participación del Partido Comunista (PC), el Frente del Sur, que luego de juntarse con el Frejuso de Chacho Álvarez, conformaría el Frente Grande en 1993. A esta orgánica sumaron, luego, a figuras de la UCR , el Frecilina y el PJ (como Bordón), formando el Frepaso y, luego, tras sumar al radicalismo en pleno, La Alianza. Para entonces, con la participación del Partido Socialista (PS), gran parte del PC disuelto con figurones como Sabatella e Ibarra y con el importante apoyo de la CTA , llegó al poder la fórmula De la Rúa-Álvarez , que pronto dejaría el ministerio de economía en manos de Cavallo y acabaría en desbarranque el 20 de diciembre de 2001.
Por supuesto, como siempre pasa, ya a esa altura los progresistas se estaban reacomodando, Algunos, encantados con las mieles del poder y el dinero fácil del estado no volverían más al ruedo “progre”. Pero muchos otros se fueron bajando paulatinamente del gobierno que habían construido, para pasar a criticarlo y, luego de finalizado, volver a la misma empresa.
Pasado el fiasco de La Alianza , el kirchnerismo vino a cumplir un rol similar. De hecho, para que se sostenga su gobierno, fue (y aún sigue siendo) fundamental el aporte de muchos de estos “progresistas”, Es el rol jugado por organismos de DDHH como madres y abuelas de plaza de mayo, el apoyo y participación de varios ex frepasistas (figuras como Álvarez, Garré, o Ibarra son o han sido parte importante del gobierno), de gran parte del PS, del PC (que hasta organizó la campaña en la ciudad con Heller a la cabeza) y de otros grupos o figuras como Sabatella y Libres del Sur. En este marco, ha sido fundamental el inicial apoyo y la virtual tregua de más de cinco años otorgada por la CTA , que incluye la defensa explícita del gobierno por parte de dirigentes de primer nivel, como su secretario general Hugo Yasky y los chupamedias Depetri y D'Elía.
Y una vez más, como sucedió cuando se desmoronó el menemismo, al que muchos de ellos apoyaron, y como sucedió también al caer La Alianza que construyeron, los progresistas vuelven a acomodarse, ahora que se agota el kirchnerismo, al que han estado apoyando. Se recauchutan, se disfrazan y vuelven a salir a escena para prometer una “nueva alternativa”. Ahí están ¡una vez más! los “progres”: Pino Solanas, Sabatella, De Genaro, Lozano, Libres del Sur, el PS y el PC... La misma CTA que juntaba firmas “contra la pobreza” en diciembre de 2001, mientras miles luchábamos en las calles para voltear al gobierno, la misma CTA que hoy sigue, una y otra vez, guiñándole el ojo al kirchnerismo, se distribuye entre los partidos de Solanas o Sabatella buscando ser eje articulador del progresismo que vendrá.
Para los trabajadores y sus organizaciones, lo fundamental, ante esta grotesca reiteración, es poder sacar un justo balance de las recurrentes bancarrotas a las que nos ha llevado el “progresismo”, que ahora buscará arrastramos de nuevo, si lo dejamos.
Hoy, junto a tantos luchadores honestos y valiosos, veremos aparecer nuevamente (ya estamos viendo) a muchos de estos “progres” que intentan mezclarse entre nosotros, en las asambleas, en las movilizaciones y en las organizaciones obreras y populares.
Así, por ejemplo, Barrios de Pie, que ayer le hacía de patovica al gobierno represor, trata de mostrarse hoy como uno más de nosotros. Lo mismo, los burócratas de la CTA , que se robaron con fraude la seccional docente de La Plata , que atacaron sistemáticamente las luchas independientes en Fate o en el Garrahan, que se codearon con este gobierno hambreador y evitaron permanentemente el paro y la confrontación necesaria para defender los intereses de los trabajadores, son ahora ¡una vez más! los articuladores del progresismo. También el PC y el PS desempolvarán seguramente sus banderas rojas cuando lo crean necesario, aunque para tratar de llevamos, nuevamente, al gran “frente progresista” que contribuirá a recomponer este régimen podrido y colocar en el gobierno a una nueva figura patronal. Ahí están viejos “nuevos líderes”, como Solanas para darles paraguas a todos ellos.
Sacar un balance de tantos fiascos progresistas, significa, para los trabajadores, defender como un baluarte nuestra lucha y nuestra independencia de clase.
Muchas veces nos han querido convencer de que no es posible luchar hasta cambiar realmente las cosas, que la revolución “no es viable” y que el socialismo “es inalcanzable”. Con ese cuento nos han convocado una y otra vez a buscar las salidas “posibles” del progresismo y el populismo, las cuales terminaron con la desocupación masiva y las privatizaciones del menemismo, con la bancarrota y la represión de La Alianza , y con el empobrecimiento y la degradación social de la que somos testigos con el kirchnerismo.
Cada vez que el pueblo trabajador le ha creído a los partidos patronales, y muy particularmente a su versión remozada de los progresistas, lo único que ha hecho es patear hacia delante la posibilidad de organizarse para un cambio profundo y verdadero, y, mientras tanto, entregar su vida y la de sus hijos al saqueo de los empresarios que nos gobiernan.
Contrariamente, nuestra organización independiente y nuestra lucha consecuente son nuestro único camino.