Miles de millones de pesos, destinados a la construcción de viviendas populares a través del programa “Sueños Compartidos” de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, fueron desviados para enriquecer a sus administradores. Una muestra más de que así hacen las cosas los kirchneristas, tan corruptos como todos los capitalistas, por más que se esfuercen en diferenciarse de versiones anteriores de sí mismos, como el menemismo.
La noticia de que se habían detectado gravísimas irregularidades en la administración de los multimillonarios fondos entregados por el gobierno nacional, a través de las provincias y municipios, a la Fundación Madres de Plaza de Mayo para la construcción de viviendas populares, coincidió con el anuncio de que su administrador había sido echado.
Se intentó instalar, así, lo que Hebe de Bonafini diría en público cuando comenzó a recorrer medios afines al gobierno para hacer su defensa: Sergio Schoklender, el joven al que comenzó a visitar en la cárcel cuando todavía purgaba la pena por el asesinato de sus padres, al que dio la oportunidad de salidas laborales nombrándolo empleado de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, y que, después de su soltura, se había convertido en “hijo del corazón”, para ella, y “monje negro” para muchos otros, era, a partir de ahora, un vil traidor que se aprovechó de su confianza.
Frente a la evidencia del increíble enriquecimiento personal de Schoklender, arreciaron los debates para “explicar” lo sucedido. Se habló de manipulación, cooptación de la voluntad de una anciana poco prudente, de astucia sin límites frente a la “simpleza de las Madres”, etc. Aprovecharon, desde luego, los más rancios exponentes de la reacción, para embestir contra todo lo que tenga que ver con la izquierda y los derechos humanos, generando que, desde el campo popular, otros enarbolaran la defensa de Bonafini como si se tratara de un estandarte actual y valioso para el movimiento en su conjunto. El gobierno salió, como siempre, a denunciar una campaña desestabilizadora.
Dos cosas hay que decir sobre este asunto.
La primera es que, como tantas veces lo hemos señalado, hace mucho que Bonafini (y quienes se mantuvieron a su lado) abandonó las banderas que defendió por décadas, y que la tenían como referente ético en la confrontación al estado y a cualquiera de sus gobiernos de turno. Lo que hoy escandaliza a unos, o resulta increíble a otros, no es sino la normal consecuencia de esa claudicación, a partir de la decisión consciente de Hebe de Bonafini de abandonar la necesaria independencia que debemos sostener, a cualquier precio, todos los que encaramos esa lucha, incluso los organismos de DDHH.
Ella, que tantas veces criticó, con justeza y dureza, a Abuelas, el Cels y otros que, desde siempre, cooperaron y apoyaron a los distintos gobiernos, proveyéndoles funcionarios y legitimando sus iniciativas “progresistas”, cruzó, a sabiendas y bien despierta, de vereda, cuando decidió que éste es el gobierno “por el que sus hijos lucharon”. El encuentro, en diciembre de 2001, con el efímero presidente Rodríguez Saá fue la primera señal del salto al pantano. Ninguna duda quedó cuando se convirtió en ministra sin cartera y principal propagandista del kirchnerismo. Entonces, y no ahora, Hebe Pastor de Bonafini abandonó la lucha, que siguió, no sólo sin ella, sino contra ella y sus nuevos amigos.
La segunda, es que no puede sorprender a nadie que el kirchnerismo haga así las cosas. La bolsa de Miceli (no por nada primera administradora de la Fundación y, con Amado Boudou, otra de sus “hijos”); las valijas de Antonini para la campaña 2007 de la presidenta; el contrabando de fusiles FAL de la otra “gran mujer”, como define Bonafini a la represora serial Garré; la efedrina del recaudador de campaña Cappacioli; los negociados de su burocracia sindical, con Moyano a la cabeza; los lujos de Jaime; Southern Winds; los negocios inmobiliarios de los Kirchner... ¿Cuántos ejemplos hay que poner para mostrar que la corrupción no es un defecto ocasional, sino una característica propia de un gobierno capitalista?
El desfalco de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, dirigida por Bonafini y administrada por Schoklender, es sólo una muestra más del carácter esencialmente corrupto de la burguesía, que inevitablemente contamina a cualquiera que se sume a sus filas y asuma la defensa de sus intereses.