Crisis y rebelión en el mundo árabe

Todo el norte de África está marcado por la rebelión popular. Millones de trabajadores y pobres se levantan en Túnez, Egipto, Libia, Bahrein, Yemen, Marruecos, Argelia...


En el mundo árabe, la crisis económica global y la crisis política de los distintos gobiernos han confluido en una situación explosiva.

En muchos de estos países, la desocupación asciende a cifras notables y la pobreza afecta a porciones muy importantes de la población. Egipto es el caso más notable por ser el principal país de la región en peso político, económico y demográfico, y allí la mitad de la población vive con menos de dos dólares diarios y el desempleo está entre el 25% y el 30%. La pauperización de una gran masa de la población árabe parece multiplicarse, además, si se la compara con las majestuosas fortunas de su clase dominante. Un ejemplo son los gobernantes depuestos por el pueblo después de décadas de gobierno, como el tunecino Ben Alí, quien sólo en su viaje de huída se cargó una tonelada y media de lingotes de oro (unos 45 millones de euros) y que multiplican esa cifra con lujos y cuentas bancarias, o el egipcio Mubarak cuya fortuna se calcula entre los 50 y 70 mil millones de dólares.

Esa estructura social es sostenida con regímenes de gran opresión y persecución política. La existencia de asesinatos, secuestros y torturas, la multiplicación de presos políticos, la prohibición de organizarse política y sindicalmente por fuera de las estructuras oficiales, son ejes comunes de los distintos gobiernos, más allá de sus distintas trayectorias y su diversidad política, cultural y religiosa.

La reacción de los trabajadores y el pueblo pobre del norte de África, que ante el agravamiento de la explotación y la opresión se volcaron a la lucha, se está convirtiendo en un ejemplo mundial sobre la posibilidad que tienen los pueblos de intervenir en sus propios destinos, y en una gran preocupación para la burguesía mundial. Esto, porque la región es un centro económico y político de importancia.

Económicamente lo que se juega, fundamentalmente, es el control y beneficio del millonario negocio del petróleo, cuyas reservas manejan varios de estos estados, como es el caso de Libia. Políticamente, lo que se juega es el grado de control por parte de las potencias occidentales, principalmente EEUU, de esta región rica y explosiva. De hecho EEUU está buscando una participación activa en la reorganización de los estados cuyos gobiernos han sido derrocados por el pueblo, porque quiere defender y fortalecer la posición estratégica que le proporcionaba su aliado Mubarak en Egipto, garante, entre otras cosas, del control de su vecina Palestina, mientras es asediada por el principal aliado yanqui de la región, el Estado de Israel. Y en ese camino de control territorial y de los grandes negocios, tanto el gobierno norteamericano como las principales potencias europeas han dado claras señales de que no descartan una intervención militar en Libia, para apoderarse directamente de una gran reserva petrolífera. Una vez más, como en Kuwait y el Golfo Pérsico, como en Irak y Afganistán, y como han hecho tantas veces, las potencias imperialistas evalúan una nueva invasión para avanzar en su dominio político, económico y militar, y, en este caso, también buscando encauzar la rebelión árabe por los carriles que ellos dispongan.

Mientras tanto, las grandes cadenas mediáticas resaltan esforzadamente las particularidades regionales o locales, el carácter único e irrepetible de un autócrata o de un conflicto étnico o religioso, buscando desmontar el ejemplo práctico que estas luchas significan para los trabajadores de todo el mundo, al dejar en evidencia que todos los pueblos pueden alzarse en lucha contra las condiciones existentes y que todos los gobiernos pueden caer bajo el impacto popular.

Sin embargo, la rebelión árabe se está volviendo un conflicto de dimensiones que luego de Túnez (calificada entonces como “excepcional” por la prensa), siguió en Egipto, el país más importante de la región, y sigue ahora extendiéndose.

Es claro que los nuevos gobiernos de Túnez y Egipto, son salidas antipopulares que se han estructurado en base a los restos de las viejas autocracias y de otros sectores de la burguesía local con un gran peso del ejército, además de contar, finalmente, con el apoyo de las grandes potencias incluido EEUU. Esta salida coyuntural es la esperable, teniendo en cuenta que estas luchas no han contado ni con un planteo conciente de enfrentar el sistema social de explotación ni con la organización política y militar necesaria para sostener esas demandas hasta el final (enfrentando, por ejemplo, a los ejércitos, que se desprendieron de sus antiguos gobiernos pero no de su régimen social).

Pero, como en cada lucha (y estas son luchas de magnitudes), la experiencia política y práctica se va haciendo parte del pueblo trabajador. Las huelgas, los combates callejeros, el armamento popular, la lucha por la conquista de tal o cual región, van dejando enseñanzas inmensas para los explotados que aportan a una búsqueda cada vez más conciente y organizada de la transformación social.

Así, mientras en los mismos países que han derrocado a sus gobiernos se mantienen importantes luchas en defensa de sus demandas (con movilizaciones, luchas callejeras, huelgas y tomas de fábricas, etc.), y mientras la pelea se extiende notablemente en Yemen, Bahrein (donde ya ha debido renunciar parte del gabinete), y también en varios países como Marruecos o Argelia, el centro de la lucha pasa ahora por Libia, donde el levantamiento popular avanza en una dura lucha hacia la capital del país, acorralando al régimen de Kadafi.




Un gran ejemplo

La lucha de los pueblos árabes es un gran ejemplo por partida doble.

Por una parte, ante el escepticismo posmoderno que trata de opacar la capacidad de intervención de los trabajadores y el pueblo pobre en su propio destino, la lucha de estos pueblos está dejando en evidencia cómo, aún contra regímenes fuertemente represivos, los trabajadores son capaces de romper con lo establecido, cambiar la agenda cotidiana de saqueo y explotación y ponerse en el centro de la escena política, orientando con su acción y lucha los rumbos del país. Con iniciativa y organización el pueblo trabajador ha podido una y otra vez quebrar la acción de las fuerzas represivas, ha tomado no sólo fábricas y ministerios, sino ciudades y países enteros a fuerza de movilización y combate. Frente a la idea oficial de que la violencia debe ser monopolio de los estados explotadores, el pueblo árabe ha tomado las armas, ha combatido y luego se ha paseado victorioso por la calle con pistolas, fusiles y tanques, no ha dudado en atacar a sus opresores, en tomar sus armas, en poner cargas explosivas en puntos sensibles de la represión, en luchar hasta conseguir el dominio de la situación. Del mismo modo, ante la idea de que sólo los políticos burgueses de carrera pueden administrar la sociedad, el pueblo trabajador viene organizando una y otra vez la vida cotidiana, con juntas de abastecimiento de medicamentos, de comida, con comités de seguridad y defensa, mostrando así la potencialidad de su propio poder.

Por otra parte, la enorme lucha de los pueblos del norte de África viene a dejar en evidencia, también, que, aunque el pueblo trabajador es capaz de pelear hasta derribar a los opresores y de organizarse en forma independiente, no es suficiente la lucha espontánea para que los regímenes antipopulares se acaben definitivamente. Así pues, ante la ausencia de un proyecto político que contenga una opción real de organización de los trabajadores para sí mismos superando a la burguesía explotadora (el socialismo), y ante la ausencia de organizaciones con este programa y con capacidad de organización e influencia política para dar a la lucha organicidad y constancia hasta el triunfo de un nuevo tipo de sociedad, las salidas concretas siguen y seguirán siendo impuestas por los capitalistas de uno u otro bando. Por eso, la tarea sigue siendo desarrollar la organización conciente de los trabajadores y el pueblo pobre para la revolución.