El Revolucionario Nº47 (Junio de 2009)
El pueblo pobre que vive entre la explotación y la miseria, aguanta, además, la obscena ostentación de las riquezas que acumulan exclusivamente unos pocos. En los barrios ricos o en la televisión pueden verse sus mansiones y autos caros, sus empresas y colegios privados, sus casas acogedoras con heladeras desbordantes y calefacción central... toda una vida de beneficios se presenta como una provocación frente a una gran mayoría a la que se le ha negado lo más elemental. En su lugar, para muchas familias humildes la vida diaria es un martirio, pues deben vivir cotidianamente entre el hambre, el frío, la inundación, la enfermedad, la ignorancia de los que no pueden educarse, la humillación de quienes no consiguen trabajo, la drogadicción, la degradación de caer en la prostitución...
No se puede empezar ninguna discusión sin partir de esta distinción entre los que tienen y los que no, entre los que han acumulado para sí a costa del trabajo de los demás y los que, en cambio, han entregado toda su vida al trabajo sin que les quede nada o casi nada para ellos y sus familias, entre la clase de los que explotan y acumulan y la de quienes sufren las consecuencias de esa explotación, sumidos en la opresión de un trabajo que no alcanza para vivir o directamente en el abandono de la miseria.
Dicho esto, debemos revisar la postura oficial según la cual la “inseguridad” es “un problema de todos”. Con ese discurso, los voceros del sistema ocultan en primer lugar la distinción que existe entre los crímenes que provienen del afán de lucro de los capitalistas o sus agentes (como las fuerzas represivas, jueces, etc.) y los actos que son realizados por los pobres que no encuentran salida en el sistema actual. Y en segundo lugar, ocultan el hecho fundamental de que esos pobres han llegado a esa situación de miseria, marginalidad y delincuencia empujados por quienes mandan en este sistema y se enriquecen en función de la creciente pobreza y desesperación de los trabajadores, llevando a muchos de ellos a vivir en las condiciones más indignas.
La comprensión de esas causas permite ver que no es lo mismo el robo a un trabajador que vive en el conurbano que a un empresario en su 4X4 o su country. Pues mientras el trabajador sufre las consecuencias de un sistema social al cual está sometido y del que nunca recibirá los beneficios, el empresario es parte de una clase que es responsable de la pobreza y sus consecuencias, puesto que la fortuna que él y su familia han hecho está siempre sostenida en la explotación y el empobrecimiento del pueblo trabajador, cuya expresión más crítica es la que ha llegado a una condición tan degradante que acaba por salir a robar para sobrevivir.
Todas las respuestas que ensayan los políticos del sistema frente a la “inseguridad”, con sus variantes “progresistas” o de “mano dura”, no pueden llevar más que al sostenimiento y la profundización de la situación actual, ya que no atacan la raíz del problema social que le da origen: las relaciones de explotación propias del capitalismo. Para poder evitar que los pibes más humildes caigan en la delincuencia es imprescindible erradicar la pobreza y la opresión social que hoy los está arrastrando a esa situación. Pero ese cambio no lo podrán concretar nunca los políticos del sistema porque ellos defienden permanentemente a los poderosos y sus ganancias, y para ello condenan al conjunto de los trabajadores a la explotación y llevan a la más dura pobreza a sus capas más humildes.
En el capitalismo, la delincuencia originada en la pobreza no sólo es inevitable sino endémica. Sólo en una sociedad donde no haya poderosos privilegiados y, por eso mismo, no haya pobres a los que los ricos le sacan todo, en una sociedad así, socialista, donde todos trabajemos para todos y nadie viva a costa de los demás, allí pues, erradicaremos esta delincuencia, porque habrá perdido su base social.
El pueblo pobre que vive entre la explotación y la miseria, aguanta, además, la obscena ostentación de las riquezas que acumulan exclusivamente unos pocos. En los barrios ricos o en la televisión pueden verse sus mansiones y autos caros, sus empresas y colegios privados, sus casas acogedoras con heladeras desbordantes y calefacción central... toda una vida de beneficios se presenta como una provocación frente a una gran mayoría a la que se le ha negado lo más elemental. En su lugar, para muchas familias humildes la vida diaria es un martirio, pues deben vivir cotidianamente entre el hambre, el frío, la inundación, la enfermedad, la ignorancia de los que no pueden educarse, la humillación de quienes no consiguen trabajo, la drogadicción, la degradación de caer en la prostitución...
No se puede empezar ninguna discusión sin partir de esta distinción entre los que tienen y los que no, entre los que han acumulado para sí a costa del trabajo de los demás y los que, en cambio, han entregado toda su vida al trabajo sin que les quede nada o casi nada para ellos y sus familias, entre la clase de los que explotan y acumulan y la de quienes sufren las consecuencias de esa explotación, sumidos en la opresión de un trabajo que no alcanza para vivir o directamente en el abandono de la miseria.
Dicho esto, debemos revisar la postura oficial según la cual la “inseguridad” es “un problema de todos”. Con ese discurso, los voceros del sistema ocultan en primer lugar la distinción que existe entre los crímenes que provienen del afán de lucro de los capitalistas o sus agentes (como las fuerzas represivas, jueces, etc.) y los actos que son realizados por los pobres que no encuentran salida en el sistema actual. Y en segundo lugar, ocultan el hecho fundamental de que esos pobres han llegado a esa situación de miseria, marginalidad y delincuencia empujados por quienes mandan en este sistema y se enriquecen en función de la creciente pobreza y desesperación de los trabajadores, llevando a muchos de ellos a vivir en las condiciones más indignas.
La comprensión de esas causas permite ver que no es lo mismo el robo a un trabajador que vive en el conurbano que a un empresario en su 4X4 o su country. Pues mientras el trabajador sufre las consecuencias de un sistema social al cual está sometido y del que nunca recibirá los beneficios, el empresario es parte de una clase que es responsable de la pobreza y sus consecuencias, puesto que la fortuna que él y su familia han hecho está siempre sostenida en la explotación y el empobrecimiento del pueblo trabajador, cuya expresión más crítica es la que ha llegado a una condición tan degradante que acaba por salir a robar para sobrevivir.
Todas las respuestas que ensayan los políticos del sistema frente a la “inseguridad”, con sus variantes “progresistas” o de “mano dura”, no pueden llevar más que al sostenimiento y la profundización de la situación actual, ya que no atacan la raíz del problema social que le da origen: las relaciones de explotación propias del capitalismo. Para poder evitar que los pibes más humildes caigan en la delincuencia es imprescindible erradicar la pobreza y la opresión social que hoy los está arrastrando a esa situación. Pero ese cambio no lo podrán concretar nunca los políticos del sistema porque ellos defienden permanentemente a los poderosos y sus ganancias, y para ello condenan al conjunto de los trabajadores a la explotación y llevan a la más dura pobreza a sus capas más humildes.
En el capitalismo, la delincuencia originada en la pobreza no sólo es inevitable sino endémica. Sólo en una sociedad donde no haya poderosos privilegiados y, por eso mismo, no haya pobres a los que los ricos le sacan todo, en una sociedad así, socialista, donde todos trabajemos para todos y nadie viva a costa de los demás, allí pues, erradicaremos esta delincuencia, porque habrá perdido su base social.