Cristian Ferreyra: Asesinado por organizarse y luchar


El asesinato del militante del MOCASE Cristian Ferreyra, fusilado por matones de un empresario sojero, es un nuevo ejemplo de que la represión es el arma común que gobiernos y patronales usan para defender sus privilegios y frenar las luchas de los explotados.

En 1996, la provincia de Santiago del Estero tenía sólo 95 mil hectáreas con soja. En 2008, ya se superaban las 600.000, y en 2010 se batió el record, con 1 millón cien mil hectáreas dedicadas a la tan rentable oleoginosa. En pocos años, el crecimiento del negocio sojero, cambió radicalmente el paisaje de provincias enteras en nuestro país. Enormes extensiones de bosque, desmontadas a fuerza de topadoras que arrasaron con la flora y fauna autóctona, se han convertido en páramos con el suelo degradado y contaminado con agrotóxicos, donde sólo crecen esas semillas transgénicas destinadas al gran mercado internacional del aceite y el biocombustible.
La tierra arrasada no sólo cambia el paisaje. Además de la desaparición de la biodiversidad, la deforestación, la imposibilidad de otros cultivos y emprendimientos como los pequeños tambos familiares, la principal víctima del avance de los empresarios sojeros es la población humana. Comunidades indígenas y familias campesinas que desde tiempos ancestrales viven del cultivo del suelo, la cría de animales, o son hacheros y arrieros, son expulsadas de sus pequeñas parcelas con la misma virulencia con que se esteriliza la tierra.
Las modificaciones de laboratorio que permiten cultivar soja fuera del litoral, vienen impulsando el fabuloso vaciamiento del campo en provincias como el norte de Santa Fe, Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, Formosa, Jujuy y Salta. Centenares de miles de campesinos y pueblos originarios han sido expulsados de sus históricas chacras, con destino a las villas de las grandes ciudades. En este proceso, festejan por igual los empresarios que se enriquecen, y el gobierno que aumenta su caja, más allá de las disputas internas que puedan tener por la forma en que se reparten las fabulosas ganancias.
Pero la expulsión es resistida. Las comunidades se organizan, y defienden sus tierras. Como siempre que los oprimidos pelean, se unen en su contra los explotadores y el aparato estatal. Así, a medida que indígenas y campesinos resisten los desalojos, se multiplican las denuncias en su contra por usurpación de propiedad privada, amenazas, resistencia a la autoridad, desobediencia, daños, hurto forestal y otros “delitos” cometidos, por los acusados, en su propia tierra.
Paralelamente, se descarga sobre ellos la represión directa. Detrás de las topadoras de los empresarios, junto a sus ejércitos de seguridad privada, están las fuerzas de seguridad estatales, y los grupos afines al gobierno, que, como el dirigido por Milagros Salas en Jujuy, confluyen para disciplinar a los que se organizan y pelean. Lo vimos el año pasado, en Formosa, cuando fue atacada la comunidad qom La Primavera, y fueron asesinados dos de sus integrantes, Mario y Roberto López. También, este año, en Libertador Gral. San Martín, Jujuy, cuando la seguridad privada de la empresa Ledesma y la policía provincial fusilaron a cuatro personas en el desalojo de tierras del ingenio, y, a diario, en las amenazas y aprietes que padecen las comunidades y organizaciones.
En la tarde del 16 de noviembre, en la comunidad de San Antonio, Monte Quemado, Santiago del Estero, Cristian Ferreyra, de 23 años, integrante del MOCASE-Vía Campesina, murió de un escopetazo disparado por Javier Francisco Juárez, matón a sueldo del empresario sojero santafesino Jorge Ciccioli. Juárez y otro empleado del terrateniente dispararon sobre Cristian y otro compañero, que resultó herido en las piernas, y apalearon a un tercer campesino y a la esposa de Cristian, a la que persiguieron y detuvieron a culatazos cuando corría a buscar ayuda.
Frente al avance sistemático de empresarios como Ciccioli, Los Julianes, Ricardo Villa o Saud en los departamentos santiagueños de Copo, Pellegrini y Alberdi, los campesinos organizados en el MOCASE han denunciado las permanentes amenazas, como las del propio Cicciola, que hace poco dijo públicamente que mataría a un campesino del MOCASE-VC para que “dejen de molestar”. El poder judicial, que, como la policía y el resto del aparato estatal, responde a los intereses de los patrones, archivó rápidamente esas denuncias. Hoy, frente a la evidencia del crimen de Ferreyra, ha encarcelado al grupo de choque, entre ellos al matador. El empresario Ciccioli, en cambio, cumple su detención en un cómodo sanatorio privado, con el argumento de que, como es celíaco, no puede estar en un calabozo. La selectividad de clase de la justicia se pone de manifiesto incluso en el trato diferenciado que reciben los sicarios y su empleador.
Forzado a decir algo frente a la movilización popular de repudio al asesinato, el gobernador de Santiago del Estero, el radical-kirchnerista Gerardo Zamora, admitió que “existe un problema de tierras” en la provincia, abrió una “mesa de diálogo” y suspendió, por seis meses, las tareas de desmonte. Lo suficiente para disimular, con una política de conciliación, su rol de delegado de los patrones empresariales.
La comunidad de intereses del gobierno provincial con los empresarios quedó bien a la vista hace un par de años, cuando Horacio Iván Gándara y Luis María Méndez Ezcurra, dueños de la firma Sacha Rupaska, compraron 17.800 hectáreas a la familia de la esposa del ministro de Justicia de Santiago del Estero. Las tierras transferidas para incrementar la producción sojera, incluían un pueblo entero de más de 800 habitantes, la comunidad de Piruaj Bajo, que quedó rodeada de topadoras y bajo la amenaza de guardias armados.
Así funciona la alianza de los gobiernos y las patronales, que no duda en asesinar para proteger sus ganancias. Para defender el negocio de las empresas tercerizadoras, la patota de la burocracia sindical ferroviaria, con apoyo policial, atacó a los trabajadores en octubre pasado, y asesinó a Mariano Ferreyra. Para defender sus agro-negocios, mataron en Formosa, en Jujuy, y, ahora, en Santiago del Estero. La represión, sirve a las patronales, sea que la ejerzan directamente los gobiernos, o se “tercerice” a través de los grupos de choque privados, y es su herramienta común para intentar detener el avance de las luchas del pueblo.