La clase trabajadora y su partido, a la cabeza de la revolución
La experiencia de la revolución rusa es un baluarte para los
trabajadores que luchamos por un mundo sin explotación. Su ejemplo evidenció la
posibilidad de transformaciones profundas y estructurales, incluso partiendo de
un contexto muy adverso de guerra y atraso, que beneficiaron enormemente a la
clase trabajadora y el pueblo pobre rusos. La posterior derrota de esa
revolución a partir del ataque y aislamiento del mundo capitalista y de su
descomposición interna guiada por el stalinismo, no deben hacernos perder de
vista la gran cantera de experiencias que nos dejó la primer revolución
socialista, como aporte para forjar una perspectiva revolucionaria.
Durante
larguísimos años, el régimen zarista no trajo más que penurias al pueblo ruso.
A la miseria y pauperización de las masas se sumaba la opresión política, la
persecución contra el activismo político y sindical y la repetida convocatoria
obligada a la guerra de un ejército compuesto en su enorme mayoría por hijos de
campesinos pobres.
La
revolución rusa se forjó por años. La joven clase obrera, hija de la
industrialización de fines de siglo XIX, se fue organizando y politizando
aceleradamente y era un actor central que luchaba a principios del siglo XX. La
miseria rural, daba el marco para importantes levantamientos campesinos.
Acompañando este proceso, se fueron forjando nucleamientos revolucionarios, que
dieron lugar a la formación del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) en
1898, y a la conformación de sus principales tendencias unos cinco años más
tarde: los mencheviques de Martov y los bolcheviques de Lenin. Serán los
partidos de izquierda más importantes junto al Partido Socialista
Revolucionario, de base y orientación campesina.
Ya
en 1905, tras la fracasada guerra de Rusia con Japón, la movilización obrera,
los levantamientos campesinos y la insubordinación de soldados confluyeron en
el primer intento de revolución rusa, aún poco organizada, pero en donde ya el
partido de Vladimir Lenin se destacó por su decisión de estar en la primera
línea de las barricadas junto al pueblo, impulsando la experiencia
revolucionaria y aprendiendo de ella. La clase trabajadora forjará por primera
vez un organismo de base que será fundamental para el futuro de la revolución,
el soviet, que acabó siendo dirigido en esa primera oportunidad por el joven
León Trotsky.
Luego
de años de repliegue, resistencia y reorganización, la clase trabajadora alzó
la cabeza nuevamente. Aunque su creciente actividad independiente pudo ser
encauzada por el chovinismo gubernamental a comienzos de la primera guerra, eso
duró poco y la misma guerra contribuyó a la ruptura de amplias masas con el
régimen. La sucesión de luchas y huelgas llevó a que, a principios de marzo
(febrero en Rusia) de 1917, una nueva huelga se fuera ampliando hasta el punto
de conseguir la entera solidaridad y movilización de la clase trabajadora
durante cinco días de levantamiento popular, que acabaron volteando al gobierno
zarista. El límite político de los partidos más moderados de la izquierda se
hizo evidente tras su apoyo e integración de un gobierno provisional que se
limitaba a reformas democráticas sin buscar cambios estructurales en beneficio
del pueblo ruso y que, para peor, seguiría llevando al pueblo a la guerra.
La
capacidad de acción de la masa obrera y campesina había quedado en evidencia
nuevamente tras la revolución de febrero, y su nivel de organización había
crecido enormemente con el gran desarrollo de organizaciones soviéticas por
buena parte del país y su centralización. Sin embargo, estas organizaciones de
masas no lograban por sí mismas establecerse como una alternativa política de
poder frente al gobierno provisional, con el que convivían en forma
contradictoria, en una situación de doble poder.
La
importancia política y organizativa del partido bolchevique para dar impulso a
la revolución fue central. Durante años de luchas se había forjado asumiendo la
necesidad de sostener un partido de combate con amplia influencia de masas y
fue el único que llegó a definir con claridad una estrategia política
revolucionaria que pudiera encauzar la lucha de masas para romper no sólo con
el zarismo, sino con el régimen de explotación vigente, convocando, como hizo
Lenin en abril de 1917, a
que sean los soviets los que asuman el poder.
Su
posicionamiento político fue sostenido por una acción militante ejemplar. Junto
a la lucha política contra los conciliadores, enfrentados con la profundización
de la revolución, desplegaron enormes fuerzas en la organización de la lucha en
fábricas y calles, ganando el apoyo de la mayoría de la base obrera y campesina
representada en los soviets. Enfrentaron la persecución (eran acusados de
agentes alemanes) y asumieron el protagonismo contra el golpismo de derecha, al
tiempo que profundizaron las posiciones socialistas en el seno de la masa
obrera y desplegaron la organización militar para alcanzar la toma del poder.
Así, contando con el amplio apoyo del pueblo trabajador ruso, el partido
bolchevique se convirtió en el orientador político del movimiento revolucionario
y asumió la organización y dirección de las acciones militares que voltearon al
gobierno provisional el 7 de noviembre de 1917 y definieron “todo el poder a
los soviets”. Será el triunfo de la primera revolución socialista en el mundo.
El
preámbulo de la primera constitución soviética, a mediados de 1918, dejaba en
claro el carácter del nuevo régimen, en su “Declaración de Derechos del Pueblo
Trabajador y Explotado”:
“Se proclama la República de Soviets de
diputados obreros, soldados y campesinos. Todo el poder, central y localmente,
pertenece a estos Soviets”.
“El objetivo básico de la República de Soviets de
diputados obreros, soldados y campesinos es la abolición de toda explotación
del hombre por el hombre, la completa supresión de la división de la sociedad
en clases, el aplastamiento implacable de la resistencia de los explotadores,
el establecimiento de una organización socialista de la sociedad y la victoria
del socialismo en todos los países”.
“Queda abolida la propiedad privada de
la tierra. Toda la tierra, junto con todas las construcciones, aperos y otros
medios de producción agrícolas, es proclamada propiedad de todo el pueblo
trabajador”.
“Con el objetivo de asegurar el poder
del pueblo trabajador sobre los explotadores y como primer paso para que las
fábricas, talleres, minas, ferrocarriles y demás medios de producción y de
transporte pasen por entero a ser propiedad del Estado obrero y campesino, se
proclama la implantación del control obrero y el Consejo Superior de Economía Nacional”.
“Todos los bancos pasan a ser propiedad
del Estado obrero y campesino, como una de las condiciones para la emancipación
de las masas trabajadoras del yugo del capital”.
“Con el fin de eliminar los sectores
parasitarios de la sociedad, se implanta el trabajo general obligatorio”.
“Para asegurar la plenitud del poder de
las masas trabajadoras y eliminar toda posibilidad de restauración del poder de
los explotadores se decreta el armamento de los trabajadores, la formación de
un ejército rojo socialista de obreros y campesinos y el desarme completo de
las clases poseedoras”.
“En el momento de la lucha final del
pueblo contra sus explotadores, no puede haber lugar para estos en ninguno de
los órganos del poder. El poder debe pertenecer completa y exclusivamente a las
masas trabajadoras y a sus representantes autorizados, los soviets de diputados
obreros, soldados y campesinos”.