El plan golpista, por vía democrática
Tras dos meses del golpe de estado apoyado por amplios sectores de la burguesía hondureña y continental y en el que no han dudado en apelar a la persecución y los asesinatos políticos, los golpistas ya están armando, y con éxito, la consolidación de su política antipopular.
Lo harán legitimando el golpe reaccionario por medio de un nuevo llamado a elecciones democráticas en las que participarán varios partidos, entre ellos los dos tradicionales con mayor peso, el Partido Nacional y el Liberal (del cual proviene Zelaya), además de la Democracia Cristiana , el Partido Innovación y Unidad (Pinu), la Unificación Democrática (UD) y el candidato independiente Carlos H. Reyes.
Hay que destacar, de todas formas, que el golpe para desplazar a la burguesía pro chavista de Zelaya ha dado lugar al surgimiento y desarrollo de importantes expresiones de resistencia popular con actos multitudinarios, movilizaciones, tomas de universidades y enfrentamientos con la represión. El gran reto será ahora poder sostener la organización para la lucha cuando el gobierno de Micheletti y sus socios se legitimen con la democracia, y sobre todo, poder superar la ideología pro zelayista dominante en la resistencia.
Es que la impronta de Zelaya, con su discurso tímido y su práctica cobarde y defensora del régimen, ha marcado todos los acontecimientos, aun desde antes del golpe. Hasta ahora, al menos, los zelayistas lograron imponer la visión en la que se identifica la necesaria lucha contra los golpistas y su programa reaccionario, con la defensa de Zelaya y su gobierno hambreador que sólo prometía lavadas reformas progresistas a futuro.
Y esa cruz con la que ha debido cargar el movimiento de resistencia desde su inicio se hace cada vez más pesada en la medida en que el presidente depuesto no hace más que crear expectativas en las “vías diplomáticas” y poner límite a las luchas. Igual que antes, la política de Zelaya ha consistido en un discurso ambiguo (en el que llegó a hablar de un “ejército” popular que daría la lucha contra el golpe) y una práctica retrógrada centrada en dos meses de gestiones diplomáticas inofensivas que garantizan el paso del tiempo y con él, el fortalecimiento del régimen de Micheletti. Cinco visitas a EEUU, innumerables encuentros con la OEA y sus representantes y con el mediador Oscar Arias no han sido suficientes para que Zelaya deje de reivindicar “...el proceso diplomático con el que estamos comprometidos” y la consecuente “paciencia infinita” que exige de su pueblo. Así, el pasado 4 de septiembre, luego de que nuevamente EEUU se negara a declarar que hubo un “golpe de estado” en Honduras, aunque si restringió una parte de su flujo comercial, el embajador de Zelaya ratificó su línea de no confrontar, declarando que “Ahora somos nosotros los que tenemos que esperar hasta que se desgasten y cedan”.
De esta forma, la experiencia de ya más de dos meses de gobierno golpista en Honduras se convierte en una demostración cabal de la imposibilidad de llevar adelante ningún proyecto serio de mejora de las condiciones de vida del pueblo y, aun, de defensa de lo ya conquistado, si no es por medio de la lucha popular. El intento de Zelaya de suplir esta lucha con palabreríos diplomáticos ha sido la base sobre la cual los golpistas han conseguido el tiempo para reacomodarse y seguir gobernando.
Ahora, la realización de las elecciones convocadas para el próximo 29 de noviembre, cuyo resultado será la relegitimación de los golpistas, marcará su éxito momentáneo para imponer su programa antipopular de ajuste y represión.
Para poder enfrentarlo con éxito y no caer en una nueva estafa como el zelayismo será vital sacar las lecciones del caso. Defender la independencia de los trabajadores frente a la burguesía y sus representantes (incluyendo los que se hacen pasar como “de izquierda”) y depositando, en cambio, la confianza y el trabajo militante en los propios trabajadores cuya fuerza y organización es capaz de voltear cualquier gobierno y de imponer un nuevo régimen social.