El trabajo en el capitalismo

Para los trabajadores no hay salida dentro del capitalismo. En esta sociedad dividida en clases algunos pocos son los dueños de todo (las empresas, los bancos, los comercios, los campos...) y el resto, la gran mayoría, pasamos a funcionar como mercancías, obligados a venderles nuestra fuerza de trabajo para poder subsistir.


Los capitalistas, como tienen dinero que pueden invertir, se dan el lujo de ponernos las condiciones. Ellos “ofrecen” puestos de trabajo a cambio de un salario ya estipulado, y nosotros nos vemos obligados a tomarlo, porque no tenemos otra fuente de vida más que vender nuestra propia capacidad de trabajar.

De esta forma, el capitalismo se torna una relación cada vez más desigual. En un mundo en donde el desarrollo técnico y social permitiría el buen pasar para todos, la pobreza crece a niveles escandalosos, mientras los empresarios se enriquecen más y más, porque viven del trabajo que nosotros nos vemos obligados a entregarles a cambio de unas monedas.

Pero no es sólo un problema económico. Al limitar los ingresos de los trabajadores e incluso llevar a la desposesión más absoluta a una gran parte de la humanidad, y al transformar a la sociedad en un mercado de compra y venta de trabajo al que nos vemos obligados a entrar, los capitalistas han quitado el sentido mismo del trabajo social, volviéndolo una fuente de acumulación privada para los explotadores, mientras para los trabajadores pasa a ser sólo un medio de subsistencia al que nos vemos obligados a acudir y cuyo producto se nos vuelve ajeno.

Sin embargo, si hay algo que diferencia al hombre de los animales, es su capacidad de transformar la naturaleza para mejorar sus condiciones sociales, la posibilidad que tiene de planificar y desarrollar el trabajo, interviniendo en la realidad y modificándola. Es así como hemos forjado las sociedades: por medio del trabajo colectivo, dando impulso al desarrollo técnico e intelectual, construyendo ciudades e industrias, fomentando las ciencias y las artes. Todo lo que hoy existe en la vida de los hombres, desde las fábricas hasta las teorías más elaboradas de los científicos, es producto de años y años de trabajo acumulado en la historia de nuestra sociedad.

Así pues, diríamos que el trabajo, como aspecto propio del hombre, es fuente de creación y transformación, que expresa la posibilidad de mejorar las condiciones de vida, la proyección intelectual y cultural. Y sin embargo, bajo el capitalismo, toda esta potencialidad creadora se nos presenta como algo negativo y aplastante.

Y si no, pensemos ¿en qué condiciones y con qué sentido trabajamos bajo el capitalismo? ¿Cuál es la realidad cotidiana de un trabajador? En las condiciones actuales el trabajo consiste en ponerse a disposición de la patronal para hacer lo que a ellos les trae ganancias, sosteniéndolo durante una jornada que en nuestro país llega muchas veces a las 10, 12, 14 o más horas (a lo que debemos sumar el tiempo y las condiciones del viaje), entregando nuestras energías para el beneficio de los capitalistas y volviendo cansados al final del día (listos para comer, dormir... y otra vez a trabajar). Y todo eso por salarios que a duras penas nos permiten sostener a la familia, y a veces ni siquiera eso, y que están muy lejos de las ganancias de los empresarios. Poco y nada de resto nos queda para poder pensar sobre nuestra propia realidad, para poder formarnos o desarrollar la cultura o el arte. Así, lejos de cualquier “creatividad”, los trabajadores nos encontramos cumpliendo órdenes y normativas, en tareas absolutamente rutinarias, trabajando sin ningún sentido más que la propia supervivencia, pareciéndonos, más bien, a las máquinas o a las bestias.

Que esto sea así no es ni una casualidad ni una fatalidad. Muy por el contrario, es propio de las condiciones sociales del capitalismo. Son relaciones de explotación y desigualdad que no son eternas, que ni han existido siempre ni perdurarán por siempre, pero que se mantendrán mientras dure el capitalismo y que, por eso mismo, estaremos en condiciones de desterrar en la medida en que logremos acabar con este sistema de explotación.

En el marco del capitalismo, de una sociedad dividida en explotadores y explotados, no existe, en primer lugar, una planificación para el bienestar social. Muy por el contrario, los burgueses producen cualquier cosa que les pueda dar ganancias, sin importar su aporte a la sociedad ni su capacidad de adquisición por parte de los trabajadores. Lo mismo da que se hagan fábricas, bombas o baratijas, lo único que vale para los capitalistas es su ganancia individual. La producción, de este modo, está lejos de llevar un rumbo claro: lo mismo se dan grandes avances científicos, como se producen cosas inútiles o destructivas, y enormes caudales de lo producido terminan, además, tirándose a la basura porque son innecesarias o los trabajadores no contamos con los recursos para comprarlos…

A su vez, en este mundo de mercancías y competencia capitalista, a los trabajadores nos han transformado en una mercancía más: nosotros mismos debemos competir en el “mercado de trabajo” para poder conseguir sustento, mientras los capitalistas “compran” nuestra fuerza de trabajo o dejan de hacerlo, según les venga en gana para sus propios negocios. En este marco, son los capitalistas quienes, por ser los dueños de los medios de producción, toman las decisiones de qué, cuánto, cómo y dónde producir. Nosotros, aunque somos quienes realmente trabajamos, en realidad ponemos nuestro esfuerzo para producir algo que queda en manos del capitalista, quien se apropia así del producto de nuestro trabajo. Por eso, en este marco, poco nos cambia a nosotros trabajar para uno u otro patrón, producir tal o cual cosa, pues son ellos los que se apropian de eso y nosotros sólo nos vamos con nuestro magro sueldo.

De este modo, a una actividad tan propiamente humana como es el trabajo, que nos permitiría aportar al desarrollo social, los capitalistas la han puesto al servicio de sus ganancias, transformándola en una herramienta de lucro, en una mercancía. Lo que hacemos nos lo quitan, nos lo enajenan, nuestro trabajo se nos presenta alienado diría Marx. Con el fruto de nuestro propio trabajo ellos construyen un mundo en el que sólo se benefician los capitalistas y que es hostil y sacrificado para los trabajadores. Y nosotros, para colmo, debemos seguir aportando a esa dinámica, porque nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Así, nuestro trabajo enajenado acaba siendo la fuente de su poder y su riqueza para reproducir la explotación y sostener las relaciones de desigualdad propias del mundo capitalista, mientras para nosotros el trabajo se transforma en una carga, una obligación y un sacrificio que nos impide desarrollarnos plenamente como seres humanos y como sociedad.

Siendo así las cosas, se hace más que evidente que la lucha por los intereses de los trabajadores es una lucha contra el capitalismo. La lucha por mejorar nuestras condiciones materiales y sociales va unida, en forma inescindible, a la lucha contra la explotación, por liberar al hombre de su condición de mercancía, para que el trabajo recobre su carácter propiamente humano y social como aporte para el bienestar colectivo. Somos los trabajadores quienes podemos llevar adelante esa empresa conquistando con nuestra lucha un nuevo sistema social sin propiedad privada de los medios de producción y sin explotación, que se base en la igualdad de todos los trabajadores: el socialismo.