Ernesto Che Guevara: Marxismo, revolución y hombre nuevo


1967 - 8 de octubre – 2011.

El Che Guevara tuvo un compromiso práctico, político y teórico con la revolución socialista. Su lucha incansable por el triunfo y desarrollo de la revolución, que hoy recordamos a 44 años de su caída en combate, estuvo acompañada siempre por el estudio y la lectura crítica de la realidad en base al aporte del marxismo, lo que lo constituye en un vivo ejemplo de praxis revolucionaria.

Ernesto Guevara, antes aún de ser el Che dentro del Movimiento 26 de Julio que impulsaría la lucha por el poder en Cuba, era ya un asiduo interesado por el marxismo. Principalmente a partir de 1954, en su estancia en Guatemala y luego en México, el Che se formó afanosamente en las obras de Marx, estudiando con detenimiento El Capital y pasando revista a obras del Marx más joven, de Engels y de Lenin, entre otros.
Ya involucrado por completo con “San Carlos” (como llamaba a Marx en las cartas a su familia); su interés, conocimiento y valoración sobre el particular lo convirtieron en el responsable de impartir la formación de marxismo a los jóvenes del M26 en México a partir de 1955. Sus definiciones se harían notar pronto. No sólo sería el responsable de incorporar las obras marxistas a la biblioteca del grupo revolucionario, allanada por la represión mexicana, sino que entonces sería también el último en salir de la cárcel, agravando su situación por su enfática defensa de su carácter comunista y revolucionario.
Como es evidente, su abordaje del marxismo no era un asunto de escritorio, sino que consistía en una reflexión política profunda para guiar la acción revolucionaria. Así, para ser consecuente con su pensamiento marxista, el Che se involucra de lleno en el grupo de revolucionarios que partirá a Cuba en el yate Granma a luchar por la toma del poder, alcanzada finalmente en enero de 1959. En ese sentido el Che se presenta como clara expresión del concepto de praxis, eje central del marxismo, sosteniendo la necesaria interrelación dialéctica entre la teoría y la práctica, entre la reflexión conciente y la acción revolucionaria.
Sus agudas definiciones políticas lo destacan, no sólo para las agencias de inteligencia, que lo consideran uno de los agentes del comunismo en el seno del M26, sino también en el mismo movimiento revolucionario, donde sus posiciones contrastan con las de los sectores nacionalistas y más conciliadores de los combatientes, que rechazan la orientación socialista de la revolución.
En base a estos principios, el Che será un dirigente ejemplar de la lucha revolucionaria para la toma del poder primero, y para la organización de la nueva sociedad después. Esto último se verá ya con la disposición de las primeras normativas para la reforma agraria aún en el marco de la guerra revolucionaria, y luego de tomado el poder, con su posicionamiento por la profundización del proceso de transformación, impulsando las expropiaciones, la socialización de la economía y la participación activa y conciente de la clase obrera y el pueblo de Cuba en la construcción del socialismo.
La significación que tuvo el marxismo para el Che, como una herramienta central para pensar y desarrollar la revolución, se hizo patente en los años 1963-1964, en el marco del llamado “gran debate” económico. Entonces, el Che, devenido en ministro de industrias de Cuba, fue la figura central de una polémica sobre las características que debía asumir la organización de la sociedad, en la que se enfrentó abiertamente con los cuadros que asumían las posiciones más ortodoxas del marxismo estructuralista y stalinista, poniendo en evidencia tanto las limitaciones conceptuales como el carácter conservador de las propuestas que éstos sostenían.
El debate se centraba en la discusión sobre cuál era la forma más adecuada de organizar la economía en el proceso de transformación revolucionaria. Pero traía aparejadas concepciones más profundas sobre la significación de la participación conciente de la clase obrera en la construcción del socialismo, y sobre las características del proceso histórico y la dinámica revolucionaria.
En este marco, el Che profundizó el estudio y el balance sobre el marxismo, recuperando los aportes de los primeros textos de Marx (especialmente los Manuscritos y el problema de la alienación) mientras sostenía una lectura intensa de El Capital. Sus definiciones lo hicieron sobresalir, sobre el transfondo de un debate desarrollado por esos años entre lecturas estructuralistas y humanistas del marxismo. En contraste con las posiciones de los manuales soviéticos (que pronto el Che se encargará de criticar directamente) y del estructuralismo de Althusser, para quienes el socialismo y el comunismo se presentaban como expresión natural y mecánica de un proceso evolutivo de fuerzas objetivas, el Che destaca el papel central del hombre como actor conciente de la historia, y con él, el de la lucha de clases, para imponer transformaciones sociales en un marco objetivo dado. Es decir, reconociendo los condicionamientos materiales de las estructuras económico sociales, revaloriza la centralidad de la acción conciente y organizada que permite el avance de la revolución.
Mientras el “socialismo real” soviético que se adjudicaba ser el centro doctrinario del marxismo (y que tenía una importante influencia sobre la dirigencia cubana, principalmente la proveniente del PSP) se había transformado en una sociedad que no daba lugar a la participación activa y conciente de la clase obrera, el planteo guevarista se orientaba exactamente en el sentido contrario: “Nosotros no concebimos el comunismo –decía- como la suma mecánica de bienes de consumo en una sociedad dada, sino el resultado de un acto conciente, de allí la importancia de la educación y, por ende, del trabajo sobre la conciencia de los individuos en el marco de una sociedad en pleno desarrollo material”.
De ahí su impulso práctico para el compromiso militante con la revolución, a través de la educación, del trabajo voluntario, de la conducta ejemplar de los dirigentes. Y de ahí también su concepción revolucionaria de absoluta raigambre marxista, que va mucho más allá del problema de la distribución material de bienes, y que en cambio, con esa base material, se plantea e impulsa la liberación del hombre de su enajenación, forjando un “hombre nuevo” conciente de su participación activa y solidaria en una nueva sociedad sin explotación.
En consonancia con este criterio, encontramos su ratificación de la acción práctica, su perseverancia en dar impulso a nuevas experiencias revolucionarias las cuales, más allá del limite objetivo que significó la adopción de un método inviable, estaban dando cuenta de su vocación internacionalista y de su compromiso con el marxismo concebido no como teoría pura sino como praxis. En ese intento siempre renovado por forjar (y forjarse) un hombre integral, el Che sigue profundizando su estudio del marxismo, incluso recuperando a autores concebidos como “herejes” por la literatura oficial soviética como Lukács o Trotsky, cuyas notas plasmó en sus cuadernos de lectura en Bolivia, algo que hacía al tiempo que sostenía su lucha para la extensión de la revolución.
Así, en esa búsqueda permanente de una coherencia entre la teoría y la práctica, profundizando el análisis marxista y desarrollando el combate contra la explotación, el Che se nos presenta como uno de los más altos ejemplos de praxis revolucionaria. A 44 años de su caída en combate, su ejemplo nos marca un camino para avanzar en la organización y la lucha para la revolución socialista.
¡Hasta la victoria siempre!