Editorial. El kirchnerismo: su rol y sus métodos


Yo nunca fui revolucionaria, siempre fui peronista” aclaraba no hace mucho la presidenta que, ahora, en la cumbre del G-20, volvió a insistir con su defensa de un “capitalismo en serio”. Ni los dichos de Cristina Fernández, ni sus actos, ni el apoyo abierto de la plana mayor de toda la burguesía argentina dejan lugar a dudas sobre el carácter capitalista y propatronal del gobierno reelecto el pasado 23 de octubre.
La misma Asociación Empresaria Argentina (AEA) expresó en un comunicado: “AEA celebra la plena expresión de la voluntad popular ejercida en esta jornada, que constituye un nuevo paso en la consolidación de la democracia en la Argentina (…) La Asociación Empresaria Argentina felicitó anoche a Cristina Fernández de Kirchner, presidenta electa de los argentinos, por su rotundo triunfo y le desea el mayor de los éxitos en su gestión”.
Pero este “modelo” de gobierno antiobrero, no es el más desfachatado del neoliberalismo, que, para defender los intereses de los grandes capitalistas gritaba a cuatro vientos que hay que abrir los mercados y profundizar el ajuste. El kirchnerismo, vino a salvar las instituciones de la democracia capitalista después de la profunda crisis de 2001 y, hoy mismo, en la cumbre del G-20, está dando consejos al mundo para salvar al capitalismo, tratando de anticiparse al crecimiento de las luchas populares que lo enfrentan.
Es un gobierno que expresa a una burguesía cautelosa ante el conflicto social, que considera imprescindible poder controlar a los trabajadores y al pueblo pobre. Para eso ha impulsado toda una serie de mecanismos que, sin poner en riesgo las enormes ganancias empresarias (e intentando salvaguardarlas a mediano plazo), busca contener la crítica contra las injusticias que genera el capitalismo y encauzarla por carrilles institucionalizados, intentando anular cualquier perspectiva de ruptura con las condiciones existentes.
Así, el gobierno apela a la demagogia; la concesión de demandas sociales mínimas (como la asignación universal); la promoción de políticas que no afectan en general a los capitalistas pero que se presentan como renovadoras particularmente para todo un público “progresista” (como la ley de medios); la cooptación de referentes históricos (como Madres) y la integración de burócratas de perfil “progre” (como la CTA de Yasky); o a una política represiva que, al tiempo que ataca directamente al activismo y amplía la militarización y la represión preventiva, se autodefine “defensora de los DDHH” y lleva a juicio a algunos de los milicos genocidas.
En este marco, el de un proyecto propatronal que intenta apropiarse de muchas banderas populares y toma medidas menores para sostener las condiciones estructurales de explotación y desigualdad, el gobierno kirchnerista busca disputar un lugar en los ámbitos de organización de los trabajadores y del pueblo. Así, es característica de la etapa actual la formación de agrupamientos oficialistas en espacios de actividad sindical, de desocupados, de DDHH, estudiantiles, culturales, etc., y su intento de subordinar a la política oficial estas actividades autónomas y con tradición de lucha.
Ahora, esta práctica política, sostenida en un contexto de crecimiento económico por el alto precio de las materias primas de exportación como la soja, ha contribuido a la consolidación del gobierno de Cristina Fernández, ratificado en las últimas elecciones. Y aprovechando ese impulso político el kirchnerismo se propone avanzar en su defensa patronal por la doble vía de la pauperización y de la represión al activismo.
Entre sus planes más inmediatos se encuentran el aumento de las tarifas de los servicios públicos y el establecimiento de techos salariales más bajos que el promedio de los últimos años, lo que repercutirá, indudablemente, de forma negativa sobre los bolsillos de los trabajadores. Medidas orientadas a hacer frente a las dificultades económicas que enfrenta la gestión kirchnerista y al impacto de la crisis económica internacional en nuestro país.
A su vez, el gobierno decidió aprovechar este momento de relativa fortaleza para avanzar en su política de persecución y atacar duramente al activismo sindical independiente y los delegados antiburocráticos. Sólo en el último mes se produjeron la detención del delegado ferroviario Rubén Sobrero, se repitieron los ataques contra los trabajadores de la línea 60, incluyendo el ingreso a la casa del delegado Farella, se produjo un nuevo ataque de la patota de la burocracia contra los trabajadores de la construcción organizados en el SITRAIC y se reprimió a los trabajadores del ferrocarril Belgrano Norte en el marco de una jornada de lucha.
Así, en este contexto, el activismo independiente, tiene planteada una amplia tarea de organización, lucha y esclarecimiento. Por una parte, es clara la importancia y la urgencia de avanzar en la organización independiente de la clase trabajadora desde las bases y desde cada lugar de trabajo, para enfrentar los planes de las patronales y el gobierno. Esto nos plantea, ante la profundización de la represión y los ataques al activismo obrero independiente, la organización y lucha unitaria de todas las comisiones internas, cuerpos de delegados, agrupaciones y corrientes sindicales antiburocráticas, así como de las organizaciones políticas, sociales y antirrepresivas, considerando que la defensa de compañeros perseguidos o atacados por la burocracia y el gobierno debe ser una tarea de primer orden.
Y a su vez, en este marco, es fundamental sostener una paciente y sistemática tarea de esclarecimiento político, demostrando el rol del gobierno de Cristina Fernández como defensor de un sistema de explotación y su clase dominante, más allá de medidas que no le hacen mella en lo fundamental, señalando la necesidad de forjar una perspectiva de transformación real y profunda, a la que sólo podremos llegar por medio de la revolución.