Antes de su partida, el presidente Lula Da Silva está haciendo el trabajo sucio. En una operación impactante desplegó 21.000 policías militares (encabezados por el BOPE, Batallón de Operaciones de Policías Especiales), 800 paracaidistas del ejército y 25 tanques blindados de la marina para ocupar algunas de las favelas más grandes y pobres de Río de Janeiro, en donde tienen mucho peso los grandes grupos de narcotraficantes.
En sus incursiones, las fuerzas represivas no tuvieron reparo en matar a decenas de pobres, habitantes de las favelas.
De esta forma, el dirigente del PT busca dejar “pacificadas” las principales ciudades del país, a costa de una militarización que incluye el despliegue de parte de las FFAA para el control interno y que, ya prometió, se mantendrá por largo tiempo.
Así, lejos de los lujosos barrios donde habitan tanto millonarios narcotraficantes como los ricos que impulsan el nefasto tráfico de drogas para su propio deleite, las fuerzas represivas se mantendrán ejerciendo el control militar sobre los barrios donde viven millones de pobres.
La noticia del operativo, evidenció, de que forma vive realmente el pueblo brasileño, que lejos del soñado “desarrollo” del que hablan reiteradamente los medios y los políticos argentinos y latinoamericanos, sobreviven en las más lamentables condiciones, en barrios precarios y, ahora encima acosados más directamente por las fuerzas represivas asesinas.
De esta forma, el presidente brasileño, que ha gobernado con el gatillo fácil y asesinando a numerosos campesinos sin tierra, pero que suele ser señalado por muchos como un “gobierno progresista” o de “izquierda”, le deja el terreno listo a su sucesora para seguir profundizando la explotación a fuerza de represión contra los pobres de las favelas.