Lejos de sus encendidas frases contra el FMI, el gobierno abre las puertas a una nueva misión que viene a revisar las cuentas, mientras escarba el fondo de la lata de los dineros públicos para pagar hasta el último centavo a los especuladores internacionales.
Hace casi cinco años, un Néstor Kirchner eufórico anunciaba que, usando reservas del Banco Central, Argentina había pagado casi diez mil millones de dólares al FMI. “Es un cambio de época”, dijo el entonces presidente, “pagar nos independizará del Fondo”. Nunca explicó cómo era que pagar lo que no debemos nos liberaba, ni por qué parte del pago se hizo con dinero prestado por Venezuela, a tasas más altas que las que cobraba el FMI. Es decir, con la adquisición de más deuda.
Como sea, el tema se convirtió en recurrente herramienta de propaganda oficial. Cuando inauguró el período ordinario de sesiones del congreso en su último año de gobierno, Kirchner seguía batiendo el parche: “Ya no tenemos más la dictadura del FMI manejando los destinos de los argentinos (...) ¡De acá que vamos a volver a hacer un acuerdo con el FMI!”.
Una semana antes de morir, en cambio, recurrió a un moderado “podemos conversar con el FMI”. Es que tenía que avalar las reuniones de su ministro de economía, Amado Boudou, que junto al canciller Timerman trataba de conseguir el apoyo del organismo internacional frente a los renovados reclamos del Club de París, un grupo informal de países acreedores entre los que se destacan Alemania y Japón, que incrementó las presiones para cobrar su parte de la deuda.
Ya en septiembre de 2008, también por cadena nacional, la presidenta había anunciado que Argentina pagaría todo, y de contado, al Club de París, con reservas del Banco Central y a costa de contraer nueva deuda con Venezuela a una tasa sideral. Pero no hubo acuerdo en la cifra final, el anuncio quedó en la nada, y la deuda siguió creciendo.
Ahora, mostrando claramente que nunca fue cierto lo de “Chau, Fondo”, está llegando una misión del FMI, convocada para “brindar asistencia técnica en el armado de un nuevo índice de precios”, es decir, para revisar las estadísticas y sacar sus propias cuentas.
La visita es un requisito impuesto para continuar las negociaciones con el Club de París, que tiene entre sus reglas la exigencia de la aprobación del FMI antes de acordar una reprogramación de deuda. El anuncio del viaje se produjo horas después de que la presidenta proclamó, de nuevo, por cadena nacional, que se acordaría con el Club de París sin la intervención del Fondo.
La deuda argentina con el Club de París no está muy clara. Los más optimistas hablan de 6.700 millones de dólares; otros, de 7.600 si se suman intereses, o de 8.900 millones con punitorios incluidos. Alemania concentra el grueso de la deuda argentina, como lo hizo notar Angela Merkel a Cristina Fernández en su último viaje a Alemania, cuando sin previo aviso y fuera de agenda, la canciller alemana dedicó casi toda la breve reunión protocolar a reclamar el pago a la presidenta de Argentina.
Con la crisis europea profundizándose, y la necesidad de grandes rescates financieros en la “eurozona”, como ya ocurrió con Grecia, y ahora con Irlanda, sin olvidar la grave situación de España y Francia, recuperar activos es una prioridad para Alemania y el resto de los componentes del Club de París. La amenaza de los acreedores europeos no fue sutil: o Argentina paga, o pierde su lugar en el Grupo de los 20, donde Alemania es una de las voces de mando.
Así, el gobierno viene intentando que le acepten un pago inicial de 3.000 millones de dólares en los próximos meses, y convocó a la misión del Fondo, como muestra de buena voluntad, especulando con poder extender los pagos a cuotas crecientes trimestrales, por seis años. Las avanzadas negociaciones cayeron bien en “los mercados”, eufemismo periodístico para referirse a los empresarios, que a coro festejan, por anticipado, la nueva genuflexión del gobierno argentino frente al capital internacional. Federación Económica de la Provincia de Buenos Aires (FEBA), por ejemplo, lanzó un comunicado destacando que el pago “permitiría dar una imagen de solidez en los mercados internacionales y mejorar el acceso al financiamiento en moneda extranjera a tasas menores”. Es decir, permitirá, a los explotadores chupasangre, especular más y mejor. Al mismo tiempo, el anuncio de las avanzadas negociaciones hizo festejar a la Bolsa, con una “trepada” de los bonos que se ajustan de acuerdo a la inflación. Otra muestra de que el pago de la deuda sólo beneficia a los especuladores proimperialistas.
Según los últimos datos disponibles, del 30 de junio pasado, la deuda total del sector público no financiero asciende a más de 156.691 millones de dólares. Unos 9.100 millones más que en diciembre de 2009, y una prueba inequívoca de que, cuanto más pagan compulsivamente los Kirchner, más debe el pueblo argentino. Lo mismo pasa con la porción que corresponde al Club de París. Sean 7.000, 8.000 o 9.000 millones, lo cierto es que casi la mitad de esa deuda fue contraída durante la dictadura, parte por el negociado de la central Atucha, y el resto por la “estatización” de la deuda de un grupo holandés por la construcción de un gasoducto. Del resto, casi el 10% fue contraído por Alfonsín, y el resto por los gobiernos de Menem y De La Rua. Es decir, por todos desde 1983. En ese mismo tiempo, los distintos gobiernos llevan pagado casi lo mismo que debemos ahora en intereses, sin que decrezca el capital.
Como vemos, todo sigue igual. El gobierno peronista de Cristina Fernández sigue pagando compulsivamente la deuda externa. Pagó al FMI, a los que canjearon, a los que no canjearon, y ahora le va a pagar al Club de París, mientras dice que no hay plata para los jubilados, para que las escuelas tengan luz y gas, para que no se caigan los techos sobre los alumnos o para que los hospitales funcionen con un mínimo de dignidad. Sus socios empresariales aplauden y exigen más y mejores negocios financieros, y todos juntos disfrutan su posición de parásitos del capital internacional. El pueblo trabajador, en cambio, carga con las consecuencias, a fuerza de inflación, más miseria y más explotación.