La política oficial para garantizar la gobernabilidad


El “modelo” económico está mostrando varios de sus aspectos más antipopulares, ante lo cual el gobierno prepara una campaña política para intentar mantener el consenso.

Al ser un modelo agrodependiente y extractivista, que defiende a los grandes grupos económicos en su extensión del sembradío de soja y a los proyectos de la megaminería a cielo abierto, está dando lugar a una serie de conflictos y procesos de resistencia que incluyen luchas por el derecho a la tierra y la movilización antiminera.
Al mismo tiempo, en un contexto de crisis mundial y con el achicamiento de su caja, el gobierno no ha dudado en avanzar contra el pueblo trabajador por medio del ajuste, con aumentos de transportes, de servicios públicos, techo salarial en las paritarias, despidos y ajuste contra trabajadores del estado, etc. Las luchas contra los despidos, contra el ajuste en algunas provincias, o contra el aumento de transportes, señalan también la posibilidad de un escenario conflictivo que enfrente la política de los  gobiernos.
Ante esto, el kirchnerismo, como máximo responsable político nacional, prepara una nueva embestida política que le permita sostener el consenso alcanzado en amplios sectores del país.
Para eso hace cosas como asignarle a medidas económicas como el aumento del 17,6% en la jubilación mínima, una magnitud que no tiene proporción con su lugar en la economía real de la clase trabajadora (cuyos ingresos están golpeados por el ajuste y la inflación).
Esta política es acompañada, además, por una táctica política de desentendimiento, según la cual, el gobierno nacional, máximo responsable de la política del país y jefe del partido de gobierno al cual adscriben y se subordinan el grueso de los funcionarios menores (ministros, gobernadores, intendentes, senadores, diputados, etc.), le suelta la mano sistemáticamente a aquellos que quedan más expuestos por sostener consecuentemente la política y el modelo kirchnerista. Así, el kirchnerismo se da el lujo de diferenciarse de su gobernador riojano, por la minería, o de su gobernador santacruceño, luego de la grosera represión.
Pero además, y por sobre todas las cosas, el gobierno nacional se lanza en campañas políticas que, aunque no definen ni mejoran estructuralmente las condiciones de vida del pueblo trabajador, cuentan con una carga simbólica que le permite seguir presentándose con una fachada “popular”.
Así por ejemplo, el mismo kirchnerismo que defiende a la Barrick Gold y al empresariado de todo pelaje, el mismo que le ha renovado a las petroleras concesiones escandalosas por decenas de años, está ahora desplegando una campaña relacionada con la industria nacional del petróleo que, aunque no tiene ninguna propuesta concreta de avanzar sobre los grandes grupos económicos (lo que implicaría definiciones sobre la necesaria expropiación de las petroleras privatizadas), se propone aglutinar a amplios sectores alrededor de concepciones vagas como la “defensa de lo nuestro”.
Algo muy similar sucede con la política en relación a Malvinas, donde el gobierno, aún sin pretensiones de ir más allá y sabiendo que no hay tampoco con qué hacerlo, sostiene un discurso algo confrontativo con Inglaterra, para aglutinar a amplios sectores atrás de un reclamo absolutamente genuino, pero que no tiene ninguna perspectiva práctica.
Campañas como ésas se repiten, para tratar de transformarse en el eje de la política. Algunas tienen un efecto positivo, aunque para nada definitorio de mejoras estructurales o de fondo. Otras apenas y son discursos sin ninguna base material. Y otras a veces son incluso la base de nuevas avanzadas empresariales y gubernamentales, como han denunciado varias organizaciones campesinas en relación con la ley de tierras. Así, medidas como la difusión por el canal público del Turismo Carretera, el anuncio de que se controlaran las ganancias de los altos ejecutivos de empresas petroleras, o la renuncia de algunos funcionarios (millonarios, por cierto) a los subsidios de los servicios públicos, cumplen un papel político fundamental. Su rol es el de sostener la gobernabilidad, el consenso social, en tiempos en que las patronales y el gobierno nos exigen ajustar el cinturón.